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911, memorias de un futuro incierto (relato).

Tema en 'Foro general Porsche' comenzado por Carlosupercars, 11/10/12.

  1. Carlosupercars

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    Gracias a vosotros, que lleváis alegrándome el día casi dos meses, cuando estoy en clase y me dan un mala nota o vengo de la uni cansado de todo, miro los comentarios de aquí y los demás sitios y siempre me sacáis una sonrisa. Es de las pocas cosas gratificantes que estoy haciendo actualmente
     
  2. BM3W

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  3. Superbross

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    Sigo enganchadísimo, cada vez me gusta mas y la idea de pasarlo a PDF me parece genial :Thumb:
     
  4. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 27




    Apenas pasé unos minutos allí sentado cuando el Golf vino de vuelta para ver qué me había pasado. Aparcaron justo delante y se bajó Giorgio del coche, en el que iba de copiloto. Se acercó a mi puerta, la abrió, y tras esto dijo: "Baja anda, y no te preocupes que no es para tanto". Me bajé desganado y me senté de acompañante. Me puse el cinturón y volví a cerrar los ojos.

    Estaba muy cansado y desanimado, todo se había puesto en contra y ni siquiera encontré las fuerzas para pedirle perdón a Giorgio. Arrancó y fuimos detrás del Golf. El ambiente era muy tenso y su conducción muy tranquila y relajada. Así que busqué como pude una posición cómoda en aquel baquet rígido como el cristal y traté de descansar un poco. Con el día apenas empezado, mis párpados se cerraron y mi mente fue desconectando con la ayuda del bóxer a solo 2000 rpm. No quise pensar cómo iría Paco, que llevaba más de 24 horas seguidas al volante.

    Cuando desperté de la siestecita, lo hice con un frío terrible y una extraña sensación de soledad. Conseguí enfocar mi vista, y me percaté de que seguía aún dentro del GT3: estaba a salvo. El coche estaba parado al lado de un Land Rover largo de color blanco, y el Sol de medio día incidía directamente sobre mi cara, razón por la cual me había despertado. Giorgio no se encontraba dentro, el asiento del conductor estaba vacío, pero las puertas seguían abiertas y las llaves en el hueco de mi puerta. Toqué el cristal, estaba congelado, razón con lo que entendí que fuera hacía aún más frío. Busqué mi chaqueta entre los harapos arrugados que tenía entre la jaula de seguridad y me la puse.


    Arropado por una buena capa de cuero y lana, salí al exterior, con las llaves en el bolsillo. El aire era muy denso y frío, aquella brisa congelada penetraba hasta lo más profundo de mi sistema respiratorio en cada inspiración. En aquel parking se acumulaban unos 10 centímetros de nieve en las zonas que no habían sido limpiadas. Además, una fina capa de hielo cubría todas las inmediaciones del Hotel Ristorante Perego, que era el único edificio que logré identificar. No me sentía muy cómodo, quizá porque me recordaba demasiado a los duros entrenos en altura que hacía en mi época de ciclista, y al frío que pasaba en los mismos.

    Busqué alguna pista de dónde podían andar aquellos dos (el Golf me lo encontré aparcado al otro lado del Land Rover), y me decidí a cruzar la carretera que partía en dos aquel pequeño pueblo compuesto casi exclusivamente por negocios (hoteles, restaurantes, bancos...). Y fue entonces cuando dos brazos me saludaron desde una cafetería que estaba justo enfrente. Eran ellos, así que busqué la puerta de aquella terraza acristalada y la empujé. Me senté en su mesa y comenzamos a hablar mientras miraba con deseo aquel plato de sopa caliente que les acababan de traer:


    - Es para ti, que seguro que tienes frío. No había forma de despertarte - dijo Giorgio, cosa que me sorprendió mucho pues, en teoría, estaba cabreado conmigo.
    - ¿Dónde estamos? - dije lanzando la pregunta al aire, evitando el contacto directo con Giorgio.
    - Pues nada más y nada menos que en el Passo dello Stelvio. Por esa carretera que ahí ves, - dijo Paco señalando por el cristal - han pasado todas las leyendas del ciclismo y los mejores coches del mundo.
    - ¿Y por qué nos hemos desviado tanto? El sitio es impresionante pero por los túneles habríamos tardado menos en llegar a Nurburg...
    - Pero bueno... ¿Dónde está el Carlos que se recorría 800 kilómetros en un día para dar tres vueltas a un circuito? ¿Dónde está el Carlos al que cualquier cosa relacionada con los coche lo sacaba de la cama de madrugada?
    - Pff... Pues no sé muy bien donde estará, es lo que tiene llevar 24 horas conduciendo, que uno le coge "tirria" al volante.
    - Bueno, yo llevo más que tú, te recuerdo que llevas 4 horas durmiendo. Y no por eso se me han quitado las ganas de llevar el GTI. Pero bueno, para eso estamos aquí, para descansar; allí vamos a pasar la noche - dijo señalando hacia un edificio de piedra con el típico tejado inclinado de las zonas alpinas.
    - Albergue Genzi...
    - Genziana, pero se pronuncia "gensiana" - me corrigió Giorgio, al parecer el viejo no era muy rencoroso (por suerte)...
    - Pero si son las tres de la tarde... ¿Ya nos vamos a quedar aquí? - dije mientras cogía la cuchara para engullir aquel plato caliente de sopa.
    - Hombre, no sé tú, pero yo tengo ganas de echar una cabezada, vosotros podrías hacer lo mismo o... ir a reconocer el terreno jejeje - en ese momento vi pasar un precioso Ferrari 360 Challenge Stradale por la puerta de la cafetería. De repente, se me fue todo el cansancio y la gasolina volvió a fluir por mis venas atrofiadas.
    - Pues yo no tengo sueño, habrá que ir a comprobar si la carretera esta es para tanto o es más el nombre que otra cosa... ¿Te apuntas Giorgio? - dije mientras sacaba las llaves del Porsche, tratando de firmar la paz entre nosotros.
    - Pues hombre, para arriba no he disfrutado demasiado de las curvas, habrá que volver a bajar, ¿No? - dijo Giorgio mientras me sonreía, definitivamente, habíamos recuperado nuestra amistad.


    Terminé con la sopa mientras ellos estaban ya con el postre. Pedí un café para aguantar las horas de luz que le quedaban al día, y pagué la cuenta. Luego nos acercamos al albergue y tras dejar las maletas en las habitaciones, hice lo propio en recepción. A golpe de tarjeta, nos instalamos en la cima de Europa y Paco se retiró a dormir a sus aposentos. El italiano y yo rehusamos a seguirlo; cogimos las llaves del GT3 y nos dirigimos a pasar un rato aceleraciones, frenazos y sobrevirajes entre placas de hielo.

    Cuando salimos, el coupé de Sttutgart tenía ya una buena capa de hielo en el cristal. Puse la calefacción al máximo mientras que con ayuda de un cartón y unas servilletas quitábamos todo el hielo que pudimos de los retrovisores y luna trasera. Incluso la tapa del depósito estaba congelada. Pero bueno, eso no era un problema, al parecer mientras que yo estaba dormido ya se habían encargado ellos de repostar.


    [​IMG]


    Con el depósito lleno y toda la tarde por delante, le cedí las llaves a Giorgio. Al fin y al cabo era él quien mejor conocía la carretera, y quien más manos tenía, aunque aún no sabía muy bien el porqué... Fuimos por la cara Este del paso, en mi opinión, la más impresionante y revirada. Horquilla tras horquilla, el Porsche se ponía juguetón y perdía tracción con apenas apoyar un poco el pie sobre el acelerador. Pero "el viejo" conducía francamente bien, era él quien llevaba el control del coche, y no el coche el que lo controlaba a él.

    El Sol comenzaba a dar la sombra sobre aquel inclinadísimo valle, pero aún así Giorgio no aminoraba la marcha, seguía con un ritmo endiablado en aquella solitaria vía. Se podía ver incluso el brillo de las placas de hielo, pero él no levantaba el pie, simplemente hacía pequeñas correcciones con el volante. Sin apenas darnos cuenta, habíamos descendido por completo como unos 1500 metros verticales. La temperatura comenzó a aumentar, incluso tuve que apagar la calefacción. Las cumbres nevadas dieron paso a un bosque frondoso y una carretera mucho más ancha y segura. Nos pusimos paralelos a un río que llevaba a un pueblo encantador anclado en una colina repleta de árboles y prados verdes; faltaban Heidi y el abuelo.

    En una parada de autobús dio la vuelta y estacionó el 911 con las luces de emergencia puestas. Abrió la puerta y dijo: "es tu turno". Yo tenía unas ganas locas de conducir, así que me faltó tiempo para bajar del coche y ponerme tras el volante. Nos abrochamos los cinturones y puse el intermitente a la izquierda, como indicando mi intención de salir. Me cercioré por el espejo retrovisor de que no venía nadie y metí primera para volver a ascender al Passo dello Stelvio. Apenas me había incorporado al carril derecho cuando un 991 Carrera 4S de color negro nos pasó volando. Giorgio, con un rostro frío e insensible al adelantamiento de aquel hito de la tecnología (que se supera generación tras generación), dijo: "He leído que la versión más básica de ese es más rápida que la más radical de éste, habrá que comprobarlo, ¿No?". Encendió la radio y con Scala&Kolacny Brothers comencé a disfrutar, de verdad, aquella carretera.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=axrqVfuGHh0&feature=colike"]Scala & Kolacny Brothers - Creep (Radiohead cover) - YouTube[/ame]


    Tardé muy poco en hacerle caso al jefe y metí segunda con el gas a fondo. El deportivo oscuro se alejaba a un ritmo vertiginoso, pero no tardó en estabilizarse hasta el punto en que fuimos nosotros los que nos acercábamos a él. Las primeras curvas eran muy rápidas, con lo que la tracción total del 991 no me supuso un gran handicap. Pero fue entrar en la zona más empinada y revirada y la cosa cambió. Con un mero movimiento de volante trazaba toda la curva sin desviarse un milímetro. A mí, sin embargo, cada metro me suponía un reto comparable, sólo, a un tramo del Grupo B en sus mejores tiempos. Correcciones de volante, dosificaba la potencia, frenaba con cuidado de no bloquear las ruedas... y conforme íbamos ascendiendo, la cosa se iba poniendo peor.

    Al principio sólo eran pequeñas placas de hielo en las que apenas perdía algo de tracción, pero luego las placas se convertían en verdaderos lagos helados y no había margen para el error. El arcén había desaparecido y se convirtió en un salto al vacío por el lado izquierdo y una pared de nieve por lado derecho. Mientras tanto el del 991 parecía ir de paseo, debió echarse unas buenas risas mirando por el espejo retrovisor como derrapaba, daba volantazos y morreaba en las curvas más cerradas. El caso es que me lo pasé mejor que él, aunque llegó un momento en el que lo tuve que dejar marchar, o mi máquina se convertiría en nuestra tumba. La tecnología y los controles computerizados habían ganado al conductor. Pero el 996 tenía algo que le faltaba a aquel ordenador con ruedas, esa esencia que hacía que no cambiara a aquel modelo por ninguno posterior, ni siquiera por su versión en el 997. La época dorada de la automoción estaba llegando a su fin, y con ella, una parte de mí que deseaba haber nacido 30 años antes.

    Pasamos la tarde entre subidas y bajadas, siguiendo a cualquier deportivo o moto que se cruzaba en nuestro camino y con una ligera sensación de mareo, algo inevitable cuando tu única compañía durante horas son las curvas y el olor a neumático quemado. Cuando el Sol se fue y la Luna cerró aquella carretera, nos sentamos a la luz de la chimenea y cenamos como dioses entre churrascos de ternera y un aire impregnado con matices de leña húmeda. Al abrigo de unas buenas mantas y una revista de coches, no tardé demasiado en quedarme frito a 2700 metros de altura, y más teniendo en cuenta las casi 48 horas que llevaba sin descansar y que con el estómago lleno, el sueño "aprieta" más.

    A la mañana siguiente tocaron a la puerta cuando aún no había amanecido: era la chica de recepción, y por lo poco que pude traducir, llevaba un rato llamando al teléfono pero yo no lo cogía. Al parecer, el bueno de Paco le dejó el recado de que nos despertaran a las 6 de la mañana. Con las legañas por bandera y todavía repitiendo el churrasco de la noche anterior, nos comimos unas tostadas enormes mientras observábamos el amanecer desde la terraza.

    Hicimos las maletas y descendimos por la cara Oeste, mientras observaba con tristeza por el espejo retrovisor un lugar al que tardaría mucho en volver. Fue una de esas experiencias que hay que vivir al menos una vez; todos los días se conduce, pero no siempre se tiene la suerte de circular por un lugar con tanta historia tras de sí. Me sentía un privilegiado, cuando veía el Tour de Francia o el Giro de Italia no pensaba que algún día podría conducir por allí. Así que salimos muy contentos de aquella cima y con un extra de motivación para llegar a La Meca: Nurburgring nos esperaba a apenas 700 kilómetros de allí.

    Tras dejar atrás las curvas de Suiza y Austria, llegamos a la frontera con Alemania. Por primera vez en la vida, el alemán me sirvió para algo más que presumir de éste cuando cenaba con amigos. Tras explicarle nuestras intenciones a un par de policías bastantes simpáticos, cogimos la A7 y nos adaptamos pronto a las costumbres alemanas: incorporarse a la Autobahn y que te pase una Opel Zafira a 200 kilómetros por hora, no tiene precio. Con un Golf muy hormonado y un Gt3 cortándole el aire justo delante, ni que decir tiene que la estimación de tiempo del GPS se quedó bastante "larga". Con casi hora y media de adelanto, llegamos a Adenau a eso de las 1 de la tarde. Antes de dedicarme en cuerpo y alma al anillo, pensé que lo más idóneo sería encontrar un buen lugar donde hospedarse los siguientes días.

    El ambiente circuitero se palpaba en cada metro de aquel pueblo: coches de todos los países, con matrículas, incluso, de otros continentes, habían peregrinado hasta allí sólo por él. Me animé a preguntarle a unos chicos que había parados en un semáforo, con un Honda Civic EG al que poco o nada le quedaba de serie. Me indicaron como llegar a unos apartamentos que quedaban muy, muy cerca de algunas curvas del circuito. Tras dejar nuevamente las maletas, y comer unas buenas salchichas acompañadas de una Kartoffelnsalat y unas buenas cervezas (esa tarde era para hacer turismo, no íbamos a conducir), cogimos un mapa de la zona que nos regalaron con el alquiler del apartamento y nos dirigimos a conocer aquello.

    Con los pies temblorosos, y un cosquilleo en la tripa que no podía explicar (quizá tendría algo que ver con la equilibrada dieta de las últimas horas), nos dirigimos a ver la curva que quedaba más cercana de los apartamentos, la curva Wehrseifen. Conforme íbamos acercándonos, el sonido de los neumáticos y de los motores reduciendo marchas me hacían andar más y más rápido. No era algo nuevo, me pasaba siempre que pisaba un circuito, desde que era apenas un "criajo". Pero aquella vez era diferente, no era el Jarama, o Ascari, o Cheste; no, era Nurburgring, "el circuito".

    Motivo de vivir de muchos y de la muerte de unos cuantos, esos 22 kilómetros 800 metros eran mi razón de ser, de existir, de soñar. Todos los sueños eran secundarios al lado de aquel, años, incluso décadas habían hecho falta para pisar ese suelo. Los árboles estaban cada vez más cerca, y tras ellos, una fina línea de asfalto por la que me había estado levantando todas las mañanas los últimos 32 años.

    El momento había llegado, iba a conocer el Infierno Verde. Dicen que el que va una vez, tiene que repetir, pero yo había estado viajando allí diariamente los últimos 25 años. La diferencia es que ahora aquello era real y no fruto de mi imaginación, no había que dejar nada plasmado en un papel, no era una fotografía, no era el sonido de un V8 reproducido en estéreo por los altavoces del ordenador. Aquello era real, se había hecho de rogar, pero por fin había encontrado sentido a mi existencia. Ese era mi sitio, que anularan la reserva de mi habitación porque no me iba a mover de allí en siglos.



    Continuará...


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    Última modificación: 2/11/12
  5. pacogg

    pacogg Soloporschista

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    He leido los 7 primeros del tirón
    Ahora he de irme pero lo retomaré en unos días

    Me gusta tu estilo y tu historia, y me gustaría leerla entera (disfrutarla)
    No puedo decirte si es el sitio mas adecuado o no pero a falta de otro mejor sigue por favor

    Animo
     
  6. Damocles

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    Venga nano!!! gas al matalas!
     
  7. BM3W

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    :cool: RING !! :Thumb: por FIN !! :drooling
     
  8. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 28​



    Mi corazón latía al borde de un ataque cardíaco. Mi espíritu infantil afloró tras una imagen de hombre "hecho y derecho". Cada vez que pasaba un Lotus, un Evo o cualquier coche al límite por aquella curva (en mi opinión una de las más difíciles del circuito), me ponía a saltar como cuando tenía 5 o 6 años. Agarraba a Paco y a Giorgio de la chaqueta y les decía: "¿Pero lo habéis visto, lo habéis visto? ¡Joder!". Paco acertaba a decirme: "Sí, tranquilo, ya lo he visto... Van rápido, ¿Eh?"; sin embargo, Giorgio no me decía nada, pero en sus ojos se leía una emoción incluso superior a la mía. Se lo tomaba con una madurez a la altura de su sabiduría.

    Las vallas que lo rodeaban estaban llenas de aficionados. Y es que, el fin de semana estaba a la vuelta de la esquina y el ambiente a touristenfahrten era latente. Mientras que en Jaén salíamos a la montaña o a tomar unas cañas; en Adenau cogían sus neveras y sus barbacoas y se ponían a la orilla del trazado para comer mientras comentaban las pasadas. Más allá de los GTs y deportivos, lo más habitual era ver los típicos utilitarios GTIs de los chavales jóvenes que, habían ahorrado durante toda la semana para darse un par de vueltas al anillo norte. No pude sentir más que envidia por aquella gente y su forma de vivir la automoción. El circuito era prácticamente una extensión de su cuerpo. En las zonas de aparcamiento, lo habitual eran los turismos que se podían ver por las carreteras españolas, pero en sus versiones más radicales. Un Ford Mondeo no era un simple Ford Mondeo Diesel, sino la versión más potente y deportiva (la ST220). Los BMW M, los Audi S y RS, GTIs y Porsches formaban parte de parque móvil de aquel pueblo. Desde luego, allí la Sin Plomo 95 y 98 se debían vender solas.

    No hay más que decir, aquello era tal y como lo había imaginado. Y por suerte podía incluso entender lo que hablaban entre ellos. Mis ganas de entrar en el circuito, aumentadas exponencialmente por mi estado etílicamente alterado, hacían que me llevara continuamente la mano al bolsillo para comprobar que las llaves del GT3 seguían allí. Lo único que no me iba a gustar de entrar al circuito iba a ser el no poder verlo pasar desde fuera. Cualquier adjetivo calificativo se quedaba pequeño para describir la majestuosidad de aquel legendario lugar. Ni siquiera de la imaginación de un genio, de la pluma de un escritor o del carboncillo de un pintor podría haber salido tan brutal combinación de curvas, rectas, ambiente y pasión por el motor. Todo eso no era fruto de una casualidad o de una locura transitoria; 100 años de historia abalaban aquel remanso de paz aliñado con el olor a neumático quemado y cerveza.

    Mientras tanto Paco estaba apoyado tras la alambrada, comunicándose por gestos con un par de alemanes de los que ya se había agenciado un par de cervezas. Por lo demás, Giorgio seguía saboreando cada respiración y cada instante en ese lugar como si fuera el último. No quería conversaciones, no quería que nadie se pusiera delante suya y le molestara. Se apartó de la multitud y se apoyo sobre la valla en la zona donde los coche pasaban de cuarta a segunda en 50 metros. Cada vez que veía un coche "de los de verdad" con los frenos al rojo vivo y 3 Gs de fuerza apoyados en la suspensión delantera, el italiano cerraba los ojos y sentía el aire que hacían al pasar. Luego los volvía a abrir para ver que tal trazaban la curva y tras comprobar que la habían salvado, los cerraba de nuevo mientras aceleraban a fondo. Especialmente lo hacía con los Aston Martin y los Mercedes AMG, al parecer el sonido a V8 era su favorito. Sin embargo, con los Porsche o los Nissan GTR su expresión no era tan intensa, tan "extraterrenal". Los 6 cilindros no eran su devoción, aunque a mi me pasaba al contrario, sobre todo con los GTR; eran mi perdición. Cada vez que veía a un Godzilla clavar frenos al máximo, sin deslizar lo más mínimo su tren trasero, y dos segundos más tarde salir traccionando al máximo hasta la siguiente curva... buff, era superior a mí.

    Pasamos el resto de la tarde de curva en curva, desde Adenau hasta el Karrussel. Y menos mal que vinieron unos comisarios de pista a decirnos que había acabado el día de tandas, sino Giorgio y yo habríamos estado allí toda la noche, esperando ver pasar al siguiente. Sin embargo, Paco se lo tomaba con más calma. Él se interesó también por las costumbres y gastronomía de la zona: sin saber una sola palabra de alemán, había conseguido vaciar la mitad de las neveras de los espectadores y conocer a casi todos los "pilotos" autóctonos; con decir que aquella noche sólo se comió un yogurt, creo que puedo dar una idea de lo que se bebió aquel día.

    Y fue al acabar de cenar, e irme a la cama, cuando me pasó una de esas cosas con las que moriré sin conocer explicación alguna: Apenas había cogido el sueño, cuando una especie de zumbido comenzó a descentrarme cada 6 o 7 minutos. Tras estar casi media hora con esa cosa rondando mis conductos auditivos, decidí levantarme a ver de qué se trataba. Corrí la puerta de mi balcón (encarado hacia el Ring; no había nada como tener vistas directas al cielo), y esperé a que aquel ruido volviera a hacer acto de presencia. Entre la pared de árboles que envolvían el circuito, pude ver un fino hilo de luz sobre las copas de los pinos. Al momento comenzó a escucharse muy bajito ese ruido desconocido hasta entonces para mí. El haz de luz venía directo hacia la zona que había justo enfrente de los apartamentos. Lo veía descender desde Metzgesfeld como un rayo. Aquella velocidad, aquellas fuerzas G a las que estaba siendo sometido el piloto debían de ser muy superiores a las humanamente soportables. En cierto sentido me recordaba a un coche de Scalextric. Al parecer las leyes de la física y la mecánica deberían ser revisadas después de que esa cosa saliera a la luz.

    El zumbido aumento sustancialmente al pasar por las cercanías de nuestro hostal. No sabía muy bien qué o cuál era la causa de hacer rodar aquella máquina a las tantas de la madrugada, pero estaba dispuesto a descubrirlo. Me puse las zapatillas de andar por casa, me até el nudo de la bata, y bajé a verlo de cerca. Cogí las llaves de la habitación y, tratando de no hacer demasiado ruido, descendí al piso de abajo. Salí a un calle solitaria, pero repleta de máquinas de circuito. Entre ellas mi preciado 911, que imponía un profundo respeto, incluso rodeado de coches de su nivel. Giré la vista y observé el reloj: faltaban unos tres minutos para que volviera a pasar. Así que me apresuré y fui hacia los árboles, con un paso torpe pero seguro, intentando que no se me salieran las zapatillas. Salvé los matorrales y penetré en el recinto del circuito. Me apoyé en las placas metálicas que rodeaban todo el circuito (y que según tenía entendido, no eran precisamente baratas en caso de tener un accidente), y esperé con cierta tensión el momento de verlo pasar. Según mi reloj, aún faltaba casi un minuto (si es que no había parado ya) para eso. Así que aproveché para reflexionar sobre todos los acontecimientos, al fin y al cabo, había vuelto a nacer hacía apenas 5 días. Y allí estaba, perdido en mitad de ningún sitio, sólo, pero con la convicción de que por fin estaba haciendo lo que siempre había reservado a mis sueños. Sabía que me quedaría sin dinero llevando ese tren de vida en menos de una semana, de la misma forma que no tenía ni idea de dónde se encontraba la única mujer que me había importado en los últimos 10 años, pero tenía la sensación de que todo iba a salir bien. Seguramente era por la magia y el embrujo especial que tenía Nurburgring a esas horas, y también por la ínfima vibración que tenía la valla: fuera lo que fuese, se estaba acercando.

    El traqueteo comenzó a aumentar, como lo hacen las vías cuando un tren se acerca. Pude comenzar a ver los reflejos de luz en los pinos, mientras que seguía esperando verlo pasar por una de las curvas más lentas del circuito (Wehrseifen); si en algún lugar lo iba a poder ver bien, sería allí. La luz se hizo más intensa, y la valla temblaba con una amplitud cada vez más y más sensible. Lo vi aparecer por el final de la curva, con unos faros que semejaban ir excavando el circuito a su paso. Cuando quise darme cuenta, aquel sonido ensordecedor estaba a apenas un metro de mí, sólo acerté a contemplar una silueta oscura y continua, sólo alterada por un pequeño piloto trasero de color rojo. Y como vino, se fue y desapareció en aquel mar oscuro teñido de sombras proyectadas por los árboles en una noche de Luna llena.

    No pude identificar qué era aquello, era más rápido que un fórmula 1, y mucho más bajo y ancho, aunque pareciera imposible. Decidí esperar en la calma de la noche, y muy de vez en cuando, escuchaba el berrido frío y seco de aquel informe objeto, salido directamente de las manos de Dios, pululando entre la copa de los pinos. De repente, algo tocó mi espalda. Giré el cuerpo para ver de qué o quién se trataba y, sin tiempo apenas de reconocer su naturaleza, comenzó a hablar en un alemán demasiado "profundo" como para poder entender algo. Pero no hacía falta tener unas grandes nociones del idioma germano para darse cuenta del tono de sus palabras: básicamente, me estaba pidiendo que me fuera. No quería alterarlo más de lo que estaba ni quería buscarme follones en un país con un sistema tan estricto. Así que le hice caso y salí detrás de él en dirección al camino, apartando como podía los matorrales del sendero.

    Conforme iba acercándome al camino, pude percibir el sonido de un V8 esperando en éste. Pensé que se trataba de un Mustang, o algún cacharro de estos americanos en el que aquel alemán malhumorado había venido. Pero cuál fue mi sorpresa cuando, en el camino, en lugar de un deportivo o un coupé, me encontré una enorme Mercedes Viano, con su correspondiente plaquita de V8 en las aletas delanteras. Con las luces de la misma, pude distinguir la cara de aquel misterioso sujeto, tenía la cabeza rapada, ojos pequeños y grises y era más bien bajito y rechoncho. De repente, se abrió la puerta trasera de la furgoneta, y de ella se bajaron dos tipos más, ambos muy altos y 100 por 100 arios. Comenzaron a hablar entre ellos, y conseguí entender como el primero de ellos trataba de tranquilizar a los otros dos, definiéndome como un turista "demasiado curioso". Sin más historia, el más bajo me recomendó que volviera al hostal y que no volviera a acercarme por allí de noche. Me cacheo de arriba a abajo, comprobando que no llevaba ninguna cámara u objeto tecnológico más allá de mi reloj de pulsera. Con una duda que aún hoy tengo: "¿Qué demonios era eso...?" y con un susto del 15 tras el encontronazo con aquellos tres (que seguro conocían algo más que yo del tema), llegué a mi cuarto de nuevo y, tras echar un último vistazo en la terraza y comprobar que aquel misterioso vehículo no seguía rodando, me fui a la cama. Con el mismo pijama, y a escasos centímetros de mis zapatillas, traté de conciliar el sueño. El día con el que había soñado los últimos 30 años había llegado, confiaba en estar suficientemente despejado.


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    Una mañana más, tuvo que ser la recepcionista la que me despertara. Mi escapada nocturna me había pasado factura y no tenía el cuerpo para madrugones, pero como venía siendo ya costumbre, a Paco le gustaba tomarse las cosas con tiempo, y nos obligó a nosotros dos a seguir sus horarios. Apenas eran las 8 de la mañana cuando ya estábamos desayunando algo en una cafetería completamente "diferente": todas sus paredes estaban repletas de pinturas de coches de carreras, fotos de Nurburgring, piezas de coches... en fin, una ambientación muy acorde con la zona. Mientras removía el café con una cucharilla, observaba un parking repleto de remolques, coches de alta cilindrada y, algunos más modestos. Desde el GTI de Paco hasta superdeportivos como un Caparo T1, allí nadie era más que nadie y todos los aficionados hablaban de igual a igual, independientemente de la marca de sus pantalones o del tamaño de su cartera. Yo estaba impaciente, no veía el momento de encarar el Karrusel por primera vez. Sólo buscaba una excusa para ir hacia la zona donde se sacaban los tickets.


    Terminamos con el desayuno y, tras unos minutos conversando con los del aparcamiento, nos dirigimos directamente a la entrada del circuito. Nos encontramos una larga cola de coches cuando aún faltaban unos 200 metros para la zona donde se sacaban los tickets para entrar. No sabía si aquello había sido un golpe de suerte o un problema, pues no quería dejar nada al azar en mi bautismo. Giorgio iba sentado a mi lado, y Paco detrás con su Golf. Estaba comentando lo pesadas que me parecían aquellas colas, cuando el italiano salió del coche y dijo: "Enseguida vuelvo". Yo esperé dentro y me puse una canción bastante relajada para entrar al circuito libre de nervios.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=Cv6HOrRcSJQ&feature=colike"]Yellow-Scala & Kolacny Brothers - YouTube[/ame]


    Aproveché esos minutos para pensar, algo que no me gustaba demasiado. A mí alrededor una multitud se congregaba entorno a los coches. Sin embargo, un silencio frío y solitario inundaba el interior del RS. Aun habiendo conseguido llegar al paraíso, aún estando a apenas unos minutos de conseguir la gloria, aún estando rodeado de los que consideraba mis mejores (y prácticamente únicos) amigos, aún así, seguía sintiendo que algo me faltaba. ¿Dónde estaría? ¿Se habría olvidado ya de mí? Cada vez que lo pensaba, un leve susurro surcaba mis oídos: era ella hablándome desde donde estuviera. Pero, sin embargo, sentía que ya no me quería, y que nunca lo había hecho. Fui un egoísta, nada de lo que le di fue de forma desinteresada, nada de lo que le dije, se lo dije siendo cien por cien natural. Me oculté tras una capa caballerosa y servicial, que poco o nada tenía de solidaria o real. Y era ese mismo papel, esa misma falsa imagen que había creado de mí, la que contenía mis impulsos y me impedía ir a buscarla. En esos momentos, alguien tendría ya su corazón mientras yo insistía en vivir del recuerdo de algo que nunca fue nada, pero que en mi mente recargué casposamente, haciéndome creer que realmente tras esos ojos verdes y su sonrisa cautivadora, había algo más que pena y sentimiento de culpa.

    Por suerte Giorgio no tardó mucho en volver, con lo que volví a esconderme tras aquel armazón de hierro y carbono que ocultaba mi débil y simplona personalidad. Se acercó primero al Golf y le dio algo a Paco. Luego entró en mi coche y dijo:


    - Mira lo que tengo, ¿Crees que tendremos bastante con 25 vueltas? Si quieres voy a por más...
    - Pero... ¿Qué cojones? ¿De dónde has sacado eso,tú sabes lo que vale? -dije abriendo los ojos como platos al ver un ticket de más de 400 euros en las manos del italiano.
    - Pss... pues si te soy sincero, no.
    - ¿Lo has robado? ¡Pero si no llevabas ni un puto duro!
    - ¿Cómo lo voy a robar? Mira, llámalo X, tengo ya unos añitos, no tengo que darle explicaciones a nadie, ¿Lo quieres o no?


    No dije nada y seguí para adelante, sin fiarme demasiado del viejo. Lo observaba con su brazo apoyado en el ventana, con la vista fijada en el frente y una sonrisa pilla que poco o nada me gustaba. Por un momento me pregunté quién demonios era quien iba sentado a mi lado. En un par de minutos, un viejo y demacrado con poca o ninguna esperanza de vida, había sacado 900 euros en vueltas a Nurburgring de la nada (a Paco le dio otro exactamente igual al mío). Mientras seguíamos en la cola, lo único que dijo fue: "Y recuerda que hoy comemos en el Eifeldorf Grüne Holl". Asentí con la cabeza y continuamos con aquella lenta procesión que precedía al espectáculo automovilístico más extremo al que podíamos aspirar los conductores de "calle".

    Cuando estábamos a apenas 10 coches de la barrera, unos comisarios del circuito comenzaron a señalar hacia nuestro coche. Pensaba que llevaba algo ilegal o no permitido para una touristenfahrten, pero luego me di cuenta que no señalaban nada del coche, sino que señalaban a Giorgio. Incluso lo saludaron un par de veces con la mano, como si lo conocieran. Se lo dije a él: "Creo que esos dos te conocen...". Él me contestó muy nervioso, casi antes de que acabara la frase: " ¿A mí? ¿De qué? Anda, sigue hacia adelante y hazme caso en todos y cada uno de los consejos que te dé, ¿Vale?". Asentí nuevamente y respiré profundamente, preparando mi cuerpo y mi mente para algo que llevaban esperando toda una vida. No sabía lo que el futuro me deparaba a corto plazo: sin curro ni dinero, y en mitad de un proceso judicial, desde luego no era muy halagüeño. Pero me importaba tres pimientos, podían quitármelo todo que me daría igual. Iba a estrenarme en el Infierno Verde, y lo iba a hacer a bordo de un GT3 RS de mi propiedad. Creo que aquel niño que iba a comprar el pan con seis años mientras soñaba con conducir un coche rápido estaría orgulloso de su "yo" adulto.

    Puse la tarjeta en el lector de infrarrojos y la barrera se abrió. Delante de mí un Insignia OPC aceleró como alma que lleva el diablo antes incluso de superar el eslalon de conos. Por su parte, era Paco el que estaba inmediatamente después de nosotros, algo que me tranquilizaba bastante. Los brazos me sudaban, las manos se escurrían del volante (y eso que aún no había trazado una sola curva) y un frío intenso recorrió mi cuerpo, como la primera vez que te montas en una montaña rusa. Mi vejiga me pedía parar en boxes, pero conocía mi cuerpo y sabía que era un indicio más de mi estado nerviosamente alterado.

    Las curvas comenzaban a sucederse una tras otra. No quería estrellarme o romper algo del coche, pero tampoco iba a ir despacio con semejante pepino. Lo único que pensaba era: "No dejes que el circuito pueda contigo, sólo son unas curvas y un poco de asfalto". Giorgio decía: "Esa la podrías haber pasado más rápido ¡Písale, Písale!". Las dudas acerca de ese hombre que se sentaba a mi lado seguían creciendo, lo conocía demasiado bien para llevar medio siglo sin pisar el circuito. O eso, o quería hacerme creer que lo conocía...

    El Golf pronto desapareció del retrovisor, Paco no tenía ese espíritu competitivo ni ese sentido del ridículo que yo tenía. Simplemente disfrutaba de su coche y eso era justamente lo que estaba haciendo. Mientras tanto, lo que veía cada vez más cerca era un Evo VII con matrícula francesa. Lo dejé pasar y decidí que me gustaba el ritmo que llevaba, así que traté de seguirlo. Pensaba que íbamos al límite, pero pronto se me fue esa idea de la cabeza al ver cómo nos pasaban los Caterham, los Lotus, los Porsche y algún motorista con más cilindrada que sentido común. Sabía que nunca iba a llegar al nivel de aquellos pilotos de fin de semana, pero me sentía más que emocionado con el ritmo que marcaba el Mitsubishi.

    Las curvas iban pasando y pasamos por varias zonas donde la multitud se amontonaba a ver pasar los coches. Yo seguía detrás de aquel japo de color amarillo que soltaba petardazos por su enorme tubo de escape cada vez que su conductor levantaba el pie. La vuelta se pasó volada, apenas tuve tiempo de disfrutarla; iba más atento de las luces de freno del de delante que del paisaje, las curvas y zonas míticas del circuito. Sólo el traqueteo del Karrusel consiguió desvelarme por unos instantes de la concentración más absoluta y profunda que había conocido. Cuando quise darme cuenta, estaba ya metido en la larga recta de antes de meta. Cortaba la respiración pensar lo que debía sentir un piloto cuando pisaba a fondo por aquella empinada subida durante más de un minuto, sabiendo que al pasar el cambio de rasante a más de 300 kilómetros por hora, le tocaba reducir rápidamente a unos 240 mientras se hacía con la tracción y el control del coche.

    Por suerte, aquello no era una competición, sino un día corriente de vueltas turísticas, por lo que a mitad de recta se acababa la vuelta. De no ser así, aquella curva escondida tras la pendiente se convertiría en la peregrinación diaria de cientos de viudas. Los conos comenzaron a formar un cuello de botella en el que se produjo también una pequeña retención. Pero a diferencia de las que estaba acostumbrado, pocos utilitarios diesel se veían.

    Llegamos al aparcamiento para tratar de recomponer la cordura perdida durante la vuelta, y esperar de paso a que el tranquilo de Paco acabara la vuelta. Pero algo empañó aquel momento extraterrenal en el que me encontraba...: La radio del Porsche se encendió, como por arte de magia, y el pánico invadió mi sudado cuerpo. Peret volvía a retumbar en mis tímpanos, "El muerto vivo" puso punto y final a mi profundo y excitante estado postNurburgring. Mis brazos temblaban, mis dedos no acertaban a bajar el volumen y mis ojos sudaban lágrimas sin que nada o nadie pudiera evitarlo. Esa canción me devolvió al mundo real, a una vida de mierda plagada de deudas, problemas e incógnitas. Pero no estaba dispuesto a que algún fracasado con demasiado tiempo libre me amargara la velada, así que quité el contacto y la radio dejó de funcionar. Volvía a estar a salvo, volvía a estar en el paraíso, con 24 vueltas por delante y la tarjeta justa para un par de tanques de combustible.

    Pero entonces, Giorgio pronunció mi nombre y señaló hacia el cristal, no podía creer lo que estaba leyendo, me sentía vigilado...



    Continuará...



    http://911memoriasdeunfuturoincierto.wordpress.com/
     
    Última modificación: 6/11/12
  9. J. Ignacio

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    Donde habia minas en el norte de Cordoba
    Buenos dias a tod@s
    Carlos , hoy no han sido con palomitas :Popcorn: y si con el desayuno jeje :[yahoo] , intrigado me tienes :[question]
    Atentamente
    J. Ignacio
     
  10. BM3W

    BM3W Soloporschista

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  11. ATM

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    Cada vez me engancho mas a este relato.
    Sigue asi, nos encanta.

    Un saludo :Thumb:

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  12. Damocles

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    Bah!!! está perdiendo interés!!!












    Que coño es coña, joder nano, no nos hagas esperar mucho!!
     
  13. Carlosupercars

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    Capítulo 29

    "D.E.P Doctor Ávalos" Rezaba el cristal empañado de la derecha. Mis manos temblaban tratando de encontrar el tirador de la puerta para bajar del coche. Giorgio mientras tanto me decía: "Tranquilo, será algún gilipollas... seguro que no es nada". "¿Y la canción qué? ¡¿La canción qué?!" Gritaba yo mientras salía en dirección a ningún sitio. Buscaba a alguien que no conocía de nada en un lugar repleto de gente. Desde luego fuera quien fuera, me conocía muy de cerca, pues nadie sabía que estaba en Nurburgring. Me preguntaba cuándo narices me habían puesto eso en la ventanilla y habían accedido a mi radio. Era una de las tantas incógnitas que llevaban reprimidas un tiempo y que habían aflorado de nuevo a 2000 kilómetros de los problemas.
    Mientras buscaba entre la gente, alguien me agarró del hombro y tiró de mí con fuerza. Era Paco, que me preguntó:
    - ¿Qué haces?
    - Estoy buscándolo, ¿Dónde te has metido pedazo de hijo de puta?- la gente me miraba confusa, pensarían que era un loco o un desgraciado al que habían robado el coche.
    Seguía avanzando entre los coches buscando algo que no existía, buscando a alguien que no conocía. El día se puso nublado y pude sentir un aroma hasta entonces desconocido para mí. Olía como cuando mi madre cocinaba cordero o cuando me pasaba descongelando carne en el microondas y se quedaba medio cocida. Era repugnante, estresante y nauseabundo, de esas cosas que su sólo recuerdo te produce una arcada.

    Trataba de encontrar el origen de ese olor entre tanta gente, ya casi se me había olvidado que estaba buscando a quien me había escrito eso en el cristal. Sólo quería hallar la fuente de aquel pestilente aroma y erradicarla de raíz. Pero entonces, Paco me volvió a agarrar y me dio un tortazo (me recordó bastante al de días antes en el hospital). Me quedé parado, mirando a mi alrededor. Desde los que iban en un utilitario con 20 años de antigüedad hasta los conductores de los deportivos más caros y potentes, se habían quedado mirándome fijamente. Yo seguía con mi cara de empanado, sin saber muy bien qué estaba haciendo. Pude ver como un par de vigilantes de seguridad que había cerca de la barrera se acercaban a ver qué demonios pasaba. Pero Paco les hizo un gesto con la mano, como tranquilizándolos.

    Me enganchó del brazo y me llevó en dirección al coche. Me puso en el asiento y dijo: "Ahora vas a hacer lo que tienes que hacer, ese tío será un triste o un envidioso con demasiado tiempo. ¡Mira a tu alrededor, joder! ¿De verdad crees que merece la pena preocuparte de esas cosas ahora?". En el interior, la aguja que marcaba las revoluciones estaba en el mínimo... ¿Qué estaba haciendo? Estaba en el cielo, no era creyente ni lo había sido nunca, así que si algo daba sentido a mi infructuoso paso por el mundo, era aquello. Giorgio agarró el volante y dijo: "Si quieres conduzco yo...". Pensé que no pudo decirlo en mejor momento, yo aún era incapaz de compenetrar la caja de cambios con el embrague, así que le di las llaves y le dije: "Todo tuyo".

    Cambié del puesto de conducción al de copiloto y me preparé para dar una vuelta desde un punto de vista más subjetivo. De hecho, creo que debería haber dado antes la vuelta de acompañante que directamente de conductor, pues corrí un gran riesgo al no conocerlo. El Golf salió delante nuestra. Paco llegó a la barrera, pasó el ticket y fuimos detrás de él. Para mi sorpresa, Giorgio no lo dejo atrás fue tener la oportunidad, sino que dijo: "Que sepas que yo, en circuito, corro sólo. Cuando voy acompañado, trato de divertirme" y continuó detrás de él todo lo que quedaba de recta y el par de curvas que la precedían, hasta llegar a la línea de meta "oficial". En ese espacio de tiempo, tuve la oportunidad de analizar un poco mejor las palabras del italiano: hablaba como si tuviera mucha experiencia dentro de los circuitos... curioso cuanto menos. Esa noche pondría las cosas en su sitio y averiguaría si me estaba ocultando algo, porque desde luego, el esfuerzo que estaba haciendo por él y "su último viaje" bien merecía un poco de sinceridad por su parte.

    Pero la aparente tranquilidad tardó poco en desaparecer. Apenas pasó la recta de meta, cuando vio a los primeros aficionados. El paseo agradable mutó a un "búscame las cosquillas" en un segundo. Tras decir algo del tipo: "Habrá que dar un poco de espectáculo, ¿No?" redujo a segunda y el Volkswagen se alejó un poco. Dejó pasar a una CBR que venía echándonos luces desde principio de recta y dio un volantazo a izquierdas muy por encima de las necesidades reales de la curva. Pude ver el verde césped que rodeaba al circuito e incluso la valla de seguridad que la noche anterior utilicé como apoyabrazos. Por un momento me vi estampado contra ella... ¿Se le habría ido la cabeza a Giorgio? De eso nada: una milésima más tarde, pisó a tope el acelerador y contravolanteó todo lo que pudo en el sentido contrario. El 911 comenzó a desplazarse lateralmente, alcanzando casi un ángulo de 90 grados con la tangente de la curva. La tracción trasera enderezó el coche mientras los aficionados se llevaban las manos a la cabeza. Una nube de humo los hizo desaparecer mientras nos dirigíamos hacia la siguiente curva, de nuevo respetando el relajado ritmo de Paco y su GTI.

    Rara vez me sentaba en ese asiento, estaba acostumbrado a ir con el volante entre las manos. Pero resultaba placentero sentir toda la deportividad, agarre y precisión del modelo más radical de Porsche detrás de la guantera. Lo notaba más bajo que de costumbre, y como si fuera sentado a bordo de la Interprise. Cada día que pasaba estaba más enamorado de ese coche, sentía que valía cada euro que había pagado por él. Sin embargo, no había curva cerrada en la que no temiera por la integridad del deportivo de Stuttgart. Aquel anciano que casi no podía tirar de su cuerpo, sacaba fuerzas de flaqueza y parecía un chaval al control del coche. Tenía una agilidad y coordinación pasmosas para su edad, y mucho más teniendo en cuenta el cáncer que tenía encima.
    Definitivamente, aquel humilde minero de las tierras sardas tenía alma de piloto en sus venas. Lo mejor vino cuando nos acercamos a Adenauer Forst. Llegó en tercera a unas revoluciones bastante bajas, luego metió segunda y dio un volantazo a la izquierda. Contuve la respiración pensando que nos íbamos a comer la enlazada, cosa que a los bajos del GT3 no le sentarían muy bien (eso de pasar los pianos de frente no era su mayor virtud). Pero nada de eso, unió la curva a izquierdas con la de derechas, con la trasera derrapando y el motor cortando y soltando petardazos como un Rotweiler enrabietado. En esa curva se congregaba la mayoría de público, pues era donde más coches se salían o donde los que más manos tenían se lucían. Y eso hizo Giorgio, quedó como el jefe.

    Me vino de nuevo la frase de "Yo corro sólo" que dijo un rato antes. Sentí que no importaba si no iba a dar una vuelta más al circuito, o si el coche necesitaría un cambio de ruedas después de aquello (al fin y al cabo, no me quedaría ni para gasolina tras el viaje), lo único que quería era seguir viendo a aquel hombre (que en cierto sentido me recordaba a mi padre) disfrutando de una segunda juventud al borde del precipicio. Según me había dicho el mismo, el Doctor Vicente ya había borrado su nombre de la agenda para dos semanas más tarde, lo que quería decir que seguramente no llegaría a Mayo.

    Aquel viaje se convirtió en una despedida, pero no en el sentido de un soltero cuando se casa, o un compañero de trabajo cuando lo trasladan de ciudad... no. Aquello era un "Adiós" en toda regla, pero no queríamos que se fuera de este mundo llorando o sufriendo, lo haría con una sonrisa en la boca y como le gustaba a él: conduciendo. Así que decidí que lo que nos quedaba de fin de semana sería con él al volante, y yo de acompañante o, ni eso, para que pudiera correr de verdad. El miembro más ilustre del terceto que habíamos formado no era precisamente un manco, eso estaba claro. Era increíble verlo trazar cada curva con tanta firmeza y seguridad, a la altura de cualquier profesional.

    Después de unas cuantas vueltas más con Giorgio al volante, nuestros estómagos comenzaron a sonar al ritmo de su particular ralentí. Así que decidimos tomar un "break" entre tanta gasolina y dejar de lado el asfalto por unas horas. Desde luego, aquel fue uno de los días más felices de mi vida, y no fue el más feliz por los hechos que acontecieron un rato más tarde...

    Comimos en el Eifeldorf Grüne Holle, un restaurante en el que te invitaban a comer con cualquier abono de Nurburgring (y el nuestro no era precisamente de los baratos). Mientras engullíamos la Kartoffelsalat y un Kurrywurst acompañados de unas Coca-colas (esa tarde tocaba seguir conduciendo, no podíamos permitirnos unas cervezas), se nos acercó un pequeño grupo de chavales. El más alto apoyó su mano en nuestra mesa y dijo: "Perdonad, ¿Son vuestros el GT3 RS y el GTI de atrás con matrículas españolas?". Yo asentí con la cabeza, pues tenía en la boca una combinación mortal de salchichas y patatas que tardaría una semana en terminar de masticar. Pero Paco estaba algo menos ocupado y fue el primero en comenzar a hablar con ellos:


    - ¿Sois españoles también? - dijo emocionado aunque, no comprendía muy bien el porqué de tanto ilusión, al fin y al cabo, había conseguido conocer gente de medio mundo a base de pedir cervezas...
    - Pues sí... por aquí estamos. ¿Habéis venido para lo de las tandas libres de esta tarde? Estamos unos cuantos españoles...
    - ¿Qué tandas libres? - dije yo extrañado, una vez que conseguí pasar aquella tremenda bola de comida a través de mi boca.
    - Pues nada, que esta tarde cierran el circuito al público, hay unas tandas organizadas para varios clubs europeos de Trackday-Cars. Va a ser muy especial, pues tendremos ambos circuitos para nosotros, tanto el anillo Norte como el Sur, y la enorme recta principal a nuestra entera disposición, sin conos ni finales de vuelta.
    - Joder, os lo vais a pasar bien... - dije con segundas (y parece que funcionó).
    - Pues nos han fallado un par de nuestro club... ¿Os apuntáis?
    - ¿Bromeas? Nada me gustaría más que eso...
    - Pues muy bien, esta tarde a las 4 y media os esperamos donde se coge el Ringtaxi, ese es mi coche - dijo señalando a un KTM X-bow que había junto a un 997 GT3 RS y un Caterham R500 también con matrículas españolas -, me buscáis y os doy los pases, ¿Vale?. Venga, nos vemos, que queremos ir a ver el museo del circuito antes de entrar.
    - Joder tío, muchas gracias. Espera un momento, ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Carlos - dije mientras le extendía la mano.
    - Perdona, se me ha olvidado presentarme con las prisas... soy Jaime, encantado - me estrechó la mano.


    Hicimos tiempo hasta la hora de las tandas. Salimos del restaurante con la barriga llena y cafeína suficiente para conducir toda la tarde. Decidimos ir a empaparnos un poco del ambiente circuitero y fuimos a la zona del parking a ver las máquinas que se encontraban por allí. Giorgio seguía sintiendo cada instante como un regalo, trataba de absorber cada imagen y cada momento en sus retinas y en su memoria, sabiendo que sus posibilidades de volver a vivirlos eran nulas. Pero no se le veía triste o desanimado, llevaba aquello con un frialdad y naturalidad chocantes, nunca me había enfrentado a algo así, pero me gustaría que mi forma de superarlo hubiera sido parecida. El viaje hacía tiempo que dejó de tener sentido para Paco o para mí, era por y para "el viejo".

    Así que ya de camino a la zona de los Ring-taxis, mientras disfrutaba de cada arruga del volante y de cada cambio de marchas a bordo de mi estimado compañero mecánico, decidí dejar las cosas claras con Giorgio:


    - Mira, no sé quién eres de verdad o qué es de tu pasado. Y la verdad, no me importa demasiado. Si algo me has enseñado estos últimos meses es que lo que he hecho no configura mi presente ni mi futuro. Y eso es lo que me preocupa ahora: el presente. En realidad, si me hubiera preocupado un poco por el futuro no estaríamos aquí, pero bueno... - me cortó a mitad de la frase.
    - Carlos, tengo la sensación de que todo... - no le dejé terminar.
    - No, no hables. Déjame seguir, por favor. El caso es que quizá haya aprendido más en estos últimos meses contigo (y eso que la mayoría me los he pegado en coma...), que en toda una vida sólo y aislado del mundo y de lo que me rodea. Te has convertido en un padre para mí, bueno, miento, ¡En un hermano!, y no he encontrado mejor manera de agradecértelo que trayéndote aquí.
    - Algún día, más pronto que tarde, serás recompensado.
    - Ya he sido recompensado, el mero hecho de que tengas esa sonrisa me es más que suficiente. Ya puedo morir tranquilo aunque... bueno, sabes mejor que nadie que me falta algo...
    - Lo sé, prométeme una cosa antes de morirme.
    - No digas eso Giorgiro, sabes que aún te queda mucha guerra que dar - mentí piadosamente, más por compromiso que otra cosa, pues él era más que consciente de que su cáncer no tardaría mucho en acabar con él - ¿El qué?
    - No te preocupes por el futuro, preocúpate por ella, no la olvides - dijo apoyándose en mi hombro y con la mirada más emocionada y sincera que había visto jamás.
    - No hay minuto en el que no me acuerde de ella - dije mirándome el anillo del dedo -, y ahora prométeme una cosa a mí...
    - A ver... dime.
    - Que lo vas a conducir como si fuera tuyo, este finde, el 911 te pertenece - frené, puse el freno de mano, engrané punto muerto, y me bajé del coche; no sin antes hacerle entrega de las llaves.


    Me fui directo al Golf de Paco (por una vez era yo el que no tenía coche), y le invité a que adelantara a Giorgio, para poder guiarlo bien hasta la zona donde nos esperaba Jaime. Lo encontré con su flamante KTM y un par de casco de color blanco con la forma del de The Stig (el piloto de pruebas de un famoso programa de coches inglés). Bajé del Golf y le pregunté por lo que teníamos que hacer para entrar a las tandas. Me dio un par de pegatinas para que se las pusiera al Golf y al GT3 y en convoy entramos por la zona de las barreras al circuito, donde había un par de chicos controlando que todo el que pesara las llevaba pegadas en el parabrisas. En cuanto salimos de la zona acotada, aquel coche de carreras con matrícula salió disparado, dejando a nuestro humilde Golfete. Sin embargo, Giorgio no tardó en seguirle el juego y nos pasó en vuelo rasante por el lado izquierdo. Acelerando ambos como si no hubiera mañana, desaparecieron por el final de la recta mientras nosotros aún superábamos el cambio de rasante unos 500 metros más atrás. Lo primero que dijo Paco fue: "En cuanto lleguemos al Paddock, lo conduces tú, que esta gente está como una puta cabra".

    Sonreí, pues estaba deseando coger el Golf. Al fin y al cabo, fue el coche con el que aprendí de mecánica y a conducir, y me hacía mucha ilusión rodarlo en Nurburgring. Pero el destino había preparado otra cosa para mí: llegamos a los boxes del anillo sur (el nuevo), y allí había como un centenar de deportivos bastante moderno y radicales. En realidad, mi GT3 desentonaba bastante, y el Golf no pecaba ni con cola entre tanto "pepino". Lotus, Caterham, Porsche, Ferrari y demás marcas de prestigio formaban parte de aquel club tan elitista. Había matrículas de toda Europa, algunas no logré identificarlas con su país de procedencia. Aparcamos en batería al final del todo, en el único sitio donde había huecos libres. Giorgio y Jaime estaban ya fuera de los coches, hablando entre ellos, y decidimos unirnos a la conversación. Para mi sorpresa, era Giorgio el que le estaba dando consejos al chico.

    Lo veía gesticular con los brazos, fingiendo tener un volante entre las manos. Jaime lo observaba con atención, se notaba que el italiano sabía de lo que hablaba. Pero como ya le dije anteriormente, no me preocupaba su pasado, si quería llevarse ese secreto a la tumba, lo entendería. Yo mientras tanto, le daba vueltas a aquella especie de Fórmula 1 con matrícula. Era una mezcla entre un ordenador sumamente tecnológico y un coche sin más, con toda su esencia y sin más cosas que las sumamente imprescindibles.

    Era un volante, unas ruedas, y un motor. Nada más a excepción de unas diminutas luces y un par de paneles de color naranja que le daban el aspecto de "homologable":


    - ¿Te gusta? - me preguntó él sonriéndome.
    - Parece divertido, las cosas como son. ¿Es rápido? - a veces las preguntas con respuestas obvias delataban segundas intenciones en mis palabras...
    - ¿Por qué no lo compruebas por ti mismo? - dijo mientras me daba uno de los cascos blancos que había sobre el asiento.
    - ¿Me lo dices en serio? ¡Pero si ni siquiera me conoces!
    - ¿Y...? Sólo tengo que mirar tu GT3 para darme cuenta que eres bastante cuidadoso con los coches, además, yo voy de copiloto, que es normal que al principio este coche te de algo de respeto - los primeros coches de la fila arrancaron sus motores y comenzaron a entrar al circuito por la salida de boxes -. Bueno, ¿Entonces te animas?
    - No lo dudes - me monté de un salto en aquel asiento (por llamarlo de alguna forma) y traté de arrancarlo.


    Pero la cosa se resistía. En una pequeña pantalla digital monocolor, como las que llevan las motos, me salía multitud de parámetros que no entendía muy bien. El volante y los pedales se podían regular para adaptarlos a mi tamaño. Y el volante en sí, era más del estilo de un monoplaza que de un coche de calle. Tras navegar por el complejo menú de la pantalla (ayudado por Jaime, sino aún estaría tratando de encenderlo), conseguí arrancarlo, y un sonido muy fino, rítmico y acompasado despertó a aquella bestia de su pequeña siesta. Parecía mentira que un motor TFSI pudiera dar para tanto. Miré a mi izquierda, y vi a Paco, situado en la última posición de todo el grupo, con el casco ya puesto y haciéndome el gesto de "ok" con la mano. A mi derecha estaba mi flamante 911, que no era el más rápido ni moderno de la parrilla, pero a bonito no le ganaba ninguno.

    [​IMG]

    Los coches comenzaron a salir y me animé a engranar primera y comprobar de qué era capaz ese juguete. Conforme me iba acercando a la línea en la que se acababa el límite de velocidad, engrané segunda y hundí el acelerador en el chasis monocasco de fibra de carbono. Grité: "¡Me siento Dios!" y seguí engranando marcha tras marcha. En 8 segundo rodaba a 200 por hora y tenía la primera curva encima. Clavé frenos y salí catapultado hacia la siguiente. El circuito nuevo me parecía una verdadera autopista interestelar al lado del ratonero y estrecho viejo Nurburgring. Y pronto llegué a él, cuando quise darme cuenta, tenía frente a mí el verdadero infierno verde, sus 10 metros de ancho se hacían muy estrechos rodando a aquel endiablado ritmo. Lo que no podía imaginar era que mi propio coche me adelantaría volando a ras del suelo, esquivando el Lotus Exige que tenía justo delante, y pasando entre un 430 Scuderia y un 911 GT2 sin pisar siquiera el freno.

    Supuse que eso era a lo que Giorgio llamaba ir rápido. No tardó en desaparecer entre el tumulto de deportivos a los que adelantaba como si estuvieran parados. Nosotros continuábamos sintiendo el aire por todo el cuerpo. El KTM se aferraba al suelo como una lapa. A diferencia del GT3, éste tenía una dirección muy precisa a la par que un mayor agarre. Mas que sobre asfalto, parecía que íbamos sobre chicle. Las rectas se hacían un poco largas (su velocidad punta no era muy alta), pero las curvas eran un nuevo mundo desconocido para mí hasta entonces. Llegabas muy rápido y con el motor en sexta casi al corte, clavabas frenos y reducías hasta tercera o segunda. El cinturón de triple anclaje te mantenía sobre la órbita terrestre y evitaba que el cuerpo se catapultara contra el chasis por la acción de las fuerzas G. Tras salvarla, encarabas la recta que conducía a la siguiente curva ahogando el pedal en una piscina imaginaria; mi cuerpo era empujado contra el respaldo y mi corazón volvía a latir tras comprobar que seguía con vida.

    Te sentías vivo a la vez que frágil. Estaba a unos segundos de una vuelta rápida y a unos metros de una muerte instantánea. Pero ese coche iba por donde yo le dijera, no me hacía extraños, no daba sustos, y lo mejor es que conservaba la esencia de la conducción: el cambio manual y la ausencia de elementos "superficiales" le daban el toque perfecto a una máquina digna de cualquier episodio de La Guerra de las Galaxias.

    La vuelta tocaba a su fin, y en la recta larga del anillo norte pronto lo puse a su velocidad máxima. Muchos coches a los que había adelantado a lo largo de la vuelta me dieron caza allí. Mientras que el X-bow no superaba los 220, los GTR, Aston Martin y demás coches de "nivel" pasaban por nuestro lado besando los 300 kilómetros por hora. Era muy entretenido verlos desaparecer por el cambio de rasante de final de recta mientras que parecía ir parado. Por supuesto, al llegar allí no levanté el pie; Jaime llevaba toda la vuelta dándome instrucciones de cómo trazar y a qué velocidad coger las curvas, le hice caso y pasé con el pedal a fondo, aunque mi corazón me pidiese que frenase.

    Tras pasar por la unión entre el viejo y el nuevo anillo, entré a boxes y devolví el control del coche a su legítimo dueño. Lo vi desaparecer por final de recta mientras esperaba a que Paco llegara: como de costumbre, iba de paseo y disfrutando de la conducción, no "haciendo tiempos". Vi aparecer al GTI a lo lejos, con la bajada de suspensión, las luces amarillas y ese sonido a admisión tan particular. Paró al lado mía, y se bajó del coche con una sonrisa de oreja a oreja. Yo estaba apoyado en el muro de boxes, viendo pasar a los demás, y disfrutando de su sonido al acelerar e subir de marchas. Paco también se apoyó y estuvimos un par de minutos viéndolos. De repente, una máquina que me resultaba familiar irrumpió por el comienzo de meta: miré mi reloj, por mis cálculos no harían ni 12 minutos que pasó por allí la última vez. Apuraba hasta la última revolución y cada resquicio de potencia antes de subir de marcha (cosa que hacía en milésimas de segundo). La mancha blanca pasó por la recta a una velocidad extraordinaria, y desapareció en un instante tras la primera curva a derechas, no sin antes soltar un fogonazo por los tubos de escape al bajar de marchas. Los pocos que había allí en ese momento, se quedaron boquiabiertos, apostaría que no habían visto correr a alguien así en unas tandas antes.

    Me fui corriendo a la zona del Paddock, donde tenían el ordenador con los tiempos por vuelta de cada coche. Los allí presenten se llevaban las manos a la cabeza, no podían creer que acabara de bajar el record de la jornada en casi un minuto, ¡No llegaba a los 10 minutos y medio! (Y eso que el primero era todo un Corvette ZR1 potenciado hasta los mil caballos).

    Dios, no podía esperar a que pasara otra vez. Quería que parara, darle un abrazo a lo victoria de Le Mans e interrogarlo hasta que me dijera cómo había aprendido a conducir así. Pero cuando estaba en mi particular momento de clímax, tratando de averiguar cómo sería una vuelta completa de mi coche a ese ritmo, pasó algo que me revolvió las tripas: Los walkie-talkies de los comisarios y demás responsables de pista comenzaron a sonar, se oía gente hablando a gritos y dando la señal de alarma. El coche médico (un Nissan GTR) salió a tope de un box cercano, con las sirenas encendidas y las luces de prioridad de paso. Un comisario se puso en mitad de pista con una bandera negra y comenzó a sacar de la pista a todos los coches que venían.

    Busqué a Paco, y le pregunté, por si sabía algo. Pero estaba tan perdido como yo, así que pululaba de persona en persona, a ver si algún español sabía algo del asunto. Tras unos minutos de tensa espera, el 997 GT3 RS compatriota hizo aparición. Paco se acercó a él y preguntó algo a su conductor. Se bajó del coche y comenzaron a hablar. Tenía la cara desencajada, y los ojos rojos. Tras unos segundos de conversación, pude ver como Paco se llevaba la mano a la boca y me buscaba entre la gente. Nuestras miradas se cruzaron, y me hizo un gesto para que me acercara. Al llegar, pude ver su cara empapada en lágrimas y el vello de todo su cuerpo erizado. Entre balbuceos, acertó a decirme:

    - Carlos, ha sido Giorgio... - le saqué las llaves del bolsillo y corrí hacia el Golf, sin dejarle tiempo para que terminara de hablar.




    Continuará...


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  14. Carlosupercars

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    Os dejo un capítulo nuevo, perdonad la tardanza, pero ya sabéis... primero la obligación y luego la devoción. Espero que os guste, y cualquier queja, por aquí estoy. Un abrazo y gracias!!
     
  15. joschelito

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    NO NOS DEJES ASÍ!!!
    Vamos, que deduzco que el GT3 está hecho trizas, y Giorgio se ha ido haciendo lo que más le gustaba... CONDUCIR... :eek::eek::eek: O a lo mejor es que se ha encontrado a Cristina, ha pegado un frenazo y es todo una sorpresa para Carlos!!:[yahoo]
    Espero impaciente!!:Popcorn::Popcorn::drooling
     
  16. Carlosupercars

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    No me seas spoiler cabronazo!!! ;p Gracias por leer y comentar.
     
  17. ATM

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    Buff, simplemente bestial el capitulo, cada vez nos dejas mas enganchados :maria:

    Un saludo :Thumb:
     
  18. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Solo eran suposiciones....:[question]:beer:
    Espero ansioso!!:Popcorn:
     
  19. Damocles

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    Que kbron y te quedas así !!! esto no se hace nanooo ...!!!

    - Nos has dejado a medias con los tres coches
    - No tenemos ni idea de donde está Cristina
    - Paco no llora por llorar
    - Diós que el 911 no sea un siniestro!!!
    - Y quien coño tiene el mal gusto de Peret? es la directora que ha vuelto del mas alla?

    Todo esto y mas esperemos que no tarde mucho
     
  20. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Señores, una pregunta: el chasis del 996, ¿De qué está hecho? Supongo que de aluminio, pero no encuentro nada y mira que he buscado... (creo que el chasis es el mismo para todas las variantes, así que partimos de esa base jejeje). Gracias!