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911, memorias de un futuro incierto (relato).

Tema en 'Foro general Porsche' comenzado por Carlosupercars, 11/10/12.

  1. Carlosupercars

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    Capítulo 23



    Paco aún estaba hablando con el vecino. Cuando acabó con la conversación, se acercó a la puerta de casa y se encontró con el panorama. Alzó la vista para leer la nota que tenía entre manos, y dijo: "No entres, voy al coche".

    Yo seguía paralizado; Peret sonaba formando la macabra ambientación de aquel ridículo espectáculo en el que se había transformado mi vida. Puse la insensatez muy alta, y me olvidé del sentido común y la responsabilidad; introduje la llave en la cerradura y empecé a abrir muy despacio la puerta.

    Cuando estaba a medio abrir, Paco vino corriendo desde la entrada con un bate en la mano al grito de: "¡Espera, loco!". Le hice caso y mantuve la puerta en esa posición. Se puso a mi altura y le pegó una patada. Pasó para adentro corriendo como si de un jugador de rugby se tratara. No supe cómo reaccionar. Lo escuchaba dentro de mi casa diciendo: "Sal cabrón, sé que estás aquí, te huelo."

    El caso es que no había nada ni nadie, todo seguía tirado por el suelo y la canción seguía sonando y sonando. Aparentemente, aquello estaba caóticamente ordenado, como por la mañana. Así que, apagué uno por uno todos los dispositivos electrónicos que reproducían la tozuda melodía y su repetitivo mensaje subliminal. Incluso la alarma de la nevera sonaba a su compás.

    Una vez volvió el silencio a mi hasta entonces acogedora morada, pude recordar la razón principal por la que había ido a Jaén: tenía en mi bolsillo el poder de dejar atrás mi monótona y aburrida vida. Saqué la llave semiderretida del 996 y la sostuve en mi mano durante unos instantes.

    Tras observar un buen rato el deteriorado logo de la marca de Sttutgart, las imágenes de viejas glorias recorriendo el anillo norte de Nurburgring a toda velocidad inundaron mi mente saturada de problemas e incógnitas por averiguar. Pensé que era el momento ideal para huir de todo aquello, sin más. Paco estaba en la cocina, había encontrado algo; yo desde el salón lancé una pregunta al aire:


    -¿Tienes algo que hacer los próximos... 15 días?
    - ¿Yo? Hombre, ¿Te parece poco la que se ha armado por aquí?
    - Sí...
    - Sí ¿Qué?.
    - Que me parece poco, que me da igual el tema.
    - Carlos, o el coma te ha sentado mal o tu mente vuelve a ser la de un adolescente sin oficio ni beneficio... ¡Madura hombre!
    - ¿Madura? Por comportarme como un adulto estoy como estoy. Aún no he podido disfrutar de mi coche como me merezco... ¿Te vienes a Nurburgring o te quedas en Jaén viendo cómo pasa el tiempo y los problemas van a peor? Además, se lo he prometido a Giorgio, ese viejo no va a morir sin dar una vuelta a ese sitio, y me he cansado de aplazar el viaje para más tarde...
    - Pero Carlos, mira la que hay liada aquí... - dijo ya mucho más tranquilo, prácticamente estaba dándome la razón.
    - Paco, me la suda que un puto enfermo entre a mi casa para ponérmela patas arriba y olerme los calzoncillos, me la suda Peret y me la suda qué va a ser de mí mañana. No quiero vivir aquí, todo me recuerda a ella... - un escalofrío seco me recorrió de arriba a abajo, mi alma pedía un respiro, y mi corazón la oportunidad de volverla a sentirla a mi lado.
    - ¿Y cómo pretendes hacerlo? Hace 5 meses que no me llega para echarle gasolina al coche, en mi casa no hay luz ni agua y hace dos semanas que Cáritas nos ha retirado la ayuda del comedor...
    - Por tu familia no te preocupes, aunque lleve meses sin cobrar un duro, el estar durmiendo ha hecho que no gaste demasiado. Aún me quedan unos ahorrillos con los que podremos ir y volver de Alemania de sobra. Y ellos se pueden quedar aquí, por mí como si os quedáis con la casa, ya te digo que no voy a volver si no es junto a ella. Aquí tienen agua, luz, Internet y una despensa hasta arriba de comida.
    - Está bien, iremos. Pero me niego a que ellos se queden aquí, lo menos que quiero es que una noche de estas entre ese hijo de puta y le haga algo a mi familia, son lo único que tengo.
    - Pero vamos a ver, ¿No te das cuenta que la casa le da igual? Es a mí a quien quiere, así que cuanto más lejos esté yo de tu familia, más seguros estarán.
    - Y... ¿Qué tienes pensado hacer con él? Porque tiene pinta de estar muy enfadado - dijo poniendo un tono muy serio nuevamente.
    - Pss... no sé qué quiere de mí o qué le he hecho, simplemente dejaré pasar el tiempo, lo mismo se olvida del tema o en una de sus jugadas le pillo con las manos en la masa, pero bueno, ¡Qué no te preocupes de eso ahora! Mañana a las 4 y media me recoges en la puerta de casa. Toma - le dije dándole un billete de 100 euros del tarro de la cocina -, llena el depósito y ponlo a punto. En no más de tres días el Golf va a ver dónde nació, y lo va a hacer a lo grande.
    - Tío... no puedo... - no le dejé terminar.
    - Sí, sí puedes. No digas nada, simplemente hazme caso y vete a casa, mañana hay que levantarse pronto. Y no te olvides de traerte a la familia aquí, ¡Nos vemos en unas horas!


    Él me dio un abrazo sin apenas darme tiempo a terminar la frase; volvía a sonreír, algo que bien valía todo el dinero de mi cartilla. Empezó a dar saltos y a decir: "Nos vamos a Nurburgring... ¡Nos vamos a Nurburgring!". Así mismo cogió las llaves del coche y salió a la puerta; eran cerca de las cinco de la tarde y el Sol comenzaba a dar un calorcito muy agradable, aunque en tres semanas aquello se convertiría en la sartén de España, menudo asco. Lo acompañé hasta que ya estaba sentado en el GTI, arrancó y cuando estaba ya metiendo primera para irse, corrigió y volvió a meter punto muerto: "Por cierto, en la cocina había un gato gris, el cabrón se ha ido por la ventana al verme".

    Volvió a meter primera, y lo vi salir de la urbanización pasando a escasos centímetros de los enormes baches que tenía la calle, ¡Menuda bajada le había hecho al Golf! No debí hacérsela, y menos en tierras jienenses, pero la verdad que la combinación de suspensión rebajada con el negro metalizado y las llantas de garganta multiradio, hacían que luciera elegante y agresivo incluso tras seis meses de abandono.

    Fue perderle de vista por el final de la calle e ir a la parte trasera de casa, donde daba la ventana de la cocina. Cuál fue mi sorpresa cuando me encontré a mi antigua mascota Godzilla al lado de un contenedor. Supuse que el pobre se había pegado 6 meses alimentándose de deshechos, era eso o morirse de hambre. Me acerqué a él (que estaba ya mucho más crecido que cuando lo dejé en casa aquella fatídica noche), y aunque reticente en un principio, finalmente se acercó a mi mano cuando puse ésta a su altura. Me la olisqueó un poco e incluso me dio un par de lametazos.

    Tras esto, se quedó mirándome fijamente con esos ojos tan penetrantes que tienen los gatos. Luego se dio media vuelta y fue de nuevo hacia el cubo de basura. De dentro salieron otros dos gatos, uno negro y otro marrón, y juntos (los tres) se fueron corriendo hacia otro contenedor que había a la vuelta de la esquina. Al parecer Godzilla había encontrado un nuevo hogar. Ya no me pertenecía, por suerte; las cosas habían cambiado tanto que creo que ni de él podría haberme hecho cargo. Al final de la calle se dio la vuelta y estuvo mirándome unos segundos. Tras esto, volvió la vista y siguió detrás de sus compañeros.

    Fue un alivio confirmar que seguía bien, y más después del estado en el que estaba la última vez que lo vi. Me fui para casa, con sensaciones contradictorias en mi mente, pero tranquilo con mi conciencia. Tras un par de horas viendo la tele y durmiendo un poco, ordené un poco la casa, sin encontrar una ínfima pista de quién o porqué me había destrozado la casa. Y por último, ya casi anocheciendo, me dirigí al banco para sacar algo de dinero para el viaje.

    Me encontraba en la sucursal de la Avenida de la Estación, con la tarjeta y, el Gt3 aparcado justo enfrente, en una zona de carga y descarga. Introduje el código PIN y elegí sacar la máxima cantidad de dinero posible desde la máquina: 600 euros si mal no recuerdo. Apenas había introducido los billetes de 50 en la cartera, cuando unos sonidos broncos y electrizantes comenzaron a escucharse entre las fachadas de la avenida.

    Guardé con nerviosismo la cartera y salí como una bala a la calle. Me asomé desde la acera y erguí mi cuerpo hacia delante, con el objetivo de divisar todo lo que pudiera de la larga avenida, una de las arterias principales de la ciudad y de sentido único. Había una gran cola de coches, hecho que no me permitió distinguir de cuál provenía ese grotesco y placentero sonido. Sin saber aún de qué se trataba, me monté en el Porsche y esperé paciente en las vías abandonadas del tranvía (que partían en dos la calle) a que fuera lo que fuera, pasara.

    Y no tardó mucho en llegar, y no se trataba de uno, sino que eran tres los integrantes de tan majestuosa orquesta sinfónica. Al parecer no era el único al que se le había ocurrido usar las infraestructuras a medio terminar de la burbuja inmobiliaria para uso personal. Un Ferrari 430 Scuderia, un 599 GTO y un Lancia Stratos avanzaban por las vías eludiendo aquel atasco típico de las tardes en Jaén. Al pasar a mi lado, no sólo no frenaron, sino que el 599 (que comandaba el terceto) aumentó el ritmo, llegando a engranar tercera marcha en una vía limitada a 50. Sus sonidos eran horrísonos, y usando un poco la intuición, no tardé en relacionar ese hecho con el de esa misma mañana y los demás que me había comentado el taxista.

    Los tres llevaban matrícula italiana, y tras ceder el paso al Lancia (que cerraba el grupo), salí detrás de ellos intentando averiguar el porqué de tanto "pepino" en aquel sitio alejado de la mano de Dios. Tras salvar el tráfico del centro, como era de esperar, cogieron la carretera de Los Villares, no sin antes saltarse un par de semáforos y un Stop. Se podría decir que llevaban una conducción 100 por 100 italiana.

    ¿A qué se debía tanta prisa? ¿Por qué, literalmente, iban huyendo de mí? Supe que mi coche no era rival para los dos Ferrari, que fue terminar el centro urbano, salieron como alma que lleva el diablo lanzados hacia la sierra sur de Jaén. Sin embargo, al Stratos le costaba más seguirles el ritmo, y eso que para tratarse de un clásico, su conductor estiraba al máximos las marchas y le daba una tralla digna de un piloto de pruebas. Era evidente que iba tocado (mecánicamente hablando); incluso a mí, que llevaba un coche con casi 30 años menos encima, y mucha más potencia y tecnología, me costaba ir a su rebufo. Aquel cacharro azul iba literalmente volando, mientras que los dos de Maranello eran ya sólo manchas rojas al final de las rectas.

    Sabía que esas velocidades ya eran peligrosas, y que si me pillaban yendo así, se me caería el pelo. Pero me sentía con las suficientes manos como para no perder a aquel monstruo del Grupo 4 en la zona más revirada del tramo. Fue al final de las curvas, cuando la herida que tenía en el pecho se volvió a abrir, sin haberle dado tiempo a cicatrizar.

    Dos curvas antes de llegar, mi corazón estaba ya puesto en ella, y mi mente a duras penas podía concentrarse en seguir la trazada. Exprimí el bóxer todo lo que mis piernas y brazos me permitieron, pero al pasar por el mirador, no pude evitar el acto reflejo de mirar hacia aquel banco donde nos sentamos meses atrás. Para mi sorpresa, se encontraba sentada en aquel monolito, pero en vez de estar observando la hermosa luz de la puesta de Sol fundiéndose con el Alto de la Pandera, sus ojos se encontraban clavados en los míos. Eran fijos y distantes y, no sé cómo, pero aún yendo a 200 kilómetros por hora y estando a más de 100 metros de distancia, mi vista no podía contemplar otra cosa que no fuera esa mirada penetrante.

    De repente, pestañeó. Ese pequeño gesto hizo que mi atención volviera a la carretera, aunque mis ojos me suplicaban seguir clavados en los suyos. Cuando se autoconvencieron que su trabajo estaba en el frente, a mis retinas les llegó la imagen de un tráiler de 25 metros clavando frenos y echándome luces, dirigiéndose directamente hacia mí. En apenas 48 horas de vida "real", mi cuerpo había estado en peligro de muerte más veces que en los últimos 32 años.

    Sin quererlo, me había metido en el carril contrario, aquellos ojos me iban a costar la vida... A mi derecha veía al Lancia frenando, supongo que para recoger mis restos del asfalto tras el impacto. De frente aquel Mercedes Actros enorme, y por la izquierda un pequeño espacio entre el remolque y el quitamiedos. Sin mucho tiempo para reaccionar, frené a tope y pegué un volantazo hacia la izquierda. La trasera comenzó a deslizarse en dirección al camión y cuando quise darme cuenta el guardarrail estaba a unos centímetros de la delantera engulle-mosquitos del Porsche.

    Llegado ese punto, agarré con fuerza el volante y giré a la derecha todo lo que pude. Milagrosamente, conseguí encararlo entre el camión y aquel quitamiedos. Ahora el problema volvía a estar en la parte trasera, que sobreviraba a izquierdas. Pude llegar a ver de frente los tres ejes traseros del tráiler, que se quedaron a centímetros de provocar un amasijo de hierros.
    Pero esa tarde mi ángel de la guarda iba de copiloto, conseguí sobrepasar el camión rozando aún los 100 kilómetros por hora. Una vez llegados a éste punto, lo único que quería era alejarme de aquella biga de hierro desafiante, con lo que seguí con las ruedas bloqueadas y girando a tope a la derecha. Mi ligero deportivo quedó atravesado en la calzada, entre una nube de humo proveniente de las ruedas. Me quedé bloqueado, ahora era mi corazón el que estaba a 200. El coche se quedó mirando en el sentido contrario a mi marcha. Por el espejo retrovisor pude ver al Lancia Stratos parado, pero no tardó mucho en volver a salir quemando ruedas de allí, en cuanto vio que seguía vivo.

    El camión se paró por completo, y se bajó alguien de él. Estaba acojonado, creía que el camionero vendría a pegarme o a liármela (con razón), pues íbamos como locos. Quería arrancar e irme de allí, pero no podía... Cristina estaba allí, a escasos cien metros, quizá era la última oportunidad que tendría para decirle lo que sentía. De todas formas, mi cuerpo estaba hecho una tabla, era imposible poder reaccionar ante ese hombre que se acercaba.

    Para mi sorpresa, lo único que hizo fue tocar en el cristal y decir:
    -¿Estás bien, chaval? Menudo recto que has hecho... - yo ante esto me relajé un poco.
    -Sí, perdona, es que llevo mucho buscando a la chica que hay sentada allí... en fin... no sé - la cara de aquel señor cambió un poco, se le pusieron los ojos como platos.
    - ¿Qué chica, amigo? En el mirador no hay nadie...

    No articulé una sola palabra más, me quité el cinturón y fui corriendo hasta el banco donde la había visto, de hecho, llevaba la misma chaqueta que cuando la vi durante mi coma. Pero allí no había nadie, nadie. Estábamos yo, el banco y la puesta de Sol que admiramos juntos unos meses antes. Me senté en él, esperando que en cualquier momento saliera de detrás de un árbol o una piedra y se sentara a mi lado. Pero no llegó; esperé y esperé hasta que la bocina del camión me hizo volver en sí: él también se marchaba. Paso a paso, estaba volviendo a ser aquel ermitaño que tanto criticaba Paco. Primero Cristina, luego el gato, ahora el camionero... el 911 seguía atravesado en la carretera, como si de una metáfora de mi vida se tratara. A lo lejos aún resonaban los tres italianos entre las cumbres de las montañas. Una vez más había librado a la muerte, y me sentía cansado por ello.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=pY9b6jgbNyc&feature=colike"]Coldplay - Fix You - YouTube[/ame]


    Tras confirmar que allí no había nadie, me monté en el coche y aparqué en el mirador. Tras unos minutos relajándome y pensando dónde podría estar ella, o si ésta era real, encendí la radio, y sintonicé la emisora más melancólica que encontré. Con Fix You de Coldplay de fondo, arranqué y volví a la ciudad, sin resolver el interrogante de dónde iban esos coches y teniendo uno nuevo... ¿Estaba loco?

    Esos ojos, esos malditos ojos verdes me habían hecho volverme completamente loco, metódico y enfermizo. Tenía cientos de problemas, pero ninguno me importaba lo más mínimo. Todo se reducía a ella. Por ese día ya había pensado bastante, así que llegué a casa y me fui directo a la cama. Cuando ya casi había conciliado el sueño, un leve movimiento en las sábanas me volvió a descentrar: era Godzilla, el muy cabrón se había transformado en el dueño y señor de la casa, y quería dormir en mi cama.

    Con el calor de algo vivo a mi lado, pude volver a centrarme en soñar, que era mi principal objetivo en ese momento, al día siguiente iniciaría un largo viaje del que no sabía muy bien cómo iba a volver, pero seguro que marcaría un antes y un después en mi vida.



    Continuará...
     
    Última modificación: 20/10/12
  2. Carlosupercars

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  4. 250 gto

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    Buenas, ya te leia en forocoches , pero alli sin cuenta noe te podia decir , lo enganchado que me tienes..... sigueeeeee !!!!

    y si quieres un arreglillo : el stratos nunca fue grupo B (por un año , se quedo en grupo 4) el primer grupo B e lancia fue el 037 ...

    Saludos
     
  5. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Muchas gracias por la corrección compañero. Ahora mismo lo edito. Un saludo y gracias por leerla, espero que lo sigas haciendo.
     
  6. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Me tienes enganchadísimo!!
    Sigue please!:[yahoo]
     
  7. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 24




    El sonido del 4 cilindros del Golf me sacó de la cama. ¡Mierda! Me había quedado dormido. Me levanté dando un salto de la cama y tirando las sábanas al suelo. Godzilla se despertó asustado y salió patinando pasillo para delante hasta que llegó a la cocina, por cuya ventana salió a la calle.

    Yo avancé por la habitación, con los ojos cerrados (típica costumbre que tenía cuando estaba en un lugar a oscuras) y con las manos por delante del cuerpo, tratando de encontrar el interruptor de la luz. Cuando por fin lo localicé, lo pulsé y, tras unos segundos acomodando mis retinas a tanta luminosidad, alcancé a ver el reloj de pared, que marcaba las 5 menos 20.

    Fui corriendo hacia el baño, me metí en la ducha con el agua todo lo fría que pude, y en dos minutos estaba ya secándome con la toalla. Preferí despejarme así que con un café hasta arriba de estimulantes. Llamaron a la puerta y una vez salí a abrirles, les invité a que entraran y exploraran su hogar para los siguientes 10 o 12 días. Yo me metí en mi cuarto y me puse a hacer la cama y preparar la maleta (la noche anterior, con el cansancio, se me pasó hacerla). Metí 3 o 4 pantalones, 7 u 8 camisas, y todos los calzoncillos y calcetines que tenía en el cajón de la mesita. Y en una bolsa independiente, escoltado por una tela de terciopelo y un olor a cuero sudado, mi amado casco de las tandas, que no tenía pensado quitarme en un semana.

    No necesitaba nada más: la maleta, el casco, mi cartera y antiinflamatorio para el dolor de las heridas. Salí al salón donde ya se habían quedado fritos Manuel y María, cada uno en un sofá. Lucía tenía su mano puesta sobre el pelo de la niña y Paco no supe muy bien dónde andaba. Muy bajito, para no despertarlos, le pregunté:


    - Bueno, ¿Y vosotros no os venís? - se lo dije más por compromiso que por otra cosa, sabía que a ella los coches no le gustaban demasiado...
    - ¡Qué va! ¿Cómo nos vamos a ir?
    - Pues no sé... a Manuel le gusta mucho esto, podría proponérselo.
    - Ojalá, pero tiene colegio. Mejor ni se lo preguntes, pobrecito, se va a quedar con mal cuerpo.
    - Bueno, pues nada, nos vamos ya. ¿Dónde está Paco?
    - Vale, que tengáis buen viaje. Él está fuera, no le gustan demasiado las despedidas. Pero bueno... se le ve muy ilusionado - dijo suspirando.


    Le di dos besos e hice lo propio con los niños, cerré la puerta de casa y salí a buscar a Paco. Al cruzar la verja de la entrada, me encontré al Gti ya arrancado, y a éste pasándole un paño por todo la carrocería. Al verme me preguntó: "¿Quieres que lo pase al tuyo también?". Yo le miré con cierto recelo... íbamos a hacer un viaje de dos mil kilómetros, ¿Acaso pasarle un trapo le iba a servir de mucho?. Al verme la cara, trató de justificarse: "Es que el coche tiene mierda como para parar un tren...". Un poco abochornado, le solté: "Coño, lleva 6 meses parado, ¿Qué quieres? ¿Que siga como recién encerado?".

    El Golf lucía perfecto, cualquier coche actual no podía hacerle sombra a tan portentosa máquina de la vieja escuela. A esas horas de la madrugada, aquellas luces amarillas a ras del suelo le sentaban realmente bien, y unido a la anchura que ganaba el conjunto con los separadores que le instalé hace unos años, hacían que más que un Golf Gti, pareciera una máquina de circuito, un verdadero track day car.

    Pero la verdad que poco tenía que hacer contra el coche que tenía aparcado justo detrás, incluso parado parecía rodar a toda velocidad. Los coupé me volvían loco, y la silueta de cualquier 911 era el sumun de la perfección. Sólo con mirarla, sabías que aquella bestia era una maravilla de la ingeniería, el reto automovilístico definitivo. Pasé mi mano de delante a atrás recorriendo su musculosa carrocería, ensuciándomela con la porquería de medio año de abandono.

    Estábamos listos para partir: me monté en el RS, me puse mis guantes de cuero para conducir y salimos dirección Valencia, donde nos esperaba el tercer mosquetero en discordia. La oscuridad más absoluta de una noche con Luna nueva pintaba el horizonte de un negro infinito, solo alterado por las luces de nuestros coches. Los primeros y monótonos kilómetros de autovía se hicieron eternos, no nos cruzamos ni un sólo camión, autobús o moto en todo el trayecto. Mi vista iba centrada en las luces traseras del Golf, que oscilaban arriba y abajo con cada pequeña irregularidad de la vía. Bajé la ventanilla para que el aire frío de la madrugada disipara mis ganas de cerrar los ojos. Pero el monótono ruido del escape de mi compañero de viaje, sólo alterado por un ligero petardeo cuando Paco levantaba gas, no hizo más que empeorar las cosas.

    Así que tras unos kilómetros de carretera nacional, cogí el walkie-talkie que me dio Paco para comunicarnos durante el viaje, y le dije de parar a tomar un café o algún refresco. Y lo hicimos en una pequeña posada que había en la travesía de un pueblecito al que llegamos tras pasar el límite de provincia. Con nuestros dos compañeros de viaje aparcados enfrente, y el Sol del Este iluminando la solitaria nacional, comenzamos a charlar mientras le dábamos unos sorbos sin demasiadas ganas a aquellos Capuccinos de máquina:


    - Bueno, ¿Y cómo vamos a sacar al viejo del hospital? - preguntó Paco, al fin y al cabo, aún no le había explicado nada del plan.
    - Pues creo que esa parte te va a tocar a ti, yo estoy fichado, me reconocerán en cuanto entre allí...
    - ¿Y cómo pretendes que lo haga en solitario? No conozco Valencia, y mucho menos sus hospitales... como para encontrar a Giorgio y sacarlo de allí sin que me pillen, ¡En menuda me vas a meter!.
    - Por eso no te preocupes, mira, si habitación es esta - dije mientras que le apuntaba el número y la planta en una servilleta de papel -, sólo tienes que entrar a la habitación y hacer como que vas de visita.
    - ¿Y luego habrá algo más?
    - Paciencia. Y una vez que el doctor pase a comprobar el estado de Giorgio, me das un toque al móvil. Yo mientras tanto estaré haciendo un par de recados que dejé pendientes por allí. Cuando veas que han pasado unos diez minutos, le das la ropa de la bolsa que te voy a dar y que se cambie. Luego que se ponga unas gafas y salid de allí con total naturalidad, por la puerta de urgencias mismamente. Lo montas en el Golf y cogéis dirección centro. Cuando llegues al L'Oceanografic, paras en una gran rotonda que hay y esperas a que llegue, si es que aún no lo he hecho.
    - No sé... todo suena demasiado fácil. Pero bueno, como tú pagas, tú mandas.
    - Pues sí, amigo, tú lo has dicho jeje.

    Le pagué a la camarera premenopáusica los 3 euros que nos pidió por el par de tazas mientras que ésta se quitaba las legañas de los ojos. Con unas ojeras que le ocupaban medio cara, nos deseó un buen viaje entre bostezos. Volvimos a arrancar y conducimos por la zona más divertida de todo el trayecto: una nacional muy ancha y con casi 20 kilómetros de curvas enlazadas. A esa hora el tráfico ya era mayor y en las cortas rectas con líneas discontinuas que había, exprimíamos al máximo nuestros motores para adelantar a los camiones y las colas que éstos formaban.
    Tras un rato de conducción pura y dura, llegamos a la circunvalación de Albacete, y fuimos por autovía hasta la entrada de Valencia. El viaje se hizo eterno, suerte que tanto al Golf como al Porsche le había instalado un detector de radares, lo que acortó bastante la duración del trayecto. Aún así, aquellas rectas parecían no tener fin.

    Ya en Valencia, me despedí de Paco al comienzo de la zona industrial, él cogió dirección al Hospital de la Fe mientras que yo seguí para el centro. Con un par de pitidos cortos y seguidos, nos dimos un hasta luego. Y en el siguiente cruce, perdí a la "pelotilla" de vista y me centré en encontrar parking cerca de la estación.

    Recorrí media Valencia por la avenida que transcurre paralela al Turia. Un par de coches por detrás mía venía un autobús de Alsa, así que decidí parar a la derecha y dejarle paso. Lo seguí y como bien había supuesto, se dirigía a la estación. Una vez me encontraba en las inmediaciones del recinto, busqué un parking público donde aparcarlo. En el interior del subterráneo había incluso un túnel de lavado. Cuando fui a aparcarlo, se me acercó un chico que no superaba la veintena; por su color de piel y el volumen de sus labios, supuse que sería subsahariano:


    - Amigo, yo lavo el coche, ocho euros. Como nuevo.
    - Buff... lo siento chaval, si es que no llevo dinero... - dije tratando de evadir a aquella mosca cojonera.
    - 5 euros amigo, el agua con jabón vale 4 euros, para mí sólo un euro. Por favor, para comer, lo dejo como nuevo - se llevaba las manos a la boca en gesto de hambre, sus delgados brazos daban fe de su situación.
    - Está bien chico, está bien. ¿Cuánto tardas?
    - Nada, 15 minutos amigo, sólo 15 minutos - en sus ojos podía leer la desesperación y en sus manos maltratadas, la vida de apenas un niño obligado a crecer antes de tiempo.
    - Pues venga, en un rato vuelvo, ¿Dónde pongo el coche? - él me respondió haciendo un gesto con la mano en dirección a la cabina de lavado a presión - ¿Te pago ahora o luego?
    - Ahora 4 euros para máquina, luego si te gusta como queda, otro euro.


    Llevé el coche hasta la cabina, y efectivamente, nada más y nada menos que cuatro euros costaba activar la puta manguerita. Cerré el coche y le di el dinero. "Espérame aquí, ¿Vale? Vuelvo en seguida."

    Salí del aparcamiento cuando el reloj marcaba ya las 10 y media de la mañana. Me acerqué a un señor que repartía periódicos gratuitos en un puesto de esos callejeros y le pregunté si había alguna tienda de las que buscaba por la zona. Sin mucho conocimiento, me dijo directamente que fuera al centro comercial que había al cruzar la calle, que habría una de esas, "por cojones".
    Subí a la cuarta planta siguiendo las indicaciones de la chica de información que había en la entrada (muy guapa por cierto, aunque no me dedicó ni una sonrisa). Allí me asesoraron en un par de minutos, y tras decirles lo que buscaba, me sacaron el único modelo que tenían. Saqué mi tarjeta, y en apenas unos segundos, mi saldo bancario bajó exponencialmente; menudo nudo se me quedó en la garganta después de ventilarme casi 200 mil de las antiguas pesetas.

    Salí de allí con aquel enorme bártulo camino a la estación. Entré por la puerta principal y bajé al sótano. Buscaba el sitio donde pasé la última noche en Valencia. Tras andarme dos o tres veces toda la planta, conseguí dar con el almacén donde habían establecido su residencia habitual mi amigo ucraniano y su cuadrúpedo compañero.

    Llamé a la puerta tratando de imitar el modo en que lo hacía Sergey, y sin mucho éxito, solo acerté a que Dimitri pegara un par de ladridos. Luego escuché a éste arañar la puerta con las pezuñas y, tras unos segundos, por fin pude oír una voz humana dirigiéndose al perro: "Tranquilo chico, tranquilo, ¿Reconoces ese olor? ¡A ver quién es!". El pomo de la puerta se giró y unas manos protegidas por unos guantes sin dedos me abrieron la puerta:


    - ¡Carlos amigo! ¿Qué tal el viaje? ¿Otra vez por aquí? Ya decía yo que Dimitri se olía algo... - se abalanzó sobre mí y me dio un fuerte abrazo mientras que el perro jugaba con mis pantalones. Para mi sorpresa, su olor no era ni vomitivo, ni asqueroso, ni a putrefacto, ni a nada con lo que habitualmente se relacionara a un vagabundo. Olía a colonia de bebé, de esa de euro el litro.
    - Pues nada, que pasaba por aquí y he dicho: creo que alguien me debía una bici... jejeje.
    - ¡Ah! Que vienes por eso... - bajó un poco la vista y la sonrisa desapareció de su rostro.
    - Ya te dije que no era mía, si no te la regalaba... pero se la tengo que devolver a mi amigo.
    - Está bien, está bien. Mira, aquí la tienes, ¿Cómo te la vas a llevar? - la sacó de detrás de un armario que tenía, estaba tapada con una manta y estaba muy limpia y cuidada, para mi sorpresa - te la he engrasado y todo.
    - Hombre gracias, es un detalle por tu parte. No te preocupes, he venido en coche, me las apañaré para meterla dentro. Oye, ¿Por qué no sales fuera un momento? Hay algo ahí que creo que te pertenece.
    - ¿A mí? Yo creo que no he dejado nada, será de las de la limpieza o de alguno de mantenimiento, a ver qué es... -se levantó del sofá y se asomó a la puerta sin demasiada expectación.


    Se encontró con un gran maletín aterciopelado de color negro. Al verlo, preguntó: "Carlos, ¿Qué es esto?". Yo preferí callar y no decir nada, era mejor que lo averiguara por él mismo. El perro se acercó moviendo el rabo de lado a lado y esperó expectante a que Sergey hiciera los honores. Al abrir la tapa se encontró con un nuevo y reluciente saxofón, dispuesto a jubilar a su oxidado y desgastado instrumento que ya se había ganado un descanso.

    Al abrirlo, el pequeño Dimitri comenzó a saltar alrededor del viejo ucraniano, como tratando de animarlo. Comenzó a pasar sus arrugadas manos por el reluciente cromado. Luego sacó un pañuelo del bolsillo y se lo paso por los ojos: se había emocionado. Me sentí muy orgulloso, había conseguido hacer llorar de alegría a alguien que casi podría ser mi abuelo, y al que la vida no se lo había puesto nada fácil. Un gesto tan pequeño como entrar en un centro comercial y meter una clave de cuatro dígitos en un tarjetero, había provocado que alguien tan grande como Sergey hiciera de su cara un mar de lágrimas.

    Aún agachado, observando el maravilloso instrumento, me decidí a ponerle mi brazo en su hombro y decirle: "A veces, los gestos mas desinteresados de la vida, son los que mayores recompensas traen, no cambies nunca, esto sólo será el principio. Gracias por guiarme cuando me perdí, gracias por darme lo poco que tenías. Me tengo que ir, adiós".


    [​IMG]


    Me fui de allí con una sonrisa de oreja a oreja, mirando de reojo el reloj de mi mano izquierda, y aguantando la bici con la derecha. En aquella ocasión, el chucho no fue detrás mía, se quedó cuidando de su dueño. Cuando estaba a punto de subir las escaleras, me giré por última vez para decirles adiós con la mano. Sergey cogió al perro entre las manos y le dijo: "Ves chico, ahí va un ángel". Me guardé para mi todas las perrerías que había hecho a lo largo de mi vida y vi lo lejos que quedaba yo de esa definición. Llegué a sentirme mal, lo vi más como un gesto egoísta que altruista. Aquella mañana, volví a recibir más de lo di.

    Llegué al parking y me encontré con un GT3 muy diferente del que había dejado. Sus llantas, su alerón, sus bajos... brillaban como no lo habían hecho desde que lo tenía, y mira que yo lo mimaba. Lo rodeé con las manos en la cabeza, alucinando con cómo me habían dejado el coche en 10 minutos, ahora sí estaba listo para llegar al Ring con "dignidad".
    Entonces salió aquel chico del baño, secándose las manos con algo de papel y diciendo: "¿Está bien limpio? Un euro". Le dije que se lo daría, pero con una condición: que me ayudara a colocar la bici de alguna manera en aquella cosa. Comenzaba a verle las ventajas a las Citröen Picasso...

    Aceptó sin rechistar mi proposición y acabamos entre los dos de colocar la bici encima de techo y alerón (con la ayuda de un poco cinta de esa de las obras, que sacó él no sé muy bien de dónde). Tras esto, busqué en mi cartera y cogí lo poco que llevaba en metálico (20 euros). Me monté en el coche y bajé la ventanilla, el chico se acercó y me dijo: "Un euro, gracias". Yo le di el billete, y...: "No tengo cambio, lo siento, si no tienes euro, dame lo que quieras, 20 céntimos, 50...". Le respondí que el billete era para él y le dije: "Gracias a ti". Me fui sin darle tiempo a que me lo agradeciera, no me lo merecía; era lo justo. Me dejó el coche impecable, me ayudó con la bici y encima lo hizo de buen humor, ¿Qué más podía pedir?

    Saqué mi ladrillo-Nokia del bolsillo y busqué el móvil de Paco en la agenda: le di un toque, la operación "Liberad a Giorgio" había comenzado...


    Continuará...

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    Última modificación: 23/10/12
  8. Carlosupercars

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    Nuevo capítulo, espero que os guste ;)
     
  9. BM3W

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  10. ATM

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    Madre mia, Carlos, me tienes completamente enganchado con el libro.

    Te cuento una anecdota que me paso este finde, mi madre me dijo que no leia ( ya que habitualmente leo unos 6 libros al año o hasta 15, depende de como me pille el año ).

    Me dijo que porque no leia ningun libro, saque el ordenador y le enseñe el libro que exactamente esta sin terminar pero que poco a poco me lo voy leyendo, el tuyo :Thumb:

    Un saludo grande, y ya hablaremos por Tuenti si la carrera y los amigos me dejan algo de tiempo libre, cuidate y sigue escribiendo.
    Alberto

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  11. Carlosupercars

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    Capítulo 25



    Dejé el Porsche aparcado a unos metros de la entrada para ambulancias, en zona amarilla. Rompí la cinta que sujetaba la bici a alerón y techo y la bajé con cuidado de no rozar la pintura. Supuse que los chicos de las fixies andarían por allí: seguro que alguno conocía el paradero de su legítimo dueño. Subí las escaleras con ella (aquellas que bajé apenas unas horas antes), era muy ligera; su sencillez y ligereza conseguían que fuera una peso pluma.

    Al terminar de subir, como era de esperar, me encontré a unos cuantos chavales con sus bicis. Me dirigí a ellos con la intención de darles alguna explicación y de paso pedirles disculpas por tan precipitado atropello, aunque estaba justificado (al menos bajo mi punto de vista). Pero cuando estaba a apenas unos pasos, uno de los adolescentes me señaló; el resto, hizo lo propio siguiendo la recta imaginaria que trazaba su dedo, dirigiendo sus amenazantes miradas hacia mí. De repente, todos comenzaron a correr en mi dirección. Yo, asustado, solté la bici y me dirigí hacia el refugio de mi 911.

    Bajé las escaleras casi tan rápido como la última vez, y me metí dentro en un santiamén. Acerté a meter la llave en el contacto tras unos cuatro o cinco intentos y salí de allí cagando ostias. Uno de los chicos traía una barra de hierro en la mano. Temí por la integridad de mi amado coche.

    Una vez encaré la enorme vía que conducía a L'Oceanographic, el walkie-talkie comenzó a pitar, señal de que Paco estaba intentando ponerse en contacto conmigo. Lo agarré con la mano derecha, pulsé el botón y dije: "¿Cómo va la cosa?". Al instante, para mi sorpresa, fue Giorgio el que respondió: "Mira para atrás, ragazzo".

    Alcé la vista hacia el espejo retrovisor, pero por el hueco que quedaba entre el alerón y la tapa del motor, sólo veía la matrícula de los coches que estaban más cercanos a mí. La verdad que ese espejo estaba más de adorno que otra cosa, la aerodinámica primaba en la factoría de Stuttgart; y si se tenía que poner un "hierro atravesao" en mitad del espejo para que el tren trasero no despegara del suelo, se ponía. Así que me ayudé del espejo izquierdo para ver algo.
    Circulaba por la derecha, mientras que el resto de borregos circulaban como venía siendo habitual por el carril izquierdo. Y entonces, entre los SUVs financiados a diez años y los monovolúmenes con complejo de deportivo, apareció la pelotilla zigzagueante, con sus luces bien bajas y su suspensión dura como una roca.

    Se colocó justo detrás mía, me dio luces y sonó de nuevo el walkie-talkie. En esa ocasión era Paco el que hablaba: "Señor Carlos, al volante del GTI va un italiano neurótico que lleva seis meses sin coger un coche, por su seguridad y la del resto de usuarios de la vía, le recomiendo que se ponga a su ritmo". Apenas acabó a la frase cuando escuché el berrido del cuatro cilindros al bajar de quinta a tercera en un instante; salió disparado de mi trasera y me adelantó como alma que lleva el diablo mientras engranaba de nuevo cuarta.

    El bóxer se puso celoso y no tuve más remedio que seguir al Golf; lo ayudé reduciendo también a tercera y realizando una conducción completamente "eficiente". Avanzábamos por el carril derecho mientras una horda de conductores estresados, furiosos y robotizados colapsaban los carriles izquierdos. Escuchaba sus risas por el walkie y yo, los acompañaba con mi sonrisa de matador saliendo por la puerta grande tras una faena exitosa. Nuestros motores rugían a 5000 revoluciones por minuto, ajenos a lo que sucedía a su izquierda: centenas, quizá miles de HDIs, TDIs, CDTIs y demás familias "calamarsianas" sonaban desacompasados al ritmo de su ralentí, esperando salir del atasco. Cogimos dirección Barcelona en un periquete; aquello de circular por el carril de vehículos lentos era un auténtico chollazo, deberían de cambiarle el nombre por el de carril V.I.P.

    Y tras esta pequeña tomadura de pelo a tan sana costumbre española, llegamos a la rotonda en la que cogimos la E-15, dirección norte. Al verla relativamente vacía, me tomé la licencia de entrar en segunda y pegar un buen "zapatazo" para que el cachorro deslizara sus patitas traseras y sacara la parte salvaje que escondía debajo de esa elegante línea, alterada sólo por un enorme alerón y unas llantas circuiteras. Paco y Giorgio comenzaron de nuevo con sus risas por el walkie al verme realizar tal maniobra y, tras unos segundos recuperando el aliento, Giorgio dijo: "Próxima parada, el infierno verde".

    Al decir eso, yo pensé para mí: "Sí, y mis cojones 33". Pero preferí no fastidiarle la sorpresa y darle el beneficio de la duda, mi silencio fue todo lo que recibió. El destino aún le tenía preparado alguna cosa más antes de ponerle la guinda al pastel; siempre por supuesto, contando con mi ayuda y la de Paco.

    Llegamos a las inmediaciones de Barcelona casi a las 3 de la tarde. Con un Sol cálido y agradable y las cocinas de más de un restaurante ya cerradas; nos paramos en la típica parada de servicio donde te cobran el agua a precio de Rioja. Lo primero que hice fue ir al baño, mi vejiga estaba al borde de la implosión. Mientras me lavaba las manos después de lo que consideré el mayor placer del día, Paco salió de otra de las puertas del aseo y se puso a mi lado. Aproveché ese momento sin Giorgio para comentarle el cambio de planes. Lo convencí con el pretexto de que era para darle una alegría al "viejo".

    Antes de comerme el bocadillo de lomo con pimientos que me había pedido, fui al multiservicio de la gasolinera y compré pastillas para el mareo y también para dormir. Confiaba que con las primeras no tendría que recurrir a las segundas, pero nunca se sabe. Llegué a la mesa donde estaban ya comiendo Paco y un debilitado Giorgio, y los acompañé devorando mi bocata, cuyo lomo estaba duro y correoso, por el rato que llevaba ya hecho.

    Durante la sobremesa, la pareja me contó cómo habían conseguido salir del hospital sin levantar sospecha alguna y de una forma bastante rápida. He de admitir que su método fue más profesional que el que utilicé un par de noches antes, pero yo no conté con vestuario ni batas, ellos sin embargo no podían decir lo mismo.

    El caso es que al final de la comida, ya cuando estábamos tomando el café, Giorgio se levantó para ir al servicio, momento que aproveché para "aliñar" su cortado. "¿No te habrás pasado?" preguntó Paco mientras que yo vertía el contenido de tres cápsulas en el interior de la taza. "Efectos secundarios: dolores articulares, cervicales y somnolencia. Vamos, que este va a dar el viaje de un tirón, y no vais a tener que parar porque esté mareado, eso fijo jeje...". Cuando terminé de decir esto, Paco me miraba con escepticismo, pero bueno, al fin y al cabo, allí el ex-médico era yo, así que sabía lo que hacía, al menos en teoría.

    El italiano se tomó el café de un sorbo, por lo que intuí que no había notado ningún sabor extraño. Esperé unos minutos más en aquel lugar, con el pretexto de ver el tiempo de las cuatro en la tele. Giorgio insistía en que quería seguir al volante del Golf, pero de eso nada, hasta que no se durmiera no saldríamos de allí. Finalmente, tras unos minutos aguantando, aquellas pastillitas empezaron a hacerle efecto. Los ojos se le cubrieron con un velo lagrimal y bostezaba reiteradamente. Finalmente, pronunció la frase que tan pacientemente habíamos esperado: "Buah, se me pegan los ojos, ¿Lo llevas tú un rato?".

    Paco aceptó de buena gana conducirlo y nos levantamos de la mesa. Me acerqué a la barra y como de costumbre, pagué lo de todos. Luego echamos gasolina y, mientras pagaba en el interior, pude ver a Giorgio cerrando los ojos. Por delante nos esperaban más de 1000 kilómetros hasta nuestro primer destino.

    Pero bueno, no lo hicimos del tirón. Hicimos escala en Mónaco para verlo aunque fuera desde el coche, pues el italiano seguía durmiendo como un tronco, cosa que entraba dentro de nuestros planes.

    Cuando volvió a abrir los ojos, lo hizo con la luz del amanecer. Salió del coche (que estaba parado) y se encontró con un lugar que le resultaba bastante conocido: un pequeño hostal llamado La Piola en el que habíamos parado a desayunar después de toda la noche conduciendo. Cuando entró al local, aún medio dormido y con cierto aire desacompasado, nos buscó entre la multitud de camioneros y demás conductores que había por allí y, fue directamente a por mí:


    - ¿Dónde me has traído, figlio di puttana?
    - ¿No hay que pasar por aquí para ir a Nurburgring? No vuelvo a hacerle caso al GPS... - la ironía y la interpretación eran dos facetas que dominaba de forma virtuosa.
    -Sois unos mamonazos... ¿Cuántas horas llevo durmiendo? ¿Qué hora es?
    - Pues son las 6 y media - dije como ignorando de qué iba el tema.
    - Joder... ¿En 3 horas y media hemos ido de Barcelona a Módena?
    - No Giorgio, es que no son las 6 y media de la tarde, son las 6 y media de la mañana - esto último lo dije con los dientes juntos, tratando que no me entendiera bien.
    - ¡¿Que qué?! ¿Me estás diciendo que llevo 12 horas dormido? - soltó un grito que se oyó en todo el bar. - No he dormido tanto en mi puta vida, ¿Qué coño me habéis hecho?
    - ¿Yo? Nada. Y en realidad han sido 15 horas... - alejé mi cara de su mano por temor a que me arreara un guantazo en cualquier momento, pues el gesto de mi rostro indicaba que estaba mintiendo como un bellaco.
    - A ver... ¿Qué me has dado? Ha sido en el café ¿Verdad? - Giorgio era ya un perro viejo, se las sabía todas el muy cabrón...
    - Nada, una pastillita de nada, para el mareo más que nada, no sabía si te iba a sentar bien tanto viaje... - al final iba a resultar que era buena gente y todo.
    - Eso es mentira, te ha echado tres, que yo haya visto. Te quería dejar en coma como h estado él - gracias a Paco, quedé como lo peor de lo peor y confirmé que no se podía fiar de mí.
    - Menos mal que Paco es un tío sincero, ¡La madre que te parió, Carlos!
    - Joder, que quería darte una sorpresa, ¿No te ha hecho ilusión?
    - ¿Ilusión? En esta zona no tengo ya a nadie. Sólo me quedan recuerdos y tumbas a las que poner flores. Pero bueno, te agradezco el gesto Carlos - se acercó a mí y me dio un abrazo, aunque no sabía muy bien si era sincero o por compromiso.


    Entonces Paco entró de nuevo en la conversación y dijo: "Bueno ¿Qué?, ¿Vamos a estar aquí todo el día o vamos a hacer algo? Es por ponerme cómodo y eso... ". Nos levantamos los dos de los taburetes de la barra, no sin antes preguntarle a Giorgio si quería algo, aunque después de 15 horas durmiendo, poca energía le hacía falta.

    Al salir del restaurante, ofrecí al italiano las llaves del Porsche. Apenas nos habíamos montado cuando un sonido muy gordo, a V12, comenzó a retumbar en aquellas enormes y llanas plantaciones de secano. Giorgio se bajó del coche y se asomó a la orilla de la nacional en la que quedaba aquel hostal. El ruido era cada vez más intenso y cercano. No sabía muy bien qué coche era, pero seguía engranando marcha tras marcha, y para cuando llegó a nuestra altura, podría haber despegado si hubiera querido.

    Giorgio se quedó esperándolo con los manos en gesto de victoria y poniendo una sonrisa cómplice al conductor de semejante máquina. Pasó por la puerta del hostal como un cohete, supongo que a unos 240 por una carretera limitada a 90. Era de color naranja y extremadamente bajo y ancho, mi Porsche a su lado parecería un Land Rover. Apenas superó el hostal cuando clavó frenos y redujo marchas como si no hubiera mañana. No supe muy bien porqué lo había hecho, pues se perdió tras los setos del restaurante y sólo podía escucharlo; pero el caso es que frenó en seco y en el ambiente solo sonaba ya el ralentí de 12 cilindros con sed de gasolina.

    Giorgio, al estar en la puerta, sí pudo ver porqué paro. Se volvió hacia mí y dijo: "Rápido, rápido, sube al coche". Me senté de acompañante mientras que él arrancaba y se abrochaba el cinturón. Salió de allí entre una nube de arena y polvo y obviando que Paco también tenía que seguirnos. Encaró la nacional en la misma dirección que aquella maravilla. Pude verla parada en mitad de la carretera, con las luces de emergencia puestas, como esperando. Era la quinta esencia de la automoción: lleno de vértices, líneas rectas y sonando a gloria. Por fin pude desvelar de qué modelo se trataba, era un Lamborghini Aventador.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=YPqIBIHrHkc&feature=colike"]Lamborghini Aventador Commercial (FULL HD) - YouTube[/ame]


    Giorgio aceleraba, engranaba marcha tras marcha, íbamos muy rápido. Aquella obra de arte con matrícula estaba ya muy cerca, yo le grité: "¡¿Pero qué haces loco?! Que nos vamos a chocar...". Giorgio sonreía y se mantenía en silencio. Yo empecé a poner mis rodillas cerca del salpicadero, esperando la inminente colisión. Pero cuando ya todo parecía perdido, el Aventador comenzó a moverse, traccionando de una forma extraordinaria. En apenas unos segundos, se había puesto a nuestra velocidad, justo delante de nosotros. Pero eso no hizo que Giorgio levantara el pedal, seguía achuchando por detrás a aquel monstruo de 400 mil euros. Aquella recta parecía no tener fin, y si lo tenía, tampoco podríamos alcanzar a verlo con la silueta del Lamborghini justo delante nuestra.

    El marcador indicaba ya los 220 por hora, una velocidad completamente fuera de lugar en ese tramo. Pero ni Giorgio ni el Aventador iban a dejar su brazo a torcer. Y cuando parecía que le íbamos a dar caza, éste saco todo su potencial y empezó a coger distancia. En apenas medio kilómetro nos sacó unos 20 coches de ventaja. La velocidad seguía aumentando y ya rodábamos a 260 kilómetros por hora. Aquel anciano impedido se había convertido en un piloto sin alma ni miedo a la muerte. Pero yo sí se lo tenía, así que le pedí que parara de una vez, o aquel pique acabaría con nosotros.

    Levantó el pie y pudimos ver como el Lambo seguía acelerando y acelerando y perdiéndose más y más entre aquellos campos de maíz. Cuando volvimos a circular a velocidades terrenales, por el espejo retrovisor pude distinguir el Golf de Paco. ¡Menos mal! Hubiera sido imposible encontrarnos en plena Emilia-Romagna con nuestro vastos conocimientos de la cultura italiana. Tras tres kilómetros más de recta, una curva le puso fin. Y tras ésta, había un cruce que nos mandaba dirección Módena. Fue entonces cuando apareció misteriosamente por el retrovisor el deportivo italiano con ganas de más marcha. Adelantó al Golf y se quedó detrás nuestra, dando acelerones en vacío mientras Giorgio decidía qué camino coger, pues al fin y al cabo, era nuestro particular guía turístico.

    Tras un cuarto acelerón, dijo algo en italiano y se bajó del coche, en dirección a la mancha naranja que había en el retrovisor. Por un segundo pensé que iba a pegarle o algo por el estilo, pero nada más lejos de la realidad... Del Lamborghini se bajó otro hombre, también algo mayor, con una rostro que no evocaba absolutamente nada, era frío como el hielo. Se dieron la mano y comenzaron a hablar como si se conocieran de toda la vida. Tras unos minutos taponando el cruce, Giorgio volvió al coche y el otro hizo lo propio con el Aventador. Le dejamos paso y le seguimos, ahora a un ritmo más pausado.

    Circulamos por el centro de Módena detrás de aquel superdeportivo y escoltados por el Golf, que cerraba el trío de Ases. Lo curioso de aquella ciudad es que apenas algún adolescente giraba la cabeza para vernos pasar; la gente se tomaba aquello con la misma naturalidad que en Jaén se reaccionaba al ver la luz del día.

    Tras salvar los insufribles semáforos y lidiar con el violento tráfico italiano, salimos de allí por otra vía de doble sentido. Los tres adelantábamos a los camiones incluso viniendo coches de frente; los arcenes se convertían en improvisados carriles por los que se apartaban para esquivar la muerte en forma de choque frontal. El Aventador lo hacía con una facilidad pasmosa, apenas tenía que pisar un poco el gas para salir disparado a la trasera del siguiente tráiler. A Giorgio le costaba un poco más adelantar, pero con bajar de marcha el problema estaba solucionado. Por su parte, Paco estaba pasando un mal rato, le faltaba potencia, marchas y aerodinámica para seguir el endiablado ritmo que marcaba aquel señor de mirada distante.

    En unos minutos estábamos ascendiendo por una revirada carretera que se dirigía directamente al corazón de Los Apeninos. Aquel era el terreno natural del Porsche: en cada curva u horquilla su trasera se ponía juguetona y comenzaba a sobrevirar. Pero si allí era donde el 911 se sentía cómodo, también era dónde el Lambo había nacido. Ni que decir tiene que su tracción, rendimiento y comportamiento estaban a años luz de mi humilde alemán. Para ser sincero, hubiera dado un riñón por coger aquel toro por los cuernos.

    Cuando más estaba disfrutando, en una zona un poco más abierta en la que la sensación de velocidad era mayor, el Aventador redujo el ritmo y puso el intermitente derecho. Entre los pinos, salía un camino de gravilla no muy recomendable para coches con apenas unos centímetros de distancia con el suelo. Muy despacio, avanzamos a lo largo de un carril que no sabía muy bien dónde llevaba, dándole a Paco la oportunidad de ponerse a nuestra altura.

    Con la carretera ya desaparecida del espejo retrovisor, un pequeño granero con pinta de llevar años abandonado ponía fin a la vía. Levantó la angulosa puerta de tijera y salió del coche ayudándose de su brazo izquierdo. Nosotros le seguimos y también nos bajamos del nuestro. Aquel señor se acercó a mí (era mucho más bajo de lo que aparentaba detrás del volante), me extendió la mano, me dedicó una escueta sonrisa y dijo: "Valentino, piacere di conoscerle".

    Ahora que lo veía más de cerca, me recordaba mucho a alguien, y no sabía a quién... pero apenas me dio tiempo a pensarlo, pues los dos italianos comenzaron a hablar en su idioma natal, y a duras penas pude descifrar qué decían. Tras acabar con la conversación, aquel desconocido se acercó al coche nuevamente y sacó un juego de llaves de debajo del asiento del acompañante. Se acercó junto a Giorgio a la puerta del granero, y la abrieron entre los dos.

    La curiosidad me pudo y me acerqué a ver qué se cocía en el interior de esa vieja construcción. Di unos pasos muy despacio con temor a que descubrieran que estaba tratando olisquear en aquel rincón escondido de las miradas ajenas. Pensé que mis ojos me engañaban... ¿Cómo era posible que estuvieran ahí? Parecían llevar toda la vida escondidos: medio siglo esperando una segunda oportunidad, que nunca llegó.



    Continuará...


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    Última modificación: 26/10/12
  12. Carlosupercars

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    Nuevo capítulo, espero que os guste. Cualquier fallo o crítica que tengáis, aquí me tenéis.
     
  13. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Muy grande Carlos!!!
    He pensado que cuando acabes la historia, y siempre con tu permiso, en pasarla a PDF... Sería un puntazo, ya que estaría toda unida en el mismo sitio.
    Sigue así amigo!! :D
     
  14. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Nada hombre, con la historia haz lo que quieras, cuando la acabe tengo pensado pasarla a PDF y alguna cosilla más, con lo cual, problema ninguno. Sería un orgullo en todo caso :Thumb:
     
  15. ATM

    ATM Soloporschista

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    Siempre siempre adelantandome :diablo::Smiling Face With Open Mouth::Smiling Face With Open Mouth::Smiling Face With Open Mouth:

    Me encanta este relato Carlos, da gusto leerlo, cuando lo termines lo paso a papel, en plan libro, y de portada sino te parece mal, eso si con tu titulo y el nombre del autor escrito, editorial del libro; Viciadoalagasolina (marca registrada), vendra como foto de portada esta, a ver que te parece :D

    [​IMG]


    Sigue asi con el libro, ya que despues de 25 capitulos yo ya no lo considero un relato, estoy enganchado a este libro :[amen]

    Un saludo :Thumb:

    Joder, la foto está guapísima. Tengo ganas de seguir colgando capítulos y capítulos, aún queda algo para el final, pero creo que os gustará. Como ya he dicho en forocoches, voy a bajar mucho el ritmo, pero espero que eso repercuta positivamente en la calidad de los últimos capítulos.
     
    Última modificación por un moderador: 27/10/12
  16. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Carlos tio un crack ... se huele en el ambiente lo que hay ... que carajos eran los tres coches
     
  17. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :Thumb: de NUEVO :[applause] :[applause] :[applause] :[applause] NO tardes MUCHO :D
     
  18. Pereña

    Pereña Gran Experto Porschista

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    Ya sabes que te sigo tanto por aquí como por FC :Thumb:

    Sólo puedo decir:
    :[applause]
    :[applause]:[applause]
    :[applause]:[applause]:[applause]



    P.D.: Como ya te he dicho en FC, dedica tiempo a "tus cosas, tus estudios y tus amigos" y escribe sólo cuando puedas y estés inspirado para que todo eso que tienes en tu cabeza nos lo puedas plasmar con todo lujo de detalles como lo has hecho hasta ahora.
     
  19. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Shanghai
    Capítulo 26


    Unos neumáticos, desinflados y medio podridos por la acción de la humedad y del paso del tiempo, sostenían dos maravillas dignas de estar en cualquier museo de arte contemporáneo. El óxido y la corrosión no conseguían eclipsar la belleza de dos automóviles que por sí solos eran un pedazo de historia de Lamborghini.

    Observaba a Valentino con su mano puesta sobre el hombro de Giorgio. Por primera vez desde que lo vi, su sonrisa no era por compromiso, sino sincera y desinteresada. Mientras tanto Giorgio no podía contener las lágrimas, que resbalaban por su rostro mientras trataba de secarlas con un pañuelo. Valentino señalaba cada detalle del Miura y del 400gt, ambos con un color mucho más apagado del que tenían cuando salieron de la fábrica y fueron entregados a Giorgio y su amigo Bob. No consiguió quitar su sonrisa a lo largo de todo el tour que dieron por el viejo granero, al igual que no quitó en ningún momento su mano del hombro de Giorgio.

    Cuando éste consiguió tranquilizarse, nos hizo un gesto a mí y a Paco para que nos acercáramos. Cuando nos pusimos a su altura, junto a una mesa llena de piezas de motor y un armario de herramientas, Valentino sacó unas llaves del bolsillo de su chaqueta y abrió ambos coches. Giorgio fue directo a sentarse en el asiento del Miura: su compañero durante miles de kilómetros en su viaje por Europa. Pude notar una ligera sensación de vacío al ver el reencuentro de ambos: Giorgio era apenas un crío cuando se sentó allí por última vez, y el Miura era un pre-serie que nunca consiguió la homologación necesaria para que alguien lo guardara en su garaje: era un coche de pruebas. Y medio siglo más tarde volvían a estar juntos; el Lamborghini estaba ya en el otro barrio, y a Giorgio poco le faltaba.

    Como el encontronazo entre dos hermanos bastardos, la sensación que inundaba el ambiente era la de que ninguno tenía nada que decirle al otro: uno llevaba toda una vida abandonado, con la única compañía de un 400gt de color verde que siguió su mismo camino. El otro llevaba medio año sólo, eso que yo supiera; nadie lo reclamaba, nadie lo precisaba, nadie lo necesitaba. Eran dos viejas glorias a merced del viento y de un destino que poco o nada tenía ya pensado para ellos. No pude evitar que incluso a mí se me cayera alguna lágrima ante tal choque de sentimientos; por una parte me daba rabia el hecho de que esos dos coches no volverían a circular, y que seguramente su descorchada pintura no volvería a ver la luz del día. Por otra parte, podía ver a un hombre con un pasado brillante, que se desvanecía en un bucle autodestructivo hacia el final de su vida.

    Ya un poco más calmado, y sentado tras el volante del 400gt, pude comenzar a unir cabos sueltos y, llegué a la conclusión de que, ese tal Valentino, era el que le quitó el puesto a Giorgio décadas antes como probador de Lamborghini. Pero de ser así, no entendía como existía tanta complicidad entre ellos, más que amigos, parecían hermanos. Giorgio no me había contado toda la verdad, quizá por eso no le gustó que pasáramos por su tierra. El caso es que mi personalidad curiosa se quemó junto a mi piel unos meses atrás, así que preferí disfrutar del momento y dejarme de preguntas incómodas para Giorgio.

    Tras unos minutos sentado allí, con un olor a polvo y cuero viejo bastante agradable, el italiano desconocido me tocó en el cristal y me invitó a salir del coche. Me despedí de aquella preciosidad de interior, pensando en la socorrida frase de "ya no se hacen coches como los de antes"; era magnífico, a diferencia de los coches actuales, allí dentro todo era espacio y lujo. Más que en un deportivo parecía estar en un yate. Era hermoso, simple, funcional y su puesto de conducción era muy bajo. Entre ambos asientos había un gran espacio donde se albergaba la enorme caja de cambios. En fin, eché un último vistazo a aquel interior orgásmico y pensé con tristeza que podrían pasar otros 50 años para que alguien se sentara allí.


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    Aún mantenían sus matrículas originales, de color negro con letras y números en blanco. Su estado completamente original hacía que fueran joyas de incalculable valor en el sitio y momento equivocados. Esa visión apenas duró unos segundos más, Valentino cerró las puertas del granero y aquello se volvió a convertir en un cementerio de dioses.

    Los tres nos dirigíamos a nuestros coches cuando aquel misterioso señor nos gritó: "Attendere un minuto". Se fue a la parte de atrás del granero mientras que le pedía a Giorgio que me tradujera. Tras explicarme que nos estaba pidiendo que lo esperáramos un minuto, escuchamos algo arrancar detrás de esas paredes. De un momento para otro, tras una nube de gravilla y polvo, salió un pequeñín de culo inquieto a toda leche. Se trataba de un Fiat 600 con algunas modificaciones. Se paró junto al Aventador y Valentino se bajó de él. Giorgio se llevó las manos al rostro: no podía creer que su primer coche, al que le perdió la pista mucho tiempo atrás, seguía con vida. Tenía un ronroneo increíble, traqueteaba continuamente, como si fuera a pararse... pero se aceleraba un poco (lo justo para subir de revoluciones) y volvía a sonar muy fino. Comenzó a darle vueltas como un loco, comprobando que cada detalle y cada componente estaban tal y como él los había dejado 40 años atrás en la casa de sus padres. Yo tampoco pude contener la curiosidad, y me acerqué a echarle un vistazo: suspensión más rígida y baja, pinzas de freno con el símbolo de Il Cavallino y todo el kit exterior de Abarth. Además sonaba mucho más bronco que el típico 600 que conservaba más de un abuelete en Jaén.

    Sin más, abrió la puerta del Fiat y se sentó en el asiento del conductor, no sin antes darle un abrazo a su amigo. Parecía un niño con zapatos nuevos, lo había visto sonreír antes, pero nunca con esa intensidad ni ese brillo en los ojos. Sólo pude pensar que "olé" por Valentino, le dio la alegría de su vida al viejo... fue entonces cuando volví a sentirme vivo por primera vez desde el coma. Paco arrancó el Golf, yo el Gt3 y el probador su Lamborghini.

    Pero Giorgio se volvió a bajar del 600, se acercó al Aventador y le comentó algo a su afortunado conductor. Tras esto, se bajó del coche él también y vino en dirección al mío; se puso enfrente y lo señaló, luego hizo el típico gesto de sacar músculos, dando a entender que parecía rápido. Entonces señaló nuevamente a la mancha naranja e hizo algo con los dedos, dando a entender que si quería cambiar de automóvil. Tras esto, yo también me animé a salir del coche, para asegurarme de que lo había entendido bien y no era otra cosa lo que me estaba pidiendo.

    Tras confirmar que era esa su voluntad, me hizo entrega de las llaves , mucho más complejas y conseguidas que las del GT3, que eran más bien sosas y simples (también más elegantes). Yo hice lo propio, le dejé las mías y lo invité a sentarse mientras le explicaba cómo funcionaba, pero evitó cualquier aclaración haciendo un gesto con la mano para que parara, mientras me decía, ya en inglés: "I know, dont worry".

    Llegó el momento de dirigirse al Aventador, que mas que un coche, parecía una obra de orfebrería grotescamente sobrecargada. Me encontré con la puerta abierta, con lo que me ahorré el tener que descifrar cómo diablos se abría, algo muy común en los deportivos más modernos. Sin más dilaciones, me senté en su interior, también repleto de relojes, botones y vértices innecesarios que daban la sensación de estar en una nave en vez de un coche; por un segundo, eché de menos la sencillez del Porsche. Al igual que la eché de menos a ella cuando miré al asiento del copiloto... pero en fin, Cristina era la siguiente tarea pendiente en mi agenda, esperaba no tardar demasiado en volver a tenerla cerca.

    Inserté aquella llave futurista (que no era una llave propiamente dicha, sino una especie de tarjeta) y pulsé el botón de Star/Stop. El espíritu de la marca del toro invadió al instante cada célula de mi cuerpo. Un cuadro digital sobrecargado con multitud de indicadores que podía modificar a mi antojo daban una idea de ese espíritu. No era ni elegante, no acogedor, ni funcional; era la obra más impresionista, ambiciosa y ostentosa en la que había tenido el placer de montarme, y me gustaba. Apenas tuve tiempo de reconocer todos los marcadores del cuadro, en especial el de la autonomía, que con 3/4 de depósito llenos apenas tenía para 200 kilómetros a un ritmo "tranquilo". No pude evitar soltar una carcajada y decir: "¡Es un puto Prius el hijo de puta!".

    El Fiat salió el primero dirección a la carretera, detrás fue el Volkswagen. Y tras ellos salí yo, muy despacio, tratando de acostumbrarme al tacto de aquella bestia, la cual no sabía muy bien con qué mapa motor iba configurada. Hice todo el carril en segunda para que no perdiera tracción, algo que al mío le costaba muy poco... ¡Y tanto que le costaba poco! Justo detrás, Valentino (Balboni, lo pude leer en la documentación y los aparatos que había esparcidos por todo el interior) iba con la trasera del coche de lado a lado. El bóxer resonaba entre los árboles, pegando acelerones que ponían a prueba su resistencia. Al principio iba preocupado por la integridad de mi amado 911, pero luego pensé: "¡Qué coño! Es Valentino Balboni, no Manolo el del bar " y me despreocupé por completo de él. Mi única preocupación era disfrutar de uno de esos momentos que contaría a mis nietos (si algún día consiguía tenerlos).

    En seguida llegamos a la nacional, el Micromachine salió el primero cediendo el paso a un tráiler que bajaba en dirección a Módena. Salió tras él y le siguió el GTI. Ambos salieron de allí muy rápido, engranando marcha tras marcha y desaparecieron tras el quitamiedos de la siguiente curva. A mí sinceramente me pareció que iban casi parados, y su aceleración me pareció una minducia al lado de los dos fuera de serie que aún quedaban por unirse al cuarteto...

    Miré con precaución a ambos lados de la vía (las ventanas del Lambo no eran precisamente una oda a la visibilidad), y salí dando un pequeño acelerón tras el cual cambié rápidamente a segunda y tercera. Pero el alemán que iba detrás (pilotado por un italiano con más kilómetros a sus espaladas que un taxista) no tenía ganas de andarse por las ramas. Salió del cruce inmediatamente después de mí, ya de medio lado. La nube de polvo del camino se fundió con el humo y las marcas de ruedas en el asfalto. Sin tiempo a reaccionar, me pasó como alma que lleva el diablo antes de llegar a la curva. La verdad que no terminaba de cogerle el punto a esa forma tan temeraria de conducir, pero el caso es que le seguí el ritmo.

    Volví a bajar a segunda, y apenas hundí el acelerador hasta la mitad, cuando la curva se me echó encima al instante. Giré el volante a tope, pensando que iba a darme de frente con el quitamiedos. Pero nada de eso, la macchina de Santa Agata se pegó al asfalto como una lapa, de hecho tuve que rectificar para no meterme en el otro carril. Al superar el par de curvas enlazadas, estaba ya pegado nuevamente al GT3, que se movía de una forma realmente bella al mando de unas manos de tal calibre. E inmediatamente delante de él, el Golf y el Fiat, pegado a las luces traseras del enorme remolque del tráiler.

    En el horizonte teñido por un Sol anaranjado de las primeras horas de la mañana, se extendía una recta no muy larga pero en la que merecía la pena intentarlo. Tuvo el detalle de poner el intermitente antes de invadir el carril contrario y ahogar el pedal hasta la altura de las alfombrillas. Yo no quise que se fuera sólo y en tercera acaricié el acelerador y sus 700 caballos hicieron el resto. Cuando quise darme cuenta, sólo tenía delante mi propio coche, y por el espejo retrovisor observaba al pequeño Fitito y su oscuro perseguidor iniciando la maniobra de adelantamiento. Pero no era momento de mirar a los espejos retrovisores, con un descenso de Los Apeninos por delante y media cuadra de esencia emiloromañola en el pie derecho, la menor de mis preocupaciones era lo que pasaba por detrás.

    Curva tras curva, el Porsche seguía paseando su trasera por el filo de los quitamiedos como si esa fuera su forma natural de desplazarse. Aunque ese hombre era un as al volante, mi corazón no aguantaría mucho más esas taquicardias, así que, como "ojos que no ven, corazón que no siente", en la siguiente recta con un poco de visibilidad (si a eso se le podía llamar recta), di gas y pasé a mi niño mimado. Ahora estábamos solos el Aventador y yo, en lo que sería una batalla épica por el control de la carretera.

    Fue entonces cuando tuve la oportunidad de exprimir al máximo todo el potencial que se escondía debajo de aquel trabajado capó. Contuve la respiración y una gota de sudor se escurrió por mi cuello. Bajé a segunda a unos 100 kilómetros por hora y un sonoro rugido despertó al espíritu de la automoción. El simple gesto de retorcer mis piernas en aquellos pedales me llevó a una dimensión hasta entonces desconocida para mí. Los vehículos que ascendían por aquella revirada ruta me echaban luces; en el rostro de los conductores se podía leer una mezcla de envidia hacia mi persona y admiración por la máquina que pilotaba. Sólo un Tsunami o la mirada penetrante de sus ojos grises podrían sacarme de aquella burbuja de emociones elevadas al máximo exponente. Cada acelerón me empujaba hacia el respaldo del asiento, cada frenazo hacía que aquellos cinturones de triple anclaje me sujetaran para no salir catapultado por el parabrisas, y aquellos enormes neumáticos, con el diámetro del Sol y la anchura del Amazonas me mantenían en la trayectoria curva tras curva.

    Un cóctel de tracción, agarre y potencia me mantuvo durante unos minutos en una dimensión a la que pude considerar mi particular cielo. Mis tímpanos gozaban con aquel sonido emitido a frecuencias hasta entonces desconocidas para ellos. Pero aquello se acabó pronto, apenas había superado el descenso de la cordillera cuando mi fiel Nokia hizo acto de presencia. Reduje mi velocidad, cercana al doble de lo permitida, subí marchas para reducir el ruido y conseguí cogerlo. Era Paco: "Alonso, da la vuelta, que te has pasado".

    Me encontré a los tres parados en la entrada de un viejo cortijo. Baje de aquel sueño con ruedas y me aproximé a ver lo que estaban haciendo. Me encontré con un emocionado Giorgio abriendo lo que un día fue la casa de sus padres. De ese momento pocos detalles hay que dar, simplemente metieron el 600 en un pequeño garaje que había a la entrada y cerró de nuevo la verja de la entrada. Entonces el viejo se acercó a mí y me dijo entre sollozos: "Ala, ya hemos visto lo que queda por aquí de mí, ¿Ya estas contento? Te agradecería que saliéramos de aquí ya...".

    Al principio no comprendía muy bien aquella reacción a los últimos acontecimientos (en mi opinión bastante positivos), pero el caso es que no le apetecía seguir por allí. Valentino me devolvió mis llaves, nos dio un abrazo y se marchó de allí a lomos de su toro naranja. Nosotros tampoco tardamos mucho en irnos. Giorgio se acercó a la cuneta, y cogió un par de violetas que habían nacido en un grieta del asfalto. Fue a la puerta y las dejó en un buzón de madera podrida. Dijo: "Una por mi madre y otra por mi padre", y se montó en el Golf con Paco; al parecer no estaba demasiado contento conmigo.

    De nuevo en el coche, sólo, pude comprender que aquel flaco favor que le hice, solo sirvió para reabrirle heridas que no habían terminado de cicatrizar. Volví a sentirme sucio, casi como un monstruo; me había dejado llevar por la lujuria y la soberbia, sin alcanzar a ver más allá de mi propio ombligo. Lo había llevado al sitio que un día fue su hogar, y del que hoy sólo quedaban cadáveres y restos de un pasado mejor. Mis ilusiones de ir a Nurburgring se habían esfumado, de hecho ya no sabía si me apetecía seguir conduciendo. Me paré en el primer hueco que pude, apagué el motor y cerré los ojos, tratando de escapar de aquella situación, buscando de nuevo mi propia burbuja.





    Continuará...


    http://911memoriasdeunfuturoincierto.wordpress.com/
     
  20. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    he de decirte que has conseguido alegrarme un día algo malo... Mil gracias:beer::Thumb:

    Gracias a vosotros, que lleváis alegrándome el día casi dos meses, cuando estoy en clase y me dan un mala nota o vengo de la uni cansado de todo, miro los comentarios de aquí y los demás sitios y siempre me sacáis una sonrisa. Es de las pocas cosas gratificantes que estoy haciendo actualmente.
     
    Última modificación por un moderador: 30/10/12