911, memorias de un futuro incierto (relato).

No es molestia, mas bien todo lo contrario, obligatorio postear tu nueva historia, que sino cuando vaya a verte por tierras valencianas te llevaras un par de collejas por no haberlo hecho :D:amiguitos::bandera blanca:

Espero que me guardes un libro, y que me pongas una breve cita o al menos una dedicatoria al nivel de tal lector que soy :amiguitos:

Un saludo grande,
Alberto

 

Me la tengo que leer ya. A ver si me la pillo via PDF cuando tenga tiempo.

Enviado desde mi GT-I9100 usando Tapatalk 2

 

vaaaaaaaaamonos :D

A ver con que nos sorprendes ahora carlos.

 

Mándame un mp con tu correo y te lo paso sin problemas ;)

Pues nada, cuando tenga un par de capis más la subo por aquí también (de momento hay poca chicha). Y lo del libro dalo por hecho, con un poco de suerte nos veremos en Murcia para la KDD Porsche que me ha comentado Jose, sino hay algo interesante por Valencia a lo que te obligue a venir

A ver si os gusta. Lo bueno es que en esta el GT3 Rs sale poco, así que no te voy a dar mucho el coñazo jejeje.

Pd. No sabía que había más RS por el foro, y ayer en el hilo de Motmeló descubrí que había otros dos más (como mínimo), y uno clavadito al tuyo.

[ame="http://www.youtube.com/watch?v=XyDMx_cSL7Q&list=UUC0tTg70YSsfMr7GlRAd2Zw&index=1"]Montmelo 2 - YouTube[/ame]

 

Me encanta Carlos :D a ver si me lio :D

Pon el hilo aqui que hay gente que no entra en FC

 

Eso de que ya saldrán Porsches... de que me puede sonar?:[angel]

Ya se las doy yo de tu parte cuando lo vea... :duelo::duelo:

 

Yo quiero uno ya.
:[applause]:[applause]:[applause]

 

El mio esta reservado ya desde hace muchisimo, que no se te olvide Carlos que sino... :diablo::beer::beer:

Un abrazo grande :amiguitos:

 

Pero qué buena pinta tiene ese primer libro!!! :[yahoo]

Portada y contraportada quedan geniales :[applause]

 

Por cierto, pregunta tonta, pero como lo conseguimos, donde lo compramos :D

 

Carlos ya es buen precio nano!!! tranquilo :D

 

entendido, tranquilo que eres de confianza y cuando digas que aceptas pedidos pues ya sabes me mandas por MP tu cuenta y te hago el ingreso de un ejemplar, eso si con dedicatoria si puedes :idolo:

 

Yo te lo puedo pagar in person? Es que me haría ilu ver como me lo autografías... :[angel]:[angel]

 

Buenas Carlos, te llevo siguiendo desde el capítulo uno y cuando he visto esa portada me he emocionado y todo jeje, aquí tienes un comprador más del libro, mándame los datos por privado.
Soy de Cazorla pero ahora estoy viviendo en Madrid, si pudieramos coincidir algún día por Jaén ya sería la hostia.
Un saludo!!

 

Carlos, te lo subo y te pido un ejemplar firmado. Pásame los datos para pagar por privado. Un saludo

 

Yo me lo leí en unos días. Te saco pocos años y me enorgullece que haya gente que haga cosas así.

Enhorabuena tío, me encantaría que este fuese el primero de muchos!

Un abrazo

 

A mí lo que me enorgullece es que tengas un Boxster con pocos años más que yo. Has cumplido mi sueño, enhorabuena y gracias por leer la historia.

 

Bueno chicos, mientras puedo haceros algo en condiciones, os entretengo con lo que va saliendo, no es muy bueno, pero ahora mismo no doy para más :nusenuse:

Habemus Pepinus​

Hoy el Sol acaricia mi envejecido rostro, camina rumbo a mis párpado con un firme propósito: despertarme. No le cuesta demasiado, pues ni siquiera he conseguido cerrar los ojos en toda la noche. Hoy podría ser un anodino día más; simple, aburrido y sin más motivación que ganar dinero.

Pero el grifo se ha cortado, no necesito un solo céntimo más; un documento firmado y décadas de sacrificio es todo cuanto hoy llevo encima. Levanto de la cama con el corazón a mil por hora, mi barriga ya no es el abdomen firme y terso con el que comencé a soñar, mi cabeza se ha convertido en un desierto de pensamientos e ilusiones, protegido por una escasa mata de pelo que poco o ningún atractivo tiene. Pero todo me da igual, no hay nada que demostrar ni trabajo que realizar. Toca recoger lo que sembré hace mucho; unas zapatillas ideales para conducir y unos pantalones cómodos es cuanto necesito para salir de mi habitación.

La pensión no es nada del otro mundo, pero la recepcionista (una anciana que se resiste a jubilarse) es bastante amable y me ha dejado un croissant y un cappuccino en la misma puerta. Saboreo el desayuno como si de Dom Pérignon y caviar iraní se tratase y tomo una ducha rápida. Mi reloj dicta que aún quedan tres horas de tortuosa espera, pero me niego a quedarme aquí ni un minuto más, o el tiempo acabará deteniéndose. Meto todas mis cosas en el petate y pongo la boca bajo el grifo. Durante treinta segundos, trago hasta la última gota de agua que de éste brota y despisto a mi impaciente paciencia. Alzo la vista y observo un interminable suburbio, hogar de millones de almas que se han rendido al placebo de cobrar la nómina.

​

Mochila al hombro y con las gafas de Sol puestas salgo de la hospedería con un paso nerviosamente acelerado. Me imagino conduciéndolo, despertando a cientos de kilómetros de esta enorme madriguera, ingrávido y pusilánime a todo aquello que no sean kilómetros de alquitrán y quitamiedos. Introduciéndome entre la masa anónima, a través de océanos de asfalto y charcos de estrés, puedo ver en sus fatigados ojos una forma de vida bastante alejada de mi pulida realidad. Ha hecho falta mucho esfuerzo, tiempo y dejar atrás a más de un amigo, pero sonrío pensando que todo ha merecido la pena a sabiendas de que aún queda la guinda del pastel.

Mi reloj marca ya las once menos cuarto, el rocío de la mañana ha dado paso a una niebla baja que me incita a dar media vuelta y volver a esa cama de la que no debí salir. Pero sé que al final de esta enorme avenida hay algo que me pertenece, voy sacando el taco de folios de la maleta y rezo para que hoy el tal Jaime sea un poco menos condescendiente. Cuando quedan apenas unos pasos para llegar comienzo a temblar de forma nerviosa, la lengua se me traba e intento practicar alguna frase para romper el hielo, pero no me sale nada. Giro la esquina de una calle cualquiera de un ciudad cualquiera y me topo de frente con un imponente escaparate en el que varias maravillas de la ingeniería me saludan a escasos centímetros del suelo.

Paro un instante en la puerta, para recuperar el aliento tras varias horas de caminata e intento que en mi rostro no se lea la excitación que corroe mis entrañas. Apenas me da tiempo a hacer un par de inspiraciones cuando un señor alto con traje y corbata abre la puerta del establecimiento: "No has aguantado hasta las 11, ¿Eh? Jeje, pasa hombre, que vas a coger frío". Entramos juntos a un santuario de la velocidad en mitad de un infierno de ruido y desesperación en forma de Tranquimazín. Me quita el papel de las manos sin pedirme permiso y con una sonrisa pelotera en el rostro desaparece de mi vista. Me siento en un sofá de cuero rojo (casi granate) que presagia lo que estoy a punto de poseer, y trato de relajarme entre fotos de Enzo, Sergio Pininfarina y llaves que representan un par de hipotecas para el ciudadano medio.

"Ya lo tienes listo, pasa cuando quieras", me dice Jaime al otro lado de una puerta de cristal. Alzo mi tronco y camino casi al trote hacia donde está el elegante comercial. En el taller, impoluto y completamente ordenado, se confunden los GTs de los años 60 con los últimos modelos de la marca del cavallino rampante. Busco el mío entre motores desmontados, chasis destripados y paneles de carbono, pero no consigo localizarlo. "El tuyo llegó ayer a última hora, no tiene ni dos kilómetros, lo vas a estrenar tú...", sigue con su agradable y correcto trato hacia mi persona; si me lo hubieran contado diez años atrás no les habría creído.

Tras un par de carritos de herramientas y varios coches que nunca antes había visto, llegamos a la zona 0, allá donde de se entregan los sueños y terminan las vidas rotas por esta adicción que a tantos nos mantiene en vilo. Apenas levanta un metro del suelo, pero sé que tras esa fina capa de terciopelo se esconde lo que me da alas para no volar y rendirme al amparo de un vaso de whisky con hielo y un paquete de cigarrillos. "Te cedo el honor", dice señalando a la imponente silueta. Con cierto temor, flexiono mis piernas y noto que mis rodillas vuelven a estar en la flor de la vida. Con las yemas de mis dedos toco por primera vez la pintura metalizada, mi sangre hoy se viste de Rosso Corsa, y mi alma vuelve a ser la de un adolescente atontado que se empeñaba con ver el cielo desde la ventana de su habitación de alquiler.

Llamo a mi mujer, le digo que no me espere hoy para comer. Ella no es aquella niña de ojos marrones que conocí a los 18 ni yo soy su particular taxista que la llevaba al fin del mundo en bicicleta, ahora somos dos mitades independientes que poco o nada conocen de la vida estándar. Él tiene la misma mirada penetrante con la que me ha despertado estos últimos treinta años: frenos cerámicos, 570 caballos a las ruedas traseras y el mejor extra de todos: una ventana al cielo. "Deja de explicarme gilipolleces y dame las llaves ya, ¡Joder!" pienso mientras Jaime sigue con su estúpido discurso perfectamente aprendido sobre cientos de cosas de las que llevo oyendo hablar toda la eternidad. No lo voy a estrellar a la vuelta de la esquina, tenlo por seguro.

Me arrodillo ante la belleza de sus aristas imposibles, susurro golpes muy despacio contra el suelo mientras espero a que me entregue las llaves. El momento ha llegado: un artilugio metálico de apenas 5X40 milímetros es ahora lo único que me separa de este proyecto de vida. Me acerco por última vez a esos desconcertantes faros, que parecen retarme a esnifar un rato más de aquel miedo eterno, de aquella lucha contra uno mismo y los impedimentos (a veces invisibles) que me han conducido al fracaso mil y una veces.

[ame="http://www.youtube.com/watch?v=KTiqI9hFuJg"]Tribute to Ferrari 458 Spider - YouTube[/ame]

Tengo una virtud por cada mil defectos, y esto, es una de ellas. Cuero marrón colapsa un interior dibujado a fuego por la pluma del mismísimo dios del Olimpo. Aún queda algún plástico esparcido por volante, pedales y asientos. No tardo demasiado en quitarlos, quiero estar en contacto directo con la bestia, ¿Miedo? ¿A qué, a sentirme vivo? No compañero, esto no es miedo, es vértigo. Vértigo a mirar hacia el abismo que he salvado, vértigo al recordar los momentos pasados, vértigo al ver la puerta del taller abriéndose mientras poso mis riñones sobre un asiento, mitad señorial, mitad baquet de competición. Un botón me separa del giro del segundo eje de la Tierra, no sé si pulsarlo o esperar a que despierte por sí solo. El traje con un hombre dentro me hace señales desde la calle: quiere que lo arranque. Ahora la pelota está en mi tejado, el techo sigue cerrado y me aislo del mundo subiendo las ventanas.

Mi dedo índice, casi involuntariamente, dirige la atención a lo que mi sensatez intenta olvidar, y salta el infinito que separa mi cuerpo del volante. Mi espalda es centrifugada por cientos de equinos italianos que balancean de izquierda a derecha el enorme V8 que se esconde a centímetros de mi trasero. Sin querer, engrano primera a través de un cambio tan rápido como un parpadeo y un acelerador sensible hasta decir "basta". La luz del día incide por primera vez en la delicada piel de la señorita italiana, como si de la mismísima Belluci se tratara, embauca a conocidos y extraños que miran con recelo pedazos de aluminio y carbono forjados para crear una obra de arte en movimiento.

Por el retrovisor, el concesionario, que se aleja hacia un punto de fuga que pronto lo hará desaparecer. En este infierno de cemento armado y con la única compañía de los anónimos que creen que entre ellos y yo hay ciertas fronteras infranqueables (qué más quisiera...), el Spider de la escudería de Maranello se comporta torpemente, como un pato andando sobre el hielo. Pero a lo lejos diviso las montañas, monumento naturales sobre las cuales se apoya la mayor creación del hombre: la carretera.
Un cartel con un fin de límite de 50 me da su aprobación para meter segunda y hundir el pedal derecho contra el duro suelo. Como si estuviéramos caminando sobre chicle, los enormes neumáticos se abrazan a los poros del asfalto creando unos raíles invisibles que me permiten llevarlo por donde quiera. No importa el código de la nacional, no importa la provincia, comunidad o estado en el que mi compañero de viaje rueda a ritmo de contrarreloj, somos sólo él y este día recién empezado. Da igual que volemos al borde de un precipicio o por la orilla de una playa solitaria, la brisa marina no entra a través de la descapotada estructura y el olor a pino es superado por la gasolina explosionando dentro de los cilindros. El mismo proceso se repite una y otra vez: salgo de una curva, bajo de marcha hasta ponerme en las 5000rpm y piso a fondo controlando una trasera juguetona que no sabes cómo va a reaccionar. Cuando quiero darme cuenta, los frenos carbocerámicos están bloqueando nuevamente los cinturones de triple anclaje, los ojos salen de sus cuencas y en mi rostro se dibuja una sonrisa patética a la par que sincera.

La ruleta en el volante me reta desde hace un buen rato, el pequeño demonio que todos llevamos dentro trata por todos los medios de convencerme. Yo me mantengo firme, durante cientos de curvas y unas cuantas horas mi "miedo" es más fuerte que su locura. Pero esa horquilla de 180 grados me mira raro, tengo que pensar rápido pues son apenas 300 metros los que me quedan, en la carretera no hay nadie y en las altas cumbres no suele haber mucha vigilante. TCS OFF es todo cuanto me dice el ordenador de "a bordo" acerca de lo que se me viene encima. Reduzco a segunda tras pasar de ir a 200 a 60 en apenas tres segundos. Es adictivo ver pasar los hierbajos de la cuneta cada vez más rápidos, llegando a formar un túnel interestelar que se deshace cada vez que toco el pedal izquierdo. Esta falsa calma va a durar muy poco, giro a la izquierda rozando un poco el bajo delantero (una pendiente del 17% tiene la culpa) mientras que el húmedo asfalto sigue esperando traicionero. A centésimas de que las mariposas de los escapes se cierren para dejar paso a la paz del sosiego, un nuevo pisotón vuelve a despertar a la bestia, con un petardazo digno del mismísimo Concorde rompiendo la barrera del sonido sobre el Océano Atlántico.

Una fumata blanca (al más puro estilo vaticano) brota del culito respingón mientras que, literalmente, río como un poseso. "Pareces un crío, madura ¡abuelo!" me dice la cordura que llevo como copiloto en esta fría tarde. "¡Cállate!" le grito mientras que apuro las marchas más y más, tratando de enmudecerla entre el caos del único sonido que me gusta más que el silencio. A tres mil metros de altura a la sangre no le llega tanto oxígeno, quizá sea por eso por lo que la cautela se bajó hace varios cientos de millas junto a las obligaciones y el teléfono móvil. Rodar a la velocidad de un tren bala por una carretera por la que no pasan dos coches quizá no sea lo más inteligente que he hecho en la vida, mi jubilación se convertirá en mi tumba más temprano que tarde y sólo esta hermosa máquina me separa de ella. Los párpados me pesan toneladas pero mis ojos no se cierran, es lo que pasa cuando en unas horas brota la adrenalina acumulada durante 50 años.

Este Rolex "de palo" me indica que al Sol le queda poco rato, sobre mi cabeza no entra la brisa fresca y las ideas se empiezan a congelar. Pongo la capota y mis huesos calados recuperan su temperatura ideal. A un ratito de casa vuelve mi verdadera identidad... o quizá sólo sea una elegante fachada que esconde el salvaje que hoy ha surgido de entre las tinieblas.

Aún con la sonrisa pícara en la cara llego a mi particular guarida. No he comido mas no tengo hambre, no he mirado mucho el reloj mas no tengo prisa. Sin embargo, las 10 llamadas perdidas de "la jefa" hacen presagiar que nada bueno está por venir, pero no me preocupa lo más mínimo. Con cierta dificultad, consigo "desencapsularme" del diminuto habitáculo en el que he pasado la jornada (ya estoy mayor para estos juguetes). Lo dejo en lo que será su nuevo hogar, saco la maleta de su ridículo maletero, lo arropo con su fina manta de terciopelo y le guiño el ojo antes de apagar la luz del garaje.

Soy un don nadie que nada tiene y nada precisa, improviso en un vida que aprieta pero no ahoga y he corrido infinitas veces tras trenes que nunca han parado. Pero hoy dejo de correr, camino tranquilo sabiendo que lo he conseguido, quizá sea demasiado materialista, inmaduro o superficial para dar sentido a mi existencia en una cosa fría y sin sentimientos. Pero hoy dormiré a pierna suelta, como jamás lo he hecho antes, hoy se termina la cuenta atrás, hoy dejo de decir la frase "Algún día...".

​

 

Gracias Carlos

Saludos desde Alicante, encantado de que hayas empezado una nueva historia.

Cuando tengas a la venta el anterior lo comunicas.

Repito, Gracias.

Un abrazo

 

Aún estoy con la primera historia y ya hay una segunda... Mola!
Sigue cultivando esa afición, q no se te da nada mal!

;)