Nuestros Espónsors

911, memorias de un futuro incierto (relato).

Tema en 'Foro general Porsche' comenzado por Carlosupercars, 11/10/12.

  1. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Buuff a mi me ha dejado un rato raro!!! lo de la puerta del garaje abierta no se, no se ... si el barco toca el agua con ella abierta se desintegra, pero la historia es tuya y ya sabes :D
     
  2. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Tremendo, la sensación que te queda de este capítulo es complicada, he experimentado distintas sensaciones mu fuertes en este capítulo.

    Terminar nooooo por favor.
     
  3. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Hombre... la puerta queda bastante lejos del agua (se pone a la altura del muelle para que salga el coche), y el barco no es precisamente una zodiac. Además, la historia no es para nada estática, al contrario, me viene una idea en el momento, y trato de plasmarla lo mejor posible. Primero veo el desenlace y luego intento encontrar la manera de lograrlo, y a veces, pues no queda bien del todo. La historia no está acabada, yo oigo las críticas y ahora, cuando le vuelva a corregir (ahí va a comenzar lo duro de verdad) trataré de solucionarlo, aunque tampoco me servirá de mucho, lo hago por amor al arte y no obtengo nada a cambio...

    Pero vamos, que te digo una cosa, que si no te gusta, cierro la compuerta y que se caiga al agua. ¿Mato a Cristina? ¿La mato? :Smiling Face With Open Mouth: Es broma, ya encontraré alguna forma de que quede más bonito :handshake:
     
  4. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Y eso... ¿Es bueno o malo? :[question]
     
  5. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :hmm: criticas Nauticas alguna HAY :o:Rolling On The Floor Laughing: pero NO voy a hacerlas XD que el relato para mi esta GENIAL y fascinante tio :beer::Thumb:
     
  6. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Jajaja, normal, no tengo ni idea de náutica, es que lo de viajar en yate se me queda grande jejeje. Cuando pongo que si tenéis alguna queja/sugerencia me refiero a eso, así que os agradecería que me lo dijerais, la voy a corregir entera y voy a imprimir unos cuantos libros, y cuanto más fina se quede la historia, mejor quedará éste.
     
  7. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Es muy bueno, llegas o por lo menos a mi a tocarnos la fibra, me refería que de repente Cristina muere, aparece la cadáver y casi mata a Carlos, que tensión y de repente vuelve a parecer Cristina.

    Minutos antes todo era perfecto y en un zas, te cambia la vida por completo.

    Me quedo con las cosas pequeñas que valoro en la vida.

    Animo pero por favor, piénsate una segunda publicación con el transcurso de sus vidas, donaciones, Pao y su familia, que va a pasar con esos coches, queremos saberlo.
     
  8. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Mañana, día de reyes (bueno, en realidad es hoy pero todavía no me ha dado tiempo a acabarlo, me queda un buen tocho :Rolling On The Floor Laughing:), creo que mucha de las dudas quedarán resueltas, de todas formas, el final lo voy a dejar abierto, muy abierto, ahora necesito descansar un tiempo, pero quien sabe si no en mucho tiempo me vuelve a dar el venazo...:D
     
  9. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    No cambies lo del barco, tranquilo es una salida muy buena, la velocidad nautica es bastante alta (demasiado) y no me ha preocupado ... y sabes que me encanta la historia
     
  10. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Antes de nada, feliz día de reyes. Espero que os hayáis portado bien y a vuestros reyes no la hayan quitado la paga extra :Smiling Face With Open Mouth: Os iba a regalar un GT3 a cada uno, pero como no han llegado a tiempo, os regalo el final de la historia :Thumb: Espero que os guste, y como siempre, quejas/sugerencias son bienvenidas.
     
    Última modificación: 6/1/13
  11. Carlosupercars

    Carlosupercars Senior +

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    Capítulo 43


    Me ahorraré los detalles de lo que pasó en aquel barco hasta que llegamos a Livorno... teníamos muchas cosas en las que ponernos al día. Sólo nos preocupamos de una cosa durante todo el camino: los disturbios en Bombay iban a peor, y el suburbio de Dharavi se había convertido en el epicentro de éstos después de nuestra partida. Las noticias que llegaban eran confusas y ciertamente contradictorias, no sabíamos a qué canal de televisión creer o a donde llamar. El teléfono de Chadna comunicaba al principio, y más tarde, ni siquiera daba la señal.

    En Italia llovía, y aquella zona, alejada de Livorno, era especialmente fresca. Los cristales del GTR estaban empañados y apenas se podía continuar sin poner la calefacción del parabrisas. Las gotas resbalaban por las ventanillas, y la ciudad dio paso a un frondoso monte que recordaba bastante a la vegetación de Jaén. Incluso con todos los controles activados, aquel coche era muy nervioso, y el asfalto mojado le hacía un flaco favor. Sabía que cualquier charco, podría provocar que nos estampáramos con algún árbol de la cuneta. Cristina me miraba extrañada, e incluso nerviosa; no soportaba que fuera tan despacio. ¡Me encantaba esa mujer! Quedaban ya pocas así, no podía dejarla escapar. "Cariño, es que tiene las ruedas muy anchas... ya sabes, por el aquaplaning" le dije. "¿Aquaplaning? Venga hombre, mi abuela podría ir más rápido...", me contestó ella, mientras miraba por la ventana para que no pudiera ver que se estaba partiendo de risa. En la salida de un par de curvas le di un apretón a ese 6 cilindros, para que viera lo peligroso que era acelerar más de lo debido. "Ni derrapar sabes... no te reconozco, ¿Eh?". Aquello se convirtió en una verdadera guerra de orgullos. Entraba en una curva, reducía a segunda, los escapes rugían, y encaraba la siguiente recta dejando deslizar sus cuatro ruedas motrices por aquel deslizante firme. Cada vez cogía más ángulo en las derrapadas, pero ella seguía mirando indiferente.

    Fue una buena forma de entretenernos hasta que llegamos al pequeño nidito de amor que Giorgio y Sofía compartieron durante toda su vida. En teoría era nuestro, en la práctica, no me atrevería a dar un paso en aquella casa sin el consentimiento de la señora Fallaci. Alejada del mundo, sobre las colinas que rodeaban Livorno, y cubierta de verde por los cuatro costados, se alzaba una majestuosa, a la vez que diminuta, casa de estilo genovés, probablemente de principios del siglo pasado. En la puerta estaba aparcado el ya archiconocido Maseratti Quattroporte azul marino, que conjuntaba bastante bien con godzilla. Toqué un par de veces al timbre, y mientras esperábamos a que nos abrieran, no pude evitar la tentación de volver a rozar aquellos carnosos labios con mi boca. "Qué mal conduces..." me decía mientras que alejaba la cara para que no pudiera besarla, para más tarde volver a acercarse a mí. Sofía abrió la puerta de aquella pequeña, pero imponente casita, bajó el par de escalones que separaban ésta del suelo, recorrió el camino de piedras del jardín, y nos abrió la verja:


    - Hombre, ¡Qué sorpresa! ¿Cómo usted por aquí? - se acercó y me dio dos besos.
    - Pues nada señora, que pasábamos por aquí, y algo me ha dicho que no andaría muy lejos. Mire, esta es...
    - Cristina, ya lo sé, ¿Qué tal estas? - le dio dos besos - Es guapa... ¿Eh? - dijo mientras me guiñaba el ojo.
    - No tiene mal gusto del todo... - dijo ella mientras sonreía. Yo no pude evitar ponerme rojo como un tomate.
    - ¿Vais a pasar o qué? Como si estuvierais en vuestra casa. ¿Verdad Carlos? - se rió.
    - De eso nada, aquí la anfitriona es usted. Somos meros invitados, Sofía.


    Por el interior de la casa nadie diría que estábamos en la morada de un gran magnate de la náutica y casi de cualquier negocio. Ella misma nos preparó un par de capuccinos, que nos sentaron bastante bien a esas horas (serían las 5 de la tarde). Se sentó en el sillón que había justo enfrente y se quedó cayada un rato, mientras nos observaba. Simplemente sonreía y se quedaba con la vista puesta en nosotros, llegando a ser un poco incómodo. "Hacéis buena pareja", comentó. Luego, se volvió a levantar del sofá mientras que continuaba hablando: "Mirad lo que acaba de llegarme al correo, no sé muy bien que será, pone que es de Giorgio". Tardó unos minutos en reaparecer, mientras se escuchaban ruidos al fondo del pasillo, junto al cuarto de baño. Regresó con un paquete bastante grande entre las manos, y nos lo cedió directamente a nosotros, que compartíamos sofá. Al abrirlo, la sorpresa fue mayúscula. Había visto aquella letra antes, y sabía perfectamente dónde. "Nadie muere mientras su recuerdo siga vivo", era todo cuanto rezaba aquella caligrafía en cursiva escrita con tinta invisible sobre un DVD para grabación. Pero no estaba sólo en el paquete, había un par de objetos sin aparente sentido alguno: unas llaves antiguas y un cochecito de madera, que imitaba de mala manera a un 911. "Ponlo", dijo ella desde el otro lado de la mesa. "Quizá debería verlo usted sola, Sofía. El vídeo no es para nosotros", traté de convencerla. "Hijo mío, voy camino de los 80, a estas alturas poco o nada tengo que esconder, pon el disco, por favor", señaló al reproductor que había debajo de la televisión.

    Con un poco de temor, por qué nos podíamos encontrar dentro de aquel DVD, pulsé el botón para que se abriera el cargador y lo puse sobre éste. Configuré la televisión para que se sintonizara en la salida de AV1. El vídeo ya estaba siendo reproducido: se veía al viejo colocando una cámara en algún lado. Podía reconocer ese paisaje, era la A-6050, la carretera que subía desde Los Villares hasta La pandera. Estaba enganchada a los bajos de algún coche. Desapareció de la imagen y se escuchó como arrancaba. Era un sonido muy bronco; no era, ni de cerca, un coche actual. El motor de arranque tardó como 10 segundos en ponerlo en marcha y aquel V12 sonaba demasiado fino para ser de un modelo "moderno". A pesar de ser un simple video, se podía escuchar a los pistones bajar y subir, a las válvulas abriéndose y cerrándose, y a las bujías encendiendo la mezcla de gasolina con oxígeno en el interior de los cilindros. Aceleró y comenzó a subir por aquella revirada carretera como si de una prueba cronometrada se tratara. Por lo poco que le vi la cara, se notaba que ya estaba algo deteriorado, enfermo; seguramente habría subido allí mientras yo estaba en coma. Pero tras el volante no tenía problemas, como cuando pilotó en Nurburgring, parecía un chaval por su forma de contravolantear y sus reflejos al adelantar a coches y camiones en aquel vertiginoso ascenso. "Suena a Lambo", dijo Cristina. Me encantaba el rugido de aquella cosa, Sofía miraba la hora con cierta indiferencia, mientras que nosotros dos no quitamos la vista de la televisión durante los casi veinte minutos de subida, nos quedamos embobados. Fue entonces cuando ocurrió lo más desconcertante: llegó a la base, y puso aquel clásico frente a la puerta del garaje. Se bajó del coche y abrió ésta. No podía creer lo que estaba viendo, los coches estaban tal y como yo los dejé antes de irme a la India. Me callé, no dije nada. Contuve la respiración a ver que el Enzo, junto con el GTS, el GT3 RS 4.0 y el Toyota GT-86, eran los coches que estaban aparcados en la zona más exterior del garaje. Preferí quedarme con la duda a que me tomaran por loco: no podía ser que Giorgio estuviera allí, yo lo vi morir.


    El vídeo se cortó, y la pantalla quedó unos segundos en negro. Luego, volvió a reproducirse algo por pantalla. "¿Qué hago ahora, papá?", se veía a un niño con un taco de madera entre las manos. Por su color de piel, juraría que era africano, aunque no sabría decir de qué zona exactamente. "Haz esto", se escuchó la voz del italiano. Le pasó una fotografía que no se alcanzaba a ver, y alguien cogió la cámara. Comenzó a andar con ella en la mano, parecía estar en alguna playa, que se extendía en el horizonte y se fundía con unas dunas de enorme tamaño. Giorgio volvía a hablar, era él quien grababa:


    - Aquí construirán una escuela, por aquí pasarán las tuberías y aquí habrá un pequeño... - enfocaba la cámara hacia diferentes lugares, dentro de una especie de pueblo compuesto por un montón de casas bajitas y de adobe. El vídeo tenía muchísimos cortes, por algún motivo, la cámara no funcionaba del todo bien. Volvió a desaparecer la imagen. Se cambió de plano: era de noche, y la cámara volvía estar sobre la mesa del principio. - Bueno Sofía, ahora habrás entendido dónde han ido a parar todos esos beneficios - yo, al menos, no había entendido nada, pero ella sonreía, sin poder ocultar su emoción. Comprendía mejor que yo lo que sucedía -, ¿Ya lo has acabado?
    - Sí - el niño del principio del vídeo volvió a aparecer. Llevaba en la mano el mismo cochecito de madera que había en la caja y que tenía yo entre las manos.
    - Son iguales ¿Eh? - dijo mientras los comparaba con la foto, en la que, para mi sorpresa, aparecía mi ex GT3 - Escucha, ¿Me lo regalas? Es para un amigo - el niño asintió con la cabeza -. No sé porqué, pero me da que me estás viendo. Carlos, cuídamela ¿Eh? - miro directo a la cámara.
    - ¿La apago ya, papá?
    - Claro.

    El niño alargó el brazo, acercó la mano a la cámara, y la pantalla volvió a ponerse en negro. Sofía estaba muy contenta, nunca le había visto sonreír con esa energía. Yo la miraba confuso:

    - No habéis entendido nada, ¿Verdad? - dijo.
    - No.
    - Bueno, ni falta que hace. Mi marido se ha ido de este mundo por la puerta grande, lo demás da igual - se secó una lágrima.

    Miró una foto que había sobre un mueble del salón, en ella, se veía a Giorgio posando con un casco de obra en la cabeza. Mientras, detrás de él, se veía aquel pueblo del vídeo, en pleno proceso de transformación. En las calles ya no había arena, sino asfalto. Y varias grúas se perdían entre las casas. En la esquina inferior de la foto había algo escrito, que no alcancé a ver. Al menos, ya sabía a qué se iba a dedicar la fortuna de Giorgio, y de paso averigüé a quien debía ayudar yo con la mía.

    Salí de esa casa con una extraña sensación en el estómago. Aquella imagen del garaje me produjo cierto temor, o era una mera casualidad, o algo muy raro pasaba allí... mejor no saberlo. Y eso de que aquel niño lo llamara "papá", también era ciertamente desconcertante, y más al no ver reacción alguna en Sofía. Recordé la frase del disco, quizá tendría algún tipo de relación. Nos acompañó hasta la puerta, y allí conversamos por última vez. Cristina llevaba aquel 911 de madera entre las manos, y yo, seguía con algunas dudas que quería resolver antes de marcharnos:


    - Pues nada pareja, aquí tenéis vuestra casa para cuando queráis.
    - Lo mismo le digo, Sofía. En Jaén tiene la suya, pase por allí cada vez que le apetezca.
    - ¿Os queda mucho para llegar? Debe de ser una buena paliza de viaje...
    - ¡Ah! No mucho, además tampoco tenemos prisa - Cristina me atravesó con la mirada -. Sólo una cosa más antes de irnos.
    - Dime, hijo.
    - ¿Quiénes eran aquellas personas que la acompañaban aquel día? Ya sabe, cuando Giorgio...
    - Hay cosas que se escapan de tú interés. No tienes porqué saberlo. ¡Anda! Marcharos ya que se os va a hacer tarde - prácticamente nos empujó al interior del coche para que nos fuéramos.


    Dejamos atrás aquel lugar, alejado del ruido y de la civilización, mientras la observaba por el retrovisor, entrando de nuevo en su casa, ataviada con aquel vestido blanco. Al girar al final del camino, el Maserati oscuro desapareció del espejo, y con él, todo cuanto rodeaba a aquella misteriosa vivienda, y sus peculiares dueños. El camino de vuelta se hizo especialmente duro. Cristina estuvo toqueteando nerviosamente aquel cochecito de madera durante todo el trayecto. Sólo paraba de hacer eso cuando cogía el móvil para llamar a la India. Seguía con la cantinela de "apagado o fuera de cobertura", y eso sólo la ponía peor de lo que estaba. Me dolía verla así, pero sabía que si no hubiera ido a por ella, ahora sería yo el que estaría realizando esas llamadas.

    En Jaén todo seguía como siempre, serían las doce de la mañana cuando vimos por primera vez la silueta del castillo desde la autovía (era lo primero que se veía al llegar a la ciudad). "¿A dónde vamos?" preguntó cuando vio que pasábamos de largo y dejábamos atrás a la capital del Santo Reino. "Tengo que ir a comprobar un par de cositas de extrema urgencia antes de ir a casa", frunció el ceño con indiferencia y me hizo el gesto de "OK" con la mano. Como Giorgio en el vídeo, yo tampoco ascendía precisamente despacio, pero a ella seguía sin parecerle muy espectacular. Paré en la cuneta, a mitad de camino, y le dije: "¿Conduces tú?". Sin decir ni media palabra, puso una sonrisa maliciosa y asintió. Nos cambiamos de posición y aceleró a fondo sin ni siquiera darme tiempo de ponerme el cinturón. En menos de 4 segundos, volábamos a mas de 100 kilómetros por hora por la serpenteante calzada que, ascendía a nuestra particular cima del mundo. Me agarraba con miedo al tirador de la puerta. "¡Qué ganas tenía de probarlo!", es lo único que le escuché decir entre los quejidos del japonés y el roce de sus neumáticos con la cuneta de la carretera. Fatigaba cada centímetro de su carrocería; cada tornillo concienzudamente apretado para maximizar el rendimiento de la bestia, estaba siendo sometido al maltrato de las manos de mi chica. Frenazos, sobrevirajes y fuerzas G por doquier, me descubrieron la cara oculta de una montaña rusa, desconocida para mí hasta entonces. Muy lejos quedaban aquellos entrenamientos sobre mi flaca, ascendiendo aquel puerto a 10 kilómetros por hora y 200 pulsaciones por minuto. Cuando estaba a punto de fundirme con el marco de la puerta, llegamos a lo más alto. Para mi sorpresa, el Golf de Paco ya estaba por allí, con las dos ruedas delanteras quitadas y un par de gatos puestos. El antiguo responsable de los jardines de El Neveral estaba debajo, toqueteando las entrañas del Volkswagen. Estaba tan ensimismado, tan sumamente sumergido en aquel universo de tuercas y piezas de motor, que ni siquiera nos oyó llegar. Ella aparcó justo al lado y nos bajamos del coche. Cristina se acercó a él mientras que yo no tuve que ir, antes de nada, a comprobar el interior del garaje. La puerta estaba ya entreabierta, y dudé si cruzar al otro lado o no. Los escuchaba hablar: "¡Coño, Cristina! Madre mía que guapa estás...", pero yo sólo tenía oídos para aquel fantasma que me llamaba desde dentro de la base.

    Me froté los ojos un par de veces, no había sido una ilusión o imaginaciones mías. Justo delante del Pagani Zonda Cinque, protegiendo al resto de deportivos de los intrusos, estaba él, apoyando sus enormes neumáticos de la misma forma que lo hizo en aquel viejo granero. El Lamborghini Miura de color amarillo que condujo Giorgio por Europa junto a su compañero, el mismo que estuvo abandonado durante treinta años en algún lugar de las montañas de Santa Agata, estaba ahora en la base militar. No sabía si sentir miedo o alegría, si quedarme parado o echar a correr. Escuché sus pasos acercándose hacia mí, Paco había venido a saludarme, ya que yo no me había dignado a hacerlo:


    - Es bonito ¿Eh?, le falta una buena puesta a punto, pero ese V12 volverá a rugir en no mucho tiempo.
    - Paco, ¿Dónde está? -los ojos me brillaban.
    - ¿Donde está quien?
    - Giorgio, ¡¿Qué dónde está?! Yo mismo vi el video en el que lo subía hasta aquí con ese coche. Ese sonido es inconfundible, tiene que estar por aquí, en algún lado.
    - Pero... ¿Qué dices? Si lo trajeron en un camión, junto a aquellos dos - dijo señalando a un par de coches tapados que había fuera -. Eran unos italianos. Según Paolo, ya están a tu nombre y todo...
    - Pe... pero si yo lo vi. Y Cristina también lo vio, ella estaba conmigo. Cristina, ¡Ven aquí, por favor! - ella estaba aún dándole vueltas al Golf.


    Cuando entró al garaje, le faltó muy poco para caer desplomada. Al fin y al cabo, nada sabía ella de aquel lugar, no me había dado tiempo a decírselo, o más bien, no había querido estropearle la sorpresa. Quería que sintiera lo mismo que sentí yo la primera vez que lo vi. Se quedó unos minutos atónita, no dijo nada y ni siquiera se atrevió a moverse. La agarré de la mano tras ese primera fase de "asimilación", y traté de sonsacarle aquello que quería oír, pero que, como de costumbre, no conseguiría. Estaba esperando una respuesta negativa que confirmara mi locura; aún así, lo intenté:


    - ¿Te acuerdas del video que vimos ayer?
    - Sí - fue todo cuanto pudo decir. Seguía sin aliento ante semejante colección de leyendas y bestias esperando ser domadas.
    - Dime por favor que...
    - El Miura, es el del video ¿No? - respiré aliviado, al menos no había sido una broma pesada de mi imaginación.
    - ¿Y te acuerdas del resto de coches? ¿A que estaban como ahora?
    - ¿Qué? Yo que sé... no me acuerdo de tanto. ¿Dónde están las llaves de los juguetitos? - seguía a lo suyo, no iba a sacar mucho más de ella.
    - Giorgio está vivo, él ha traído el coche hasta aquí...
    - ¿Qué? ¿Pero qué dices? Que lo trajeron los tíos esos, ¡Ya te lo he dicho! - Paco entró en la conversación.


    Me acerqué un poco más al coche, abrí la puerta y me senté dentro. Todo estaba como la última vez que lo vi. Él se sentó en el asiento del acompañante y comenzó a tocar el deteriorado cuero y la palanca de cambios petrificada. "Este coche no puede moverse, Carlos. ¿Cómo lo iba a traer Giorgio hasta aquí? Ha sido un viaje muy largo, deberías descansar...", me dijo. Quizá llevaba razón, ese coche apenas podía girar, ¿Cómo demonios lo iba a conducir así de rápido, si hasta las ruedas estaban cristalizadas? Seguramente fuera otro coche igual de su colección, que acabó llevándose o donándolo a alguna ONG (conociéndolo...). ¿A quién quería engañar? Lo mejor era que volviera a casa y dejara a aquellos dos allí, alegrándose la vista, el olfato y, sobre todo, el pie derecho. Pero Paco se levantó, dejando al descubierto algo que había en su asiento. Cuando se bajó por completo y cerró la puerta, quedé allí dentro sólo, acompañado únicamente por el olor del cuero viejo. Parecía una nota, un pequeño papel doblado por la mitad. La abrí y... sí, aquella letra me volvía a resultar familiar. "Nadie muere mientras su recuerdo siga vivo..." rezaba la nota junto a una cara sonriente al final de la frase. "Maldito Giorgio", pensé mientras miraba hacia el techo (mi hipotético cielo) y le sonreía. Estuve allí dentro unos minutos más, como a solas con él. Pero por el retrovisor, veía a aquellos dos acercándose sospechosamente a los dos automóviles cubiertos aún por unas fundas que no eran de su talla. No podía permitir que los destapar sin mí, así que salí del Miura, y decidí no hablar con nadie del tema; sería lo mejor para no volverme completamente majareta.

    "¿Estás seguro de que quieres destaparlos? Quizá no te guste lo que hay debajo", me dijo "don Francisco". No lo dudé por un momento. Sabía que uno de ellos sería aquel Lamborghini 400gt de color verde oscuro, pues su compañero biplaza no habría llegado hasta allí en solitario. Efectivamente, allí estaba, con sus faros reventados, unos neumáticos roídos por los ratones y la pintura desconchada. Pero quizá no estaba preparado para ver lo que se ocultaba tras la segunda lona. Mi compañero, mi faro de Alejandría, mi guía en las noches de soledad y las mañanas de Domingo, se escondía, descuartizado, herido de muerte, tras aquel fino velo que nada me hizo intuir. "¿Este es su...?" le preguntó Cristina a Paco, a lo que éste le respondió balanceando su cabeza de delante a atrás, no se atrevía a romper el silencio. La máquina perfecta que compré no era más que un amasijo de hierros que se negaba a dejar este mundo en un desguace. Aún tenía gotitas de sangre en el chasis, cosa que a ninguno de los tres nos impresionó demasiado. "Es sólo un coche, yo creo que se puede arreglar" dije para acabar con la incómoda situación. Poco o nada había aprovechable, pero tenía dinero y todo el tiempo del mundo para dejarlo como nuevo, además, esa nota me había dado una motivación extra para lograrlo. Pero mis ojos lubricaban ya más de la cuenta y mis párpados buscaban una unión imposible. Pensé que lo mejor era ir a descansar un poco, no tenía prisas por disfrutar de todo aquello. Sorprendentemente, Cristina también quiso acompañarme, aunque acabara de descubrir la tumba de Tutankamón en versión automovilística. Escogimos el GTS para bajar, y fue ella la que se encargó de llevarlo, yo estaba rendido. Pero cuando ya estaba montándome en el coche, vino Paco y me pidió hablar conmigo, a solas:


    - Carlos, he encontrado un trabajo muy bueno en un hotel, me pagan muy bien, ¿Sabes?
    - Pero, ¿Es que no te pago yo bien? ¡Si cobras más de lo que cobraba yo como médico!
    - Ya, pero... es que esto no es lo mío. Yo no soy mecánico, me gustan los coches, pero apenas sé nada de ellos. Yo soy jardinero, y prefiero seguir dedicándome a ello - en sus ojos se podía ver que no me estaba vacilando, parecía sincero... -.
    - Pero, ¿Y qué va a pasar con los coches ahora? No puedes irte así.
    - No me voy a ningún lado, seguiremos viéndonos. Sólo que ahora las barbacoas las haremos a dos mil metros de altura - se rió -. En serio, busca a alguien que sepa de coches, o aprende tú directamente, ahora que eres "libre". Yo vendré todas las tardes a darte el coñazo y entretenerme con tus cacharritos.
    - Está bien, lo entiendo, pero me sabe mal dejarte así. Puedo ayudarte, mucho, lo sabes, ¿No?
    - Mira, no tienes que ayudarme en nada. Soy feliz así, con mi Golf - lo dijo sin titubeos -, mi casita y mis problemas para llegar a fin de mes. A mí los coches de lujo se me quedan grandes. Soy un tío bajito, a mí dame un utilitario y déjate de tonterías - volvió a sonreír -.
    - Tengo la certeza de que, dentro de no mucho tiempo, volverás a trabajar para mí... - volví al coche y lo dejé allí, cambiándole no se qué cosa a la bomba de no sé qué sitio del Golf.


    Los días iban pasando, y nosotros disfrutamos cada día de todo lo que Giorgio nos había dejado. Aunque también había veces que no nos movíamos de la casa (esa que sí me había ganado con el sudor de mi frente). No me gustaba demasiado hacerlo, pues Cristina entraba en una espiral autodestructiva que no le hacía más que daño. Se ponía frente a la pantalla del ordenador y se quedaba allí durante horas, buscando toda la información que podía sobre Bombay y sus problemas. No hubo forma humana de localizar a aquella mujer y los niños que tenía a su cargo. A parte de eso, a ambos nos seguía faltando algo, y es que hay cosas en esta vida, que no compra el dinero. Un caluroso día de Julio, me llegó un mensaje que me hizo recuperar la sonrisa por completo, era de Paolo: "Carlos, la defensa se ha retirado, no tiene fondos. El juicio está ganado". Esa noche habría dormido como un tronco, de no haber sido por lo que Cristina hablaba en sueños; era una pena ver como alguien estaba sin nada tras tantos años de sacrificio y tantos golpes de la vida. Tras unos meses de relax, en los que sólo nos ocupamos de nosotros, supe que había llegado el momento de ponerse a trabajar. Fue bonito ver la Aurora Boreal a finales de Septiembre a bordo del Lacrimosa, posándose sobre las playas de Nueva Zelanda; estuvo bien recorrer toda la costa azul en un F430 Spyder y conocer de cerca la cordillera del Himalaya. Pero no habíamos nacido para eso, y aquella vida, aunque excitante, no nos llenaba. Además, cada vez le costaba más sonreír, solo cuando se montaba en un coche le brillaban los ojos de aquella manera que tanto me gustaba.


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    Así que, un frío 9 de Noviembre de 2014, bajé de La Pandera con un modelito especial (Pegaso Z-102), y me pasé por casa para recogerla. Le tapé los ojos con un pañuelo, que até por detrás, en su nuca. "¿Qué haces?" me preguntó ella mientras veía con incredulidad que la sentaba en el coche. La caja de cambios de aquel Touring común (para mi gusto, el más bonito de todos los modelos de la marca), era ruda y algo seca. Pero su V8 de más de 60 años eclipsaba todos sus defectos e hizo de aquel corto trayecto un placer, a pesar de las responsabilidades que conllevaba conducirlo. "¡Que fino va, no parece ni español, ¿Eh?", dijo ella entre carcajadas. No tardó ni cien metros en averiguar en qué coche íbamos montados. Apoyó su brazo en el filo de la puerta, mientras ascendíamos por aquel montón de curvas bien asfaltadas y completamente desiertas, que me habían servido como tramo los últimos 10 años. La carretera estaba aún mojada del rocío de la noche, y el fresco a esas horas de la mañana presagiaban que ese Invierno iba a ser duro. Los pinos a ambos lados, cubrían con un fino manto de ramas y piñas toda la cuneta. Parecía que el Otoño también les afectaba a ellos. No nos cruzamos a un sólo coche en todo el camino, nadie usaba ya una calzada que sólo conducía a un mastodóntico edificio, fantasma de un pasado mejor y de un futuro realmente incierto. "Ahora viene una a izquierdas, y dos a derechas", menudo fracaso, y yo creyendo que no sabría donde la había llevado hasta que no le quitara el pañuelo... pero en fin, es lo que hacer ese recorrido tres o cuatro veces al día con el coche que nos apeteciera.

    El día estaba algo nublado y el Sol no se dignaba a aparecer, pero aún así, era realmente bello. Los enormes portones de hierro que custodiaban el recinto estaban abiertos. Los setos jamás habían estado tan cuidados y sanos. Los escasos dos centímetros de césped cortados uniformemente dejaban toda la entrada más alegre de lo que lo había estado nunca. Ya no se respiraba ese olor a hospital, no había enfermeros paseando por el aparcamiento mientras se echaban un pitillo y en el lugar que normalmente ocupaban las ambulancias y funerarias, estaba aparcado el GTI de Paco. Él me saludó cuando pasamos por su lado; estaba barriendo las hojas que caían diariamente sobre las escaleras de la entrada. Mientras, Cristina esperaba pacientemente el momento de destapar sus ojos (apenas fueron 10 minutos, pero ya los estaba echando de menos). Di un par de vueltas para despistarla un poco, y más tarde aparqué junto al mismo cobertizo donde ella dejó mi GT3 escondido.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=-jsE-f-jOxw"]Bso En Busca de la Felicidad - Welcome Chris - YouTube[/ame]


    Bajé yo primero, rodeé el viejo automóvil, y abrí su puerta. La agarré del brazo y la metí con mucho cuidado en el interior (seguía sin ver nada y no quería que se tropezara). Una vez dentro, la senté en el asiento del conductor. "Aquí me he sentado yo antes...", dijo ella. Sonreí pensando en su reacción una vez abriera los ojos. La verdad que la silueta de aquel "cacharro" era preciosa, tenía un diseño exquisito, digno de Pininfarina o Bertone. En fotos no era tan espectacular como en vivo y en directo. Me pusé en el lugar del acompañante, agarré su mano, y dejé que cogiera la llave. Le dije: "¡Gírala!", y aquel 6.2 V8 comenzó a rugir al ralentí, atronando con su ronroneo las paredes de aquel pequeño recinto. "Umm... americano ¿No? La Navidad no es hasta dentro de mes y medio, pero bueno, si quieres hacerme el regalo ya..."; yo no dije nada, me limité a desatarle el pañuelo y que viera por ella misma de qué se trataba.

    El silencio se hizo dentro del habitáculo, su boca tardó un par de minutos en cerrarse, las manos le temblaban; no sabía qué tocar y qué no. Yo, por mi parte, sonreía esperando a que se le pasara el shock inicial. Me entretuve bastante observando los acabados del interior, las costuras, el cuero granate, los escasos botones (los justo y necesarios)... si no era perfecto, estaba muy cerca de serlo. Y pensar que lo había creado la mujer que tenía a mi lado, lo hizo aún más perfecto. "¿De... de dónde lo has sacado?", me preguntó. "Nada, un par de llamadas a Australia y asunto solucionado.", le contesté. Comenzó a revisarlo todo, comprobando que estaba tal y como lo había dejado ella bastante tiempo atrás. Yo esperaba el momento de que viera el post it de la guantera central, que le pedía que la abriera. Tardó un rato en hacerlo, pero la espera mereció la pena. Sacó el sobre que había en el interior, y al abrirlo, no pudo más que llorar de emoción. "De verdad, no sabes lo que esto significa, aquí están cinco año de mi vida, ¿Sabes?", dijo. Yo lo sabía perfectamente, sabía que eso era lo que le faltaba para verla brillar de nuevo, y ahora, tenía toda la vida por delante para demostrar de lo que era capaz. No teníamos que llegar a fin de mes, no había jefes a los que hacer la pelota, ni horarios interminables que exprimieran nuestras fuerzas; sólo tenía que dar lo mejor de ella, y después de ver aquel coche, estaba seguro que cumpliría con creces.

    Me bajé, y le pedí que me siguiera. Estaba conmovida por el nuevo aspecto de El Neveral; ese olor a quemado había desaparecido del ambiente, ese color oscuro que tiznaba el edificio había dado paso a un blanco perlado rematado con algunos detalles, como no, en rojo, y aquel incendio no era más que un vago recuerdo al que mencionar con una sonrisa en la boca. Giré la vista por última vez, viendo aquel morro sobresalir del cobertizo. Esa zaga era la reinterpretación perfecta de su equivalente de principios de los 50 (y que descansaba al otro lado del muro). Aquellos dos evocaban tantos cosas juntas... era como ver a un abuelo y su nieto, ver la sabiduría del primero y la fuerza y radicalidad del segundo... y más con aquella pintura oscura y mate. Y saber que esa monstruosidad había salido del lápiz de la mujer con la que compartía cama, me hacía el hombre más feliz sobre la faz de la tierra.

    Me encantaba, pocos coches podían hacerle sombra. De Giorgio había heredado más que unos millones y unos cuantos coches, de Giorgio había heredado una filosofía de vida, aquel espíritu emprendedor que le llevo a lo más alto. Sabía que aquello no se podía quedar en una anécdota que contar a mis nietos, quería ver esa máquina en todos los colores, con todas las combinaciones posibles; quería ver unidades de aquel Pegaso del Siglo XXI rodando por todo el mundo. La cogí de la mano, y la llevé a la puerta principal del hospital, aquella a la que me gustaba asomarme cuando me tomaba un café a las tres de la mañana. Paco le dio los buenos días y nos abrió. Vi a Paolo bajar por las mismas escaleras que usé yo durante casi una década; era nuestro nuevo administrador, y como a él le gustaba, había llegado pronto a su puesto de trabajo. " Y ahora... ¿A dónde vamos?" me preguntó. Subimos por las escaleras hasta el séptimo piso, que se conservaba tal y como lo habían dejado. Entramos en la 711/911 y nos quedamos allí un ratito, sobre la cama donde nos conocimos. Las revistas del italiano habían acumulado polvo; cogí una, y no pude contener la emoción al ver todas las pistas que nos había estado dejando y que nosotros no habíamos sido capaces de ver. En varias Car&Driver de los años 90 salían coches que ahora estaban en La Pandera, incluso había un artículo dedicado a la vida de Giorgio Fallaci. Las últimas flores que había subido Paco a la habitación seguían allí, marchitas y resecas, dando un aspecto un poco lúgubre a la habitación. Tras recordar un par de anécdotas y echar unas cuantas risas, decidimos que lo mejor era bajar (yo estaba deseándolo).

    Otra vez en el piso de abajo, Cristina se acercó a la puerta para salir a la calle, pero la agarré del brazo y le pedí un minuto. "Cierra los ojos, por favor", le dije. Lo hizo sin rechistar, y la llevé de la cintura hasta la puerta que había enfrente de la máquina de café, y la cruzamos. "Ya puedes abrirlos"; ante ella, se descubrió una parte del edificio desconocida hasta ese momento. Allí ya no había quirófanos, ni salas de espera. Ahora se había convertido en un enorme espacio diáfano; sótano, planta baja y primer piso se habían convertido en uno sólo. Todo el ala Este del edificio era ahora un tallercito donde fabricar sueños. Conseguí unos cuantos motores LS9 y un par de chasis para darle un aspecto lo más parecido posible a una cadena de montaje. Pero allí la jefa iba a ser ella, aunque aún no se lo creyera. Apenas había 30 empleados, todos estaban esperando a que entráramos:


    - Y esto... ¿Qué es? - me dijo.
    - Pues no sé... ¿Tú qué crees?
    - Yo creo que voy a despertar en cualquier momento - tenía una sonrisa que no le entraba en la cara. Y aquellos ojos... iluminaban por sí solos toda la sala. Veía con cierto recelo como incluso a alguno de los allí presentes se le caía la baba mirándola.
    - Tranquila que no vas a despertar.
    - Y ellos... ¿Quiénes son? - seguía boquiabierta.
    - Bueno, hay un poquito de todo: ingenieros, mecánicos, pintores... la nueva Pegaso es un poquito más pequeña, pero yo creo que irá creciendo.
    - ¿Y qué se supone que tienen que hacer?
    - Pues - apoyé mi mano sobre su hombro -, tu mandas, están a tú entera disposición. Me he encargado personalmente de que tengan al menos la misma ilusión con todo esto que yo - alguno de ellos estaba ya toqueteando los motores, a sabiendas de que aún no había mucho trabajo (les faltaba la pieza más importante) -.
    - Y eso... ¿Cómo lo hago?
    - No te costará mucho, simplemente deja que tu imaginación haga el trabajo. El coche es una maravilla, en unos meses, cualquier dormitorio de adolescente tendrá un póster con uno de estos en la pared, ya verás.

    Me sonrió y bajó corriendo las escaleras que terminaban al nivel del taller. Fue a un mesa donde había un montón de herramientas y tornillos, cogió algo, y volvió a subir, no sin antes presentarse y darle dos besos a todos y cada uno de los trabajadores y trabajadoras. La veía subir aquellos escalones con una gracia que me hizo partirme de risa. Con aquella camiseta de vuelo, parecía una niña en la sección de muñecas de una juguetería. Se lanzó directa a mi boca, y tras unos segundos con nuestros labios transformados en uno sólo (con las miradas indiscretas de los empleados de testigo), se alejó y abrió la mano, descubriendo lo que ocultaba en éstas. "Son perfectas, ¿No crees?" dijo mientras me mostraba aquel par de arandelas metálicas. Me puso una en el dedo anular de la mano derecha, y luego me dio la otra para que se la pusiera yo a ella. Note una sombra en la ventana y, al levantar la vista, vi a Paco con su gorro de lana puesto, asomado a ésta, contemplando el espectáculo. Le sonreí y agarré aquel pseudoanillo; su mano fría y suave se estiró para facilitarme la operación. Me dio otro beso y sacó las llaves de la unidad 001 del bolsillo. "Habrá que ir a dar una vuelta, ¿No?", yo le asentí sin decir una sola palabra; seguía embaucado, ensimismado por aquellos ojos que brillaban como nunca antes lo habían hecho. "Tomaros el día libre", le dijo a los allí presente. Tiró de mi mano y me sacó por la misma puerta por la que habíamos entrado.

    Dejé al abuelo allí mismo aparcado, "yo lo cuido", dijo Paco desde la otra punta del jardín, mientras empujaba la cortacésped. Me monté de acompañante otra vez; el rugido de aquella bestia era impresionante, y parecía estar en buenas manos. Con el tiempo justo para ponerme el cinturón, engranó primera y salió del cobertizo quemando rueda. Aquel motor parecía no llegar al corte nunca, seguía subiendo y subiendo de revoluciones sin un fin aparente. Pasamos por la puerta metálica de la entrada a mil por hora, o por lo menos, aquel pasillo de árboles daba esa sensación. Pero de repente, el bronco sonido del motor dejó de escucharse. Frenó en seco y el precioso coupé se quedó clavado en mitad de las calzada:


    - ¿Qué haces? - el seductor ralentí servía como música de fonto.
    - Shhh... - dijo ella mientras se tapaba la boca con la mano y, de forma un tanto lasciva, miraba por el espejo retrovisor.
    - Te gusta, ¿Eh? - me di cuenta de que estaba observando al símbolo que había puesto sobre la entrada.
    - Me encanta el caballito éste... ¡La leche!
    - ¿A que sí? Mucho más que el de Ferrari... ¡Dónde va a parar! Por cierto, ¿Has pensado en algún nombre?
    - 911 está pillado, ¿No? - dijo entre carcajadas y mientras que agarraba de nuevo la palanca de cambios. Se mordió el labio. Sabía que en cualquier momento saldría a toda pastilla, así que me agarré al tirador de la puerta con fuerza.
    - Sí, me da a mí que sí - estaba asustado, en cualquier momento sentiría el empujón de 640 potros contra mi espalda.
    - Pues... 711 me gusta. Habrá que hacer trabajar al ingeniero ese para que nos suba un poco la potencia y la deje en esa cifra, ¿Tú qué opina? Es que son pocos caballos para el circuito de pruebas - dijo señalando a la carretera que bajaba hasta el centro de la ciudad.


    Mis temores se cumplieron y, un segundo más tarde, poniendo carita de niña buena, hundió el pie en el acelerador y aquella recta se convirtió en nuestra pista de despegue. La dinámica del recién bautizado Pegaso 711 era espectacular, y su conducción aún lo era más. Seguía apurando cada frenada al máximo, se lanzaba contra los vértices de las curvas como alma que llevaba el diablo. Fue un alivio sentir el coche pasando de segunda a cuarta, el descenso había terminado, y en Jaén se acababa el "circuito de pruebas". Estaba blanco, y viendo que no decía nada, fue ella la que rompió el silencio:


    - Bueno, parece que no va tan mal... - se hizo la dura.
    - Entonces, ¿Te has gustado la sorpresa? - dije mientras trataba de recobrar el aliento.
    - Hombre... prefiero estar fabricando estos juguetitos que estar tumbada en la 711 esperando a la quimio, no te voy a engañar. Pero que esto también es duro, ¿Eh? - dijo mientras se partía de risa.
    - La verdad que sí, yo casi que estaría más agustito levantándome a las 5 de la mañana y subiendo al hospital a verle la cara a la señora Martínez - la ironía flotaba en el ambiente.
    - Buff... es que, me va a costar acostumbrarme a esto, va a estar "jodido".
    - Sí, llevas razón, esta nueva rutina va a acabar conmigo.


    Cerramos la conversación con otro beso, y engranó primera tras ceder el paso a un autobús. Era el momento de volver a casa.





    Epílogo



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    Hoy hace frío aquí arriba. A 1873 metros de altura la vida se lleva de otra manera. Desde mi ventana no se ve nada, el día ha amanecido con niebla y 10 centímetros de nieve. Mojo unas tostadas algo quemadas en la leche, y recuerdo con nostalgia aquellos años en los que me levantaba a las 6 de la mañana sin necesidad de poner el despertador. Muy lejos quedan ahora esos tiempos en los que nos pegábamos 72 horas seguidas tras el volante, buscándole los límites al coche, encontrando también los nuestros. Me caliento frente a la chimenea, recordando con nostalgia aquellos viajes cerca del Círculo Polar Ártico, o volando a 300 kilómetros por hora en el desierto de Dubai. Ahora sólo veo sus ojos en fotos desgastadas que, cuelgan de forma enfermiza de todas las paredes de esta base militar, nuestra morada, nuestro refugio. Fue el precio que tuvimos que pagar por proteger todo cuanto teníamos, el día que conducir se convirtió en ilegal.

    Las carreteras no son ya un lugar seguro, rara vez salgo más allá de los 11 kilómetros que hay desde el cruce hasta la cumbre. De este tramo, conozco cada bache, cada trazada, cada poro y arruga del asfalto, por pequeña que sea. Aún recuerdo los tres días que nos pasamos subiendo los últimos modelos producidos y algún que otro prototipo de la última creación de Cristina. No nos dio tiempo a salvarlos todos, las "patrullas verdes" arrasaron con todo lo que nos dejamos en la vieja fábrica de Pegaso. Envejecí mucho hasta ese momento, pero a ella parecía no afectarle el paso de los años. Siguió manteniéndose preciosa hasta el final, hasta aquel día en el que el sistema se la llevó por delante. No la mató la leucemia, la mataron ellos. Derrochábamos lo justo, pero tampoco vivimos mal. La vida se pasó rápido, entre viajes a la India buscando a Chadna y sus secuaces (sin resultado alguno), desarrollo de nuevos 711 cada vez más rápidos y exclusivos y barbacoas en Domingo con Paco y su familia. Estos últimos 45 años se me han antojado como dos días. Y eso teniendo en cuenta que hace ya un par de décadas que ella se marchó. Recuerdo sus ojos cada vez que volvíamos en el Lacrimosa sin el más mínimo indicio de donde se encontraban los niños, o el día que vio por televisión como todo lo que había dentro de El Neveral era destruido por ser poco "ecológico". Esa llama verde se fue apagando lentamente, hasta que un día cerro sus ojos y no los volvió a abrir.

    Pero ahora que estoy en el garaje, sólo recuerdo lo bueno, como su sonrisa maliciosa la primera vez que un 711 superó a nuestro Veyron negro en un 0-300 en la autovía de Madrid. Nos convertimos en unos forajidos, que se retiraban a su particular guarida donde, no había policía ni falsos discursos sobre medio ambiente (mientras que las centrales siguen escupiendo ese humo negro que tan mal huele). No sé por cual decantarme entre ese gran montón de llaves; intento hacer memoria, trato de recordar en cuál de ellos he disfrutado más. Hay Pegasos de todos los colores, transformados en pequeñas joyas que son tratadas como fardos de droga. Sólo un puñado de clientes se han atrevido a continuar con nuestros coches en sus garajes. Somos muy pocos los que seguimos con esta pasión que nos aleja del mundo real, acompañados de nuestras máquinas y un diablo que nos incita a salir a la carretera, aún sabiendo a qué nos exponemos.

    Tengo que decidir a cual de aquellos señores, a cual de aquellos compañeros mudos y fríos dedico el último bidón de 98 que queda. Sí, ha habido demasiados compañeros en este viaje, en esta historia que creí que debía ser contada. Pero sólo ha habido un amigo. Sus escuetas llaves siguen siendo mi único centro de atención; antes lo compartía con sus ojos, ahora tengo fijación plena en él. Tres años me costó devolverlo a la vida, fueron muchas noches soldando hierros destrozados y muchas llamadas para localizar las piezas irrecuperables. Cristina también volvía tarde, pero prefería quedarse conmigo un rato. Y la verdad que, gracias a ello, luce también como lo hace hoy. Compartimos más tiempo en el garaje que en la cama, invertimos más días en África que en escapadas románticas, y pusimos más atención en nuestro trabajo que en nosotros mismos. Me quedé tan sólo que me convertí en un ermitaño, la afición se convirtió en pasión siendo apenas un crío, ésta en obsesión cuando llegué a adulto, y ésta en obcecación cuando todos se fueron. Me gusta hablar con los coches, me gusta pensar que debajo de ese capó hay un corazón que me entiende, que recuerda y que echa de menos la compañía de la gente.

    Me miro en el reflejo del espejo y me doy cuenta de que me he hecho demasiado viejo. Mis manos ya no son tan rápidas a la hora de hacer un cambio de marcha, y mis reflejos apenas me permiten trazar una curva sin chocarme. Me ayudo de mis brazos y un bastón de carbono para meterme allí dentro. Las barras antivuelco de color rojo me sirven como improvisado perchero para colgar mi chaqueta, que me agobia en la estrechez de los baquets. Las siglas "RS" por todo el interior me rejuvenecen, vuelvo a ser el doctor Ávalos y tengo 32 años. Arranco y salgo rumbo a ninguna parte. Guardo la llave que, tiempo atrás, me dio Giorgio, escondo mi miedo para parecer valiente y pongo su arandela/anillo en el asiento del acompañante. Pienso: "No voy sólo, hoy no" y cierro la puerta del garaje, esperando que alguien la vuelva a abrir algún día, y no para destruirlos o hacerles daño. El Enzo parece más triste que de costumbre, tiene un semblante serio y parece estar celoso de mi montura alemana. "Lo siento, tú no estás hecho para esto" le digo, mientras observo aquella silueta angulosa y desconcertante por última vez.

    Miro por el espejo retrovisor y contemplo la última unidad del 711, el "Leena", era muy radical. Lo creamos inspirados en aquella sonrisa, que perdimos de vista en el mercado central de Mumbay la última vez que fuimos. Una pena que ella sólo lo condujera una vez, y fuera huyendo de las autoridades. Su territorio natural eran los circuitos, esos que expropiaron y que se convirtieron en poco menos que museos de los horrores donde la gente iba a alimentar su odio hacia nosotros, los radicales; los que se negaban al transporte aéreo, "la tecnología del futuro" lo llamaban. Luego pasaron al discurso de los medios de comunicación, de que no hacía falta moverse de casa para hacer el 90 por ciento de las cosas. Más tarde vino la realidad virtual y la vida sedentaria. Incluso el médico te pasaba consulta a través de una pantalla. Ni que decir tiene que mi trabajo dejó de tener sentido bien pronto, el título me volvió a servir de servilleta para las ocasiones especiales. Las prestaciones de infarto y el sonido a V8 también dejaron de tener sentido. Fuimos unos locos en un mundo de cordura cibernética, y disfrutamos de nuestra enajenación como pocos.

    La tracción trasera no se comporta demasiado bien entre la nieve que nadie se encarga de limpiar. Por suerte, con el descenso de la altura, también lo hace el grosor de la capa de nieve, y ahí es donde comienzan las complicaciones con el hielo. Pero disfruto yendo de culo, aunque sea a 20 kilómetros por hora. Mi cuerpo no está preparado para derrapadas a toda velocidad, he aprendido que 77 años son ya demasiados. El sonido del bóxer subiendo de revoluciones me hace olvidarlo durante unas fracciones de segundo, pero el dolor en mi espalda y los calambres en las piernas me hacen volver a una cruda y deteriorada realidad. Cada metro que bajo es un segundo menos, estoy un instante más cerca de ella. No llevo más fotos y recuerdos que mi añoranza, no tengo más esperanza que la de ser certero. Estos 11 kilómetros nunca se me han hecho tan cortos, parece mentira que ya haya llegado a la A-6050, esa carretera que sólo usan homicidas, asesinos, huidos de la justicia y contrabandistas como yo.

    Teóricamente, eso éramos, contrabandistas de gasolina. Cogíamos un par de coches llenos de garrafas, hacíamos mil kilómetros por carreteras desiertas y solitarias, y volvíamos cargados hasta arriba, con la cantidad necesaria para soportar un par de meses de consumos elevadísimos subiendo y bajando a toda leche el puerto de La Pandera. Pero realmente, con lo que traficábamos era con la ilusión, recargábamos nuestras pilas para soportar una dura realidad, que el dinero, no podía cambiar. Ahora estoy usando los últimos diez litros del preciado líquido en este corto trayecto. En la carretera ha nacido vegetación, nadie pasa ya por allí. Es imposible ser discreto, aunque el mero hecho de que poca gente salga de su casa, hace que sea bastante complicado que me descubran. Con una sonrisa, recuerdo los días en los trazábamos todas aquellas curvas de lado, aún hay marcas de neumáticos en la calzada. Ahora me lanzo al carril contrario incluso en curvas con visibilidad cero, sé que nadie va a venir de frente. Hace meses que no oigo pasar un coche por allí.

    Los kilómetros siguen pasando y llega el momento de encarar la última subida antes de llegar a la capital. A medio camino me encuentro con ese mirador que me vio enamorarme de ella, hoy descuidado y con los árboles demasiado altos como para observar algo desde allí. El panorama es desolador, como si hubiera caído una bomba nuclear, yo parezco el único habitante de la tierra. Pero sé que no es así, tras esas persianas bajadas, hay personas, demasiado ocupadas en su mundo digital como para darse cuenta de que aquí afuera hay vida. Recorro las calles de Jaén con total libertad, llego a la esquina de la Catedral, reduzco a segunda y paso de medio lado toda la calle adoquinada. Las ruedas desgastadas (hace décadas que no hay recambios) patinan peligrosamente sobre estas piedras resbaladizas, pero conozco demasiado bien ese coche como para estrellarlo. Entre aquellos edificios mastodónticos, en los que apenas se ve movimiento, retumba el sonido de la doble salida de escape y los neumáticos chirriando. Esa sensación me encanta, estoy sólo, mas tampoco necesito a nadie. Veo en el reflejo de los escaparates abandonados a mí GT3, con aquel enorme alerón pegando el eje trasero al suelo. Como el viejo en Nurburgring (parece mentira que yo llame viejo a nadie), yo parezco tener 18 años recién cumplidos tras el volante del 911 Me entretengo pasando al límite todas las esquinas de Jaén, hasta que calculo que a mí depósito le quedan no más de 30 kilómetros; es hora de hacer el sprint final. Pero antes no puedo evitar pasar por delante de la casa de Paco, pero solo queda un enorme socavón en su lugar. Cuando éste murió, sus hijos decidieron trasladarse a una nueva vivienda, más grande y con más espacio para no hacer nada y sentarse frente a la caja tonta. Nuestra última barbacoa fue la mejor: aún recuerdo como salían todos los pájaros volando con el paso de aquel Fxx matriculado, y aunque yo lo seguía a varios kilómetros de distancia con el 250 GTO, me hubieran hecho falta 100 millas para no oír a aquel monstruo.

    La reserva lleva un rato encendida, y aquel coche al fondo de la calle no me da muy buena espina. O son delincuentes o policía. Veo una mano salir del interior tras abrirse la ventanilla, ¡Mierda!, son policías. Por el lado del conductor alguien asoma una pistola, mientras que la otra mano me muestra lo que parece una placa. Meto marcha atrás y doy un giro de 180 grados en mitad de la calle. Un bala perdida impacta en el spoiler trasero. Hay otro de esos enormes todoterreno justo enfrente mía. He hecho demasiado ruido, esto es una redada. Lo mejor será parar y rendirse, prefiero pasar mis últimos días entre rejas que con un tiro en la sien. Pero... ¿Te estás escuchando? No lo hagas por ti, tienes que hacerlo por Karl Benz, por Enzo Ferrari, por Ettore Bugatti... por todos esos visionarios que un día se hartaron de ir lento, se cansaron de ser políticamente correctos y decidieron que en su vida nadie le pondría límites. Engrano primera, miro por el espejo retrovisor y observo a aquel vehículo "enchufable" dirigiéndose hacia mí a un ritmo pasmosamente lento. Yo decido si me cogen, y la decisión final es que hoy, no me cogerán. Levanto el embrague y salgo perdiendo tracción a cinco mil revoluciones sobre el deteriorado firme de la calle. La acera es casi más ancha que la propia calle, así que decido salvar a aquel coche que me viene de frente subiéndome a la misma. A pesar de ser baja, las llantas dan un bordillazo considerable, aunque nada que me haga considerar la posibilidad de tener un reventón. Tras años sin intercambiar una mirada con nadie, miro a los ojos de aquel señor que, atónito, observa cómo me libro de su torpe conducción huyendo por la acera, con mi pequeño deportivo.

    Vuelvo al asfalto elevándonos medio metro del suelo, cosa que no le ha tenido que sentar muy bien a las suspensiones. Pero... ¡Estamos vivos! Si con nosotros no pudieron ni las palabras de la señora Martínez, ni las manchas de aceite en el circuito alemán, ni los años de reparaciones hasta verlo rodar de nuevo, no iban a poder con nosotros un grupo de súbditos de "los de arriba" entrenados con simuladores por ordenador. "Esto es conducir", grito mientras les dedico una peineta y les veo dando la vuelta en mitad de la calle, para ir tras de mí.


    [ame="http://www.youtube.com/watch?v=Pm6PfBsXHjs"]hope there's someone - YouTube[/ame]

    Una nube de humo en cada esquina y marcas de neumático por doquier es todo cuanto queda de mí en esta ciudad. Salgo rumbo a mi funeral, y llego tarde. Las sirenas a medio kilómetro de mí ya no me preocupan, pero sigo yendo a tope. Me apetece, quiero sentir la velocidad. Bajo las ventanillas y el aire congelado me golpea en la cara. Oigo los petardeos del motor al reducir de marcha. ¡Escupe fuego! Cuántas veces no habré pasado por aquí con el Golf, era mi prueba cronometrada particular desde que lo compré. Le hacía alguna mejora, y venía aquí a comparar tiempos. En aquella época debía ser cauto, me podría cruzar con cualquiera por la carretera, y aunque no me guste reconocerlo, ésta no es un circuito. Pero hoy me siento como Walter Rohrl a bordo de su Audi Quattro del grupo B. Me imagino las cunetas llenas de aficionados, poniendo las manos a mi paso para sentir la brisa que dejo al pasar a toda velocidad. El firme está muy bacheado, conforme me adentro en aquel bosque de hojas perenne, éste se pone más y más impracticable. Veo las chispas de los bajos rozando con el suelo, todo tiembla y cada tornillo del coche es sometido a una fatiga increíble. Pero aguanta como un campeón, sólo su motor parece quejarse, pero de placer. Recuerdo todo lo que he vivido en él, ese viaje por Europa, esas escapadas furtivas del hospital para dar una vuelta y las noches interminables poniéndolo a punto y pasándole la manguera una y otra vez. Era curioso ver cómo podía pasarme horas encerándolo, para luego ir a todo trapo por carreteras olvidadas, asesinando a cientos, quizá miles de mosquitos cada minuto con su afilado morro; lo dejaba hecho un desastre.

    Ya veo al fondo la presa del pantano del Quiebrajano, ¿Qué estoy haciendo? ¡Baja el ritmo que esto se acaba! Ahora toca meter quinta y disfrutar de estos últimos kilómetros tranquilamente. Este tacto del volante me encanta, siento la carretera con él. Su dirección es directa y precisa, como el primer día. Lo que en su día había sido una máquina tecnológicamente imbatible, se ha convertido ya en un modelo desfasado, reflejo de un pasado vehemente que no volverá. Este túnel excavado en la roca, hace ya más de un siglo, me cobija de la temperatura del exterior por unos segundos. Reduzco nuevamente a segunda, y hundo el pie en el acelerador. Los decibelios chocan contra las paredes de piedra y vuelven al interior del coche multiplicando su intensidad por diez. Mi cansado corazón recibe el último achuchón. Siento aquella pasión que me ha llevado hasta donde estoy. Esa que me hizo pasar de vidas virtuales y relaciones computerizadas. Nada de eso no es para mí, yo soy más de sentir el empujón en mis riñones, de oler a aceite de motor y de sentir los besos de una persona de verdad. Sus ojos vuelven a aparecerse en aquella oscuridad. Volvemos a ser jóvenes y a tener toda la vida por delante. Es una pena que todo se acabe, lo único que no me ha gustado de esto ha sido lo poco que ha durado. Un breve careo entro yo y mi soledad es todo cuanto me hace falta para sonreír; paro frente a aquel banco donde descansaba cuando venía en bicicleta.

    Con ayuda de mi ligero bastón, salgo de mi "pepino", agarrándome de las barras antivuelco. Observo aquel mar de agua dulce, abandonado a su suerte, calmado y congelado en esta mañana de Febrero. Confundo el Quiebrajano con el Índico, busco su reflejo en el agua, como aquella mañana en el puerto de Ferry Wahrf y su espigón nauseabundo. Pero allí no hay nadie, reclamo compañía en mitad de un monólogo. El frío congela mis huesos; me marcho ya, es lo mejor, hay que acabar con esto cuanto antes. Me acerco al borde de la presa, aquello está muy alto, más de lo necesario. No estoy hecho un chaval, y me cuesta la vida subirme al pequeño muro que salva de la caída. Tampoco tengo prisa, nadie me espera; me amparo en un par de escalones para sentarme. Mis piernas cuelgan hacia el abismo, sólo una par de oxidadas rodillas las sujetan. Creo que ha llegado el momento, cierro los ojos y...

    Un sonido a admisión, particularmente familiar, me hace pensármelo dos veces. Decido esperar, quizá aún quede alguien en este mundo como yo, quizá no sea el único que juegue con su libertad por unos minutos tras un volante. Es un cuatro cilindros, y resuena entre los árboles con suma elegancia. Aún no lo veo aparecer por aquella serpenteante carretera, pero veo el reflejo de sus faros amarillos en algunos momento. Lo noto cada vez más cerca, suena "gordo". Ya lo veo, ese color negro me lo he cruzado yo antes... y esa caída, también. Sus ruedas forman un ángulo imposible con la vertical del coche, se pega como un chicle al asfalto, cada bache lo hace temblar nerviosamente, como si le dieran espasmos. Entra en el túnel y su canto se acentúa. Cierro los ojos por un momento y me imagino conduciéndolo, o me imagino a Paco (se legítimo dueño), haciéndolo. Parece que él también se ha librado de la cacería, es otro superviviente en este apocalipsis. Sale por el otro lado y lo veo rondar por el aparcamiento, para finalmente pararse justo al lado del RS, que descansa paciente y tranquilo en la que probablemente sea su tumba. Del GTI se baja un chavalín, por su cuerpo y su forma de vestir, apostaría a que no llega a los 20 años. Se echa las manos a la cabeza y empieza a dar vueltas en torno al Porsche. Se agacha para verle los frenos perforados mientras suelta improperios varios a través de su imberbe boca. Parece estar disfrutando, está fuera de sí y no le importa; vive feliz con su locura, con misma con la que he convivido yo cerca de ocho décadas. Se levanta del suelo y alza la vista; me ve sentado al borde de la presa y me mira desconcertado. Parece que se acerca, quizá quiere charlar:


    - ¿Es suyo el GT3? ¡Menuda pasada! Mi padre me dijo que había uno de estos por aquí, pero nunca lo creí. Un 997, ¿No? - está realmente emocionado, parece sofocado.
    - No, es un 996, pero bueno, no está mal del todo chico. Que cuando esta coche se construyó no había nacido ni tu padre - le digo mientras le dedico una tímida sonrisa.
    - ¡Qué maravilla! ¿Me puede dar un vuelta, por favor? No volveré a tener una oportunidad así en la vida - lleva razón, el pobre ha nacido en la época equivocada para apasionarle los coches -.
    - Toma, te lo regalo. Todo para ti - por lo menos el 911 no se quedaría allí sólo -.
    - ¿De verdad? ¿No lo quiere usted? - ha agarrado las llaves al instante, creo que pregunta más por compromiso que por otra cosa.
    - Allá donde voy no me va a hacer falta... - me mira asustado.
    - ¿Por qué lo va a hacer? - trata de convencerme para que no salte.
    - A partir de ahora la cosa sólo va a ir a peor. He disfrutado al máximo, no quiero morir llevándome el recuerdo de mí postrado en una cama. Por cierto, chaval ¿De dónde has sacado el coche?
    - Se lo compró mi padre a un "tío" gordo... un tal Manuel - se me acaba de hacer un nudo en la garganta -.
    - Hace muchos años fue mío... ¿Sabes? Fue mi primer coche.
    - ¿Sí? Pues tome, todo para usted - alarga el brazo y me da las llaves del GTI, parece un trato justo.


    Lo veo alejarse, casi corriendo, ansioso por meterle mano a aquella bestia criada con mimo y gasolina de 103 octanos en el viejo Nordschleife. Noto que algo me arde en el bolsillo derecho, sí, son esas llaves. "Amigo, espera un momento", le grito cuando ya está a unos cuantos metros. Vuelve un poco a regañadientes y se acerca. "Toma, hay algo en lo alto de La Pandera que quizá te interese", se guarda la llave en la chaqueta y me dedica una mueca que no sé muy bien cómo interpretar. Se nota que no quiere entretenerme, sabe que es un momento en el que estoy mejor sólo.


    [​IMG]

    Arranca con sumo cuidado, engrana la marcha atrás y sale muy despacito. Da media vuelta, y encara el túnel. Apenas escucho su ronroneo, parece no querer acelerar demasiado, le tiene miedo. Yo espero a que ese sonido desaparezca, no quiero que mi compañero de viaje me vea caer rendido. Pero ese grito no desaparece, cada vez se hace más intenso. El sonido al apurar las marchas retumba en aquel profundo valle, no se acaba nunca. Aquel muchacho parece comenzar a disfrutar de los pequeños placeres de la vida, la escasa gasolina del caballero de Sttutgart está ya fluyendo por sus frescas venas. Cierro los ojos y siento mis tímpanos vibrando como posesos, ansiosos de recibir más de aquella melodía mecánica. Era cuestión de tiempo, más tarde o más temprano se largaría, y quedaría en la más absoluta soledad.

    Abro los ojos, y contemplo conmovido que a mi despedida no ha faltado nadie. Allí está Giorgio, junto a su mujer y su Miura amarillo. Está Chadna y la pequeña Leena, que me dedica una sonrisa que no tengo más remedio que devolverle. También están Paco y los suyos, y todos aquellos tanderos con los que compartí un par de días a 2000 kilómetros de aquí. Han venido con sus máquinas, que inundan el parking de potros salvajes esperando ser domados. Y también hay grandes ausencias, la directora y sus compinches no han sido muy condescendientes y por suerte no han aparecido; esas leyes estúpidas que nos impiden disfrutar de millones de kilómetros de asfalto han sido asesinadas por la anarquía de las cuatro ruedas. Es perfecto, no tengo nada más que decir. Alguien me toca en el hombro, ¡Es Cristina! Parece que el tiempo no ha pasado por ella... sigue siendo aquella "niña" de ojos verdes que conocí un Miércoles cualquiera, en un hospital cualquiera de una ciudad cualquiera. Pone su mano en mi pecho (aquello es mi perdición), noto sus labios húmedos e hidratados rozando mi boca. Acaba con el beso y me dice: "Nos vemos allí arriba". Me guiña un ojo, y la veo desaparecer. Yo me doy cuenta de que debería haber rezado más. Se hace transparente junto al centenar de personas que han venido a verme partir.

    Ya no queda nadie, cierro los ojos por última vez y hago un breve repaso a mi existencia. "He sentido los cuatro turbos de un Bugatti despellejando mi piel en una aceleración infinita, he visto un amanecer de tres semanas en Noruega, y he dormido con la persona que he amado durante un buen puñado de años. No ha estado tan mal... ", me digo a mí mismo. Sonrío, orgulloso y convencido de que he hecho lo correcto. Cierro los ojos, me impulso con los brazos... ¡Y vuelo!




    Reflexiones, agradecimientos y otras drogas



    Escribo la última frase de esta historia con sentimientos contradictorios. Cierro el ordenador y miro por la ventana: el Castillo de Santa Catalina luce en un día soleado hoy, 6 de Enero de 2013. La termino casi tres meses después, a 500 kilómetros de donde la empecé y con las maletas aún sin preparar. El autobús sale en un puñado de horas y ya voy calentando mi cuerpo para encajonarme en un asiento incómodo y de escaso tamaño. No hay un Nissan GTR esperando en la puerta de casa y mi hora diaria para olvidarme de la realidad ha tocado a su fin. Llegaré de madrugada, tras siete u ocho horas de contorsionismo, y caminaré arrastrando la maleta durante cuatro o cinco kilómetros más.

    Pero sé que mientras eso ocurra, mi mente seguirá en su propio mundo, ese que me hace olvidar la vida mediocre y aburrida de la que soy protagonista. En el mundo real no hay Cristinas sino niñatas con smarthphones, de los cientos de miles de deportivos que hay esparcidos por el Planeta Tierra, ninguno será mío. Dicen que hay que hacer tres cosas antes de morir: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. He conseguido lo primero, he intentado lo segundo y de momento no tengo más únicos hijos son estos párrafos que me invento. Pero si algún día los tengo, les contaré que durante un par de meses, su padre tuvo en vilo a un puñado de personas, esperando al capítulo siguiente y el desenlace que sobre estos párrafos he escrito. Me he transformado en un camello de sueños, he mendigado un poco de compañía y he obtenido a cambio una gran familia. Pero ahora toca volver a esa realidad, a esa rutina alejada de coches rápidos, lugares míticos y sueños varios. He sacrificado horas de sueño y de trabajo, no estoy orgulloso de mis notas y he perdido lo poco que tenía. Pero no me arrepiento de ello, he tardado tres meses en escribir esto, pero me ha reportado más alegrías y satisfacciones que 10 años de duro estudio (y los que me quedan).

    Con cinco años soñaba con poseer mi propia colección de coches, con 10 me di cuenta de que era realmente complicado, y que sería muy difícil alcanzarlo. Con 15 me di cuenta de que jamás lo conseguiría, y que lo más a lo que podía aspirar era a un buen trabajo hablando algún idioma complicadísimo, yéndome a miles de kilómetros de casa, volviendo a la misma un par de veces al año a bordo de un 911 que compraría tras años ahorrando. Ahora sé que no estrenaré un Porsche en la vida, y que estoy destinado a vivir sin coche hasta los 30, cuando consiga un puesto de becario en alguna empresa tediosa que me hará perder la pasión por mi trabajo. Diseñar para Pininfarina o Bertone es poco menos que una utopía. No soy hijo de ni conocido de nadie, en Jaén me han olvidado ya y en Valencia aún no recuerdan bien mi nombre.

    ¿Pero es eso razón para deprimirse? No. Nunca sentiré la mirada envidiosa de la gente al verme conducir un buen coche, ni el corazón saliéndoseme por la boca con un 0 a 100 en cinco segundos. Pero estos meses he visitado lugares que no veré jamás (y espero que vosotros hayáis viajado conmigo), he conocido a gente con la que difícilmente podré echar un cerveza, y he conducido coches con los que sólo soñaba. Nada habrá sido cierto, pero ha habido momentos que lo ha parecido. Porque prefiero vivir a medio camino entre la realidad y la ficción a abrir los ojos y darme por vencido, porque antes de un examen doy una vuelta rápida a Nurburgring y no necesito fumarme un cigarro, porque aunque duerma seis horas al día, sueño mucho. Es por eso que no debemos rendirnos, aunque la estadística y la suerte no estén de nuestro lado. Disfrutamos más pesando en los que nos van a regalar que abriendo el regalo (esta metáfora navideña me viene que ni pintada jeje). Todo está en contra, pero seguimos pegados a ese mundo de coches de ensueño, gasolina gratuita y neumáticos que no se desgastas. No hay mayor poder que la obcecación humana, y recordad: podrán quitarnos la alas, pero no las ganas de volar.


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    Gracias.

    http://911memoriasdeunfuturoincierto.wordpress.com/
     
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  12. Cayenato E10+

    Cayenato E10+ Senior

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    Muchas gracias por tu regalo de reyes. Nos has tenido a todos durante este tiempo enganchados y esperando "el regalo" cada vez que publicabas un capitulo. De entrada te has ganado un gran numero de amigos y seguidores y te aseguro que estrenaras un Porsche algun dia, SEGURO si con tu edad, medios y carisma has logrado esto tu solito. Soñar es gratuito ( de lo poco que nos queda gratis ) y gracias a ti hemos soñado y viajado con Giorgio, Carlos, Paco y Cristina, darte un millon de gracias, porque EL QUE REGALA SU TIEMPO, ESTA DANDO ALGO QUE NUNCA VA A RECUPERAR, y nos has regalado muchas horas de tu tiempo. Una vez mas, un millon de gracias y si algun dia vienes por Leon, tendras un grupo de amigos que te estaremos esperando. UN FUERTE ABRAZO! SIGUE SOÑANDO! OJALA PODAMOS SEGUIR SOÑANDO JUNTOS! AH, SOBRE TODO APLICATE PARA QUE EL DIA DE ESTRENAR UN PORSCHE ESTE MAS CERCA! GRACIAS AMIGO Y SUERTE!
    P.D. para ser PORSCHISTA no es necesario tener un PORSCHE, sino que PORSCHE circule por tus venas
     
    Última modificación: 6/1/13
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  13. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    +1000 a todo lo dicho por Cayenato E10+
    Carlos, esta semana voy a pasar la historia a DOC, y la voy a ir corrigiendo. Cuando la tenga la pasaré a PDF, con tu permiso, y quizá la pueda subir a iBooks, para que todo el mundo que tenga iPhone, iTouch o iPad pueda descargarsela y leerla, Con tu permiso tambien.
    Si piensas editarla en papel ya me dirás a que precio. Como yo tambien estoy en Valencia te puedo echar una mano en lo que necesites :)
    Te paso mi telefono por MP:Thumb:
    Repito, enhorabuena por la pedazo de historia que te has marcado!!:beer:

    PD: Hay un epílogo, pero... Prólogo? Quedaría genial...:drooling
     
  14. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    El Word del Mac me dice esto...
    [​IMG]
    Empiezo a corregir!

    EDITO: Ya lo tengo en PDF y corregido. Si carlos me autoriza os puedo pasar el PDF yo mismo :)
     
    Última modificación: 6/1/13
  15. Superbross

    Superbross Soloporschista

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    Creo que hablaría por todos al decirte de forma egoísta que no termine, pero lo que tu nos has dado, es mas de lo que nosotros podríamos darte a ti.

    Todo el tiempo que has dedicado a esto no tiene valor y forma de pago, o si, creo que aunque no lo sepas tienes muchos amigos aquí y que estarán encantados de abrirte sus puertas y ofrecerte lo mismo que tu a nosotros, lo que tenemos, nuestra conversación y valorar las cosa pequeñas, soñaremos contigo y seguro que ETA historia pasara de generaciones, no lo urdes y puedes sentirte orgulloso.

    En Madrid tienes un amigo, una casa con una cama, charla y gasolina por las venas. No tengo de momento todavía mi Porsche, pero no parare hasta poderlo admirar.

    Felicidades y Feliz 2013.
     
  16. Damocles

    Damocles Gran Experto Porschista

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    Carlos un broche de oro, y tal como hablamos cuando la tengas a tu gusto ... ya tu sabe :D Joselito creo que Carlos ya lo tiene en cuenta lo de Ibooks :D
     
  17. joschelito

    joschelito Soloporschista

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    Bueno, pues he hablado con Carlos. A quien le interese la historia se la puedo pasar por PDF. Solo tiene que pasarme un e-mail por MP, y se la envío para que pueda leerla tranquílamente. Lo unico que no he incluido son fotos y videos. Eso ya cuando tenga algo de tiempo:Thumb:
     
  18. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :[applause]:[applause]:[applause] GRACIAS por matenernos aqui totalmente enganchados y visualizando todos y cada uno de los acontecimientos .. imaginando a un Giorgio muy vivido a un Carlos siguiendo su senda y hasta viendo esos ojos verdes :Thumb: , muy bueno y un buen guion :cool: .. sin duda , me gustaria verlo en imagenes y personajes :Thumb: , de nuevo gracias :beer: y enhorabuena Carlos :Thumb: Un saludo y animo .. que NUNCA , nunca se sabe lo que en el camino se nos `pone .. o nos lleva :conduciendo: :Thumb:
    PD; te contare que mi hijo tiene registrados unos 20 relatos cortos y estas fiestas que estuvo aqui registro un libro de unas 400 paginas .. el cual empezara a mover a ver si por fin ... :hmm::Thumb:es un 1º libro de 5 .. :o
     
  19. Javier_bmw

    Javier_bmw Soloporschista

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    Subscribo lo dicho en los post anteriores por los compañeros del foro.
    Gracias a ti por tu tiempo, y cuando quieras experimentar un 0-100 en 5.6" (no en 5", lo siento), en Madrid tienes a tu disposicion un Cayenne turbo (que tambien siento que no sea un GT3 RS).
     
  20. BM3W

    BM3W Soloporschista

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    :D Aqui en Galicia un ///M3 .. que son 5,5 .. :Rolling On The Floor Laughing: ya nos vamos acercando :cool::D:Thumb: vamos que ya van dos :Thumb: :beer: